Tengo una hormiga en mi pierna suroeste
Ser Humano
Si la memoria no me falla, yo tenía 10 años cuando conocí por primera vez al interesante amigo de mi abuelo. Era un muchacho simpático y amable y parecía que ambos se apreciaban mucho. Aunque esto no es la parte más relevante de la historia, sino la extraña manera en que se comunicaban. En ese entonces no entendía que podía existir un mundo más allá de las palabras o, específicamente, más allá del lenguaje hablado. Si ustedes pudieran regresar el tiempo conmigo y presenciarlo todo como en una película, lo verían así: dos amigos que interactúan con señas, risas, miradas y ademanes en una cocina en donde alguien se olvidó de inventar las palabras. Nunca le pregunté a mi abuelo cómo lo había conocido; lo único que sé es que él no sabía lengua de señas, pero aun así se comunicaba con aquel amigo que venía de visita durante las vacaciones. Muchos años después, me lo encontré en la calle y, a pesar de que yo ya no era una niña, me reconoció y le dije, con una mezcla de palabras y gestos, que también lo recordaba…
Esta extraordinaria forma de comunicación me hace preguntarme si pensamos de manera diferente según la lengua que hablamos. Algunos dirán que sí, que mi abuelo y su amigo pensaban de manera diferente porque tenían distintas lenguas. Otros dirán que no, que el pensamiento es independiente de la lengua que se habla y que incluso ésta sólo es una de las tantas formas en que podemos comunicarnos. Lo cierto es que ellos crearon una forma propia de interacción, más allá del habla, que lamentablemente se quedará en mi memoria y ahora tal vez en las de ustedes.
Creadores de mundos
Una de las hipótesis que mejor explican lo que acabo de contarles es el llamado “Relativismo lingüístico” o “Hipótesis de Sapir-Whorf”. Como mencionan Kay y Kempton (1984) [1]: su origen en el siglo XX fue muy revolucionario, especialmente para la antropología, porque se opuso a las creencias de la época que pensaban que algunas lenguas eran más evolucionadas que otras por el simple hecho de tener una escritura; esta perspectiva se apoyaba en una visión colonialista y en las ideas sobre la selección natural de Darwin. Una de las características principales de esta hipótesis, que causó revuelo y que hasta el día de hoy ha dado mucho de qué hablar, es que nos plantea que la lengua que hablamos determina (en su versión más radical) nuestro pensamiento.
Por ejemplo, que si una lengua no tiene una palabra para describir un color –como la cultura tarahumara que utiliza un solo nombre, siyóname, para el verde y el azul–, sus hablantes no podrían diferenciarlo cognitivamente. Sin embargo, sabemos que no es así; aunque no tengamos una palabra en nuestra lengua para nombrar algo del mundo, sí podemos entenderlo y percibirlo mentalmente. Es por esta razón que diversos investigadores aceptaron una versión menos radical de la hipótesis (el relativismo lingüístico débil) y argumentaron que el lenguaje no determina, pero sí influye en el pensamiento.
A pesar de que algunos han rechazado esta hipótesis sapirwhorfiana, otros han realizado experimentos para comprobar de qué forma el lenguaje puede influir en el pensamiento. En particular, Boroditsky, Ham y Ramskar [2] intentaron demostrar si el hecho de que algunas lenguas tengan marcas de tiempo en sus verbos (por ejemplo, en español podemos decir que una persona ama, amó o amará) cambia la forma en que los hablantes prestan atención y recuerdan lo que pasa en el mundo. Sus experimentos demostraron que sí, que la lengua que hablamos sí influye en cómo percibimos los eventos y que, además, cuando somos bilingües, tenemos algo así como un chip lingüístico-cultural que nos hace pensar de acuerdo con la lengua en que estamos hablando en ese momento. Entonces, ¿percibimos mundos o los creamos? Tal vez ambos.
A Boroditsky [3] le debo el título de este artículo, que se desprende de un descubrimiento muy interesante. Al estudiar a los pormpuraaw, una comunidad aborigen australiana, descubrió que ellos utilizan los puntos cardinales para ubicarse en el espacio, en lugar de las referencias comunes de izquierda-derecha y arriba-abajo, por lo que en su lengua –y, por lo tanto, en su cultura– sería perfectamente aceptable decir algo como: “tengo una hormiga en mi pierna suroeste”, en lugar de decir como nosotros: “tengo una hormiga en mi pierna izquierda”. Estos experimentos resaltan la idea de que las representaciones del mundo que consideramos universales pueden no serlo después de todo. En ese sentido, el lenguaje puede tener influencia también en cómo percibimos lo que nos rodea y nuestro lugar en el mundo.
Creadores de cultura
Sin embargo, en este debate acalorado no debemos olvidar el papel tan importante que desempeña nuestra naturaleza social, pues somos, al fin de cuentas, animales sociales. Con esto quiero decir que nuestro lenguaje y nuestro pensamiento no se encuentran flotando en la nada, son parte de algo mucho mayor a lo que podemos llamarle cultura. El conocimiento cultural, nos cuenta Naomi Quinn [4], es utilizado diariamente en nuestra sociedad, por ejemplo, en el discurso y en la compresión del mundo. Este conocimiento, además, está organizado en “modelos culturales”, que no son otra cosa que la información que es ampliamente compartida por los miembros de una sociedad (como el chip lingüístico-cultural de Boroditsky). En particular, los modelos culturales nos hacen hacer cosas, es decir, nos hacen comportarnos de cierta manera en una situación específica. Para comprender cuando alguien nos dice: “el tiempo es oro”, es necesario que compartamos socialmente el significado que tiene encapsulado dicha frase; en este caso, que la vida es muy breve por lo que debemos aprovecharla de la mejor manera. Entonces, cuando los pormpuraaw dicen “tengo una hormiga en mi pierna suroeste”, no sólo están utilizando su lengua, sino también están utilizando el conocimiento cultural que ha sido fijado en su mente por ser parte de una sociedad, lo que nos deja, por un momento, adentrarnos a su visión del mundo.
Parece ser que es necesario estudiar la influencia del lenguaje sobre el pensamiento en situaciones específicas porque sólo así podremos darnos cuenta de cómo el conocimiento cultural nos hace comportarnos de cierta manera. Al respecto, Janet Dixon [5] menciona que la influencia del lenguaje no debe ser vista como inamovible, sino que, debido a la diversidad de la vida social, podemos utilizar muchos tipos de razonamientos y conocimiento social en diferentes contextos. Los pormpuraaw podrían no sólo utilizar los puntos cardinales para decir que tienen una hormiga en su pierna suroeste, sino también tomar en cuenta si su interlocutor puede o no ver a la hormiga desde donde está, lo que permite entonces otras formas de orientación que no están dadas por su lengua, pero sí por el contexto. Otro ejemplo es que esta comunidad no utiliza su cuerpo como guía para orientarse en el tiempo, como lo hacemos nosotros al ordenar los eventos según nuestra izquierda y derecha, sino que toma como referencia al paisaje y organiza los sucesos de este a oeste.
Podemos decir entonces que el lenguaje, como parte de nuestro conocimiento cultural, influye en nuestro pensamiento porque lleva consigo nuestra forma de interpretar todo lo que nos rodea. Por lo tanto, nuestra visión del mundo se crea también a medida que se crean contextual y culturalmente sus condiciones. Y, entonces, ¿cuántos mundos son posibles?, pero, sobre todo, ¿qué pasa si alguno de ellos desaparece?
Cuando muere un mundo
Lo mismo con las canciones, los pájaros, los alfabetos
Si quieres que algo se muera, déjalo quieto.
“Movimiento”, Jorge Drexler
En este momento, no importa cuando lo leas, “las voces de los últimos hablantes de muchas lenguas se desvanecen”. Algunas serán preservadas en archivos y para otras será como si nunca hubieran existido. Esto es lo que nos cuenta David Harrison [6], mientras se pregunta qué es lo que se pierde exactamente en este hecho. Sabemos ahora que la extinción de una lengua también involucra la extinción de una “constelación de ideas” o, lo que es lo mismo, la extinción de un conocimiento cultural que nunca podrá ser recuperado. Sin embargo, esta pérdida, comienza mucho antes de la extinción, cuando se decide no enseñar la lengua a los niños o cuando los últimos hablantes son aislados e invisibilizados socialmente; asimismo, cuando no se cuenta con un espacio social para desarrollarse libremente, como en el caso de la lengua de señas.
Las lenguas moribundas, por tanto, se van restringiendo hasta sólo utilizarse en el hogar, entre los ancianos o en eventos ceremoniales [6]. Y no necesitamos irnos muy lejos para verlo: “A pesar de la evidente riqueza lingüística que existe en México… el 60% de ellas está en riesgo de desaparecer. Entre las lenguas que se encuentran en peligro extremo de extinción se encuentran ku’ahl y kiliwa de Baja California, awakateko de Campeche, mocho´ de Chiapas, ayapaneco de Tabasco, ixil nebajeño y kaqchikel de Quintana Roo, zapoteco de Mixtepec, e ixcateco y zapoteco de San Felipe Tejalápam de Oaxaca” [7].
Pero las lenguas no mueren o se extinguen literalmente pues no son organismos vivos; lo que sí sucede es que son abandonadas o desplazadas por las lenguas dominantes, como el español o el inglés, o son restringidas por las políticas públicas que las van desplazando a favor de una “lengua nacional”. La metáfora biológica sirve, entonces, para describir un proceso para el que paradójicamente no tenemos las palabras adecuadas. También sirve para señalar que todas las lenguas del mundo han pasado por un proceso de adaptación parecido al de las especies. En otras palabras, han sido moldeadas para ser contenedores de conocimiento cultural, y han sido transmitidas de generación en generación, pero los diferentes formatos de estos depósitos no nos dejan ver la riqueza de una lengua en su ambiente natural, dentro de una cultura y contextos específicos, tal como vimos con Quinn y Dixon, porque no puede existir una lengua viva sin sus hablantes [6].
Por esta razón la desaparición de las lenguas es también la extinción de una cultura; de la forma en que se conoce, representa y experimenta un mundo, pero, a todo esto, ¿qué se pierde exactamente? Perdemos, en primer lugar, conocimiento humano. Y es que el conocimiento que una sociedad ha adquirido a lo largo de muchos años es el reflejo de las distintas estrategias que ha creado para sobrevivir [6], como el conocimiento sobre las plantas del desierto de la lengua seri en Sonora (el lugar de las plantas).
Además, en ocasiones existe una incapacidad de transferir, desde las lenguas minoritarias a las lenguas dominantes, o de revelar cierto tipo de conocimiento tradicional porque se encuentra ligado a un miembro particular, ya sea por jerarquía, edad o nombramiento, por ejemplo, en la lengua seri, Hant iiha cöhacomxoj significa “aquellos a quienes contaron las cosas antiguas”. Por lo tanto, cuando el último hablante de la comunidad muere, también lo hace esa información particular que no puede ser otorgada a alguien ajeno a la comunidad.
Por otro lado, también perdemos nuestro patrimonio cultural, es decir, la sabiduría tradicional que se encuentra en todas lenguas, desde los mitos que intentan explicar el mundo, hasta los dichos populares que nos aconsejan y advierten cómo debemos actuar en una sociedad. Por último y no menos importante, perdemos nuestro entendimiento científico de la mente humana debido a que las diferentes lenguas revelan los límites y posibilidades de la cognición. Dado que cada lengua procesa de diferente manera la información del mundo, tal como lo vimos con los pormpuraaw, descubrir similitudes y diferencias nos acerca un poco más al entendimiento de la gran arquitectura del pensamiento humano. Sin embargo, estudiar las lenguas en peligro de extinción no solo involucra estudiarlas como sistemas abstractos, sino más bien regresarle la voz a los hablantes de las lenguas moribundas para que puedan expresarse por sí mismos [6].
Para terminar, como dije antes, perder una lengua es perder un mundo, pero, sobre todo, es perder un lugar en el mundo. En este mismo sentido, no otorgarle la importancia que merecen las diferentes lenguas es negar la influencia que tienen sobre nuestro comportamiento, nuestro pensamiento y nuestra forma de entender lo que nos rodea. Y para mí es olvidar que, a pesar de todo, mi abuelo y su amigo querían comunicarse y que, en cualquier momento, una hormiga podría subir por mi pierna suroeste.
Referencias
[1]Kay, P., y Kempton, W. (1984). What is the Sapir-Whorf hyphotesis? American anthropologist, 86(1), 65-79.
[2]Boroditsky, L., Ham, W., y Ramscar, M. (2002). What is universal in perception event? Comparing english and indonesian speakers. Proceedings of the Annual Meeting of the Cognitive Science Society, 24(24), 1-6.
[3] Boroditsky, L. y Gaby, A. (2010). Remembrances of times east: absolute spatial representations of time in an Australian aboriginal community. Psychological Science, 21(11). 1635-1639. DOI: 10.1177/0956797610386621
[4] Holland, D. y Quinn, N. (1987). Cultural models in language and thought. Cambrige University Press.
[5]Dixon, J. (2011). The Limits of the Habitual: Shifting Paradigms for Language and Thought. En D. B. Kronenfeld, G. Bennardo, V. C. de Munck y M. D. Fisher (Eds.), A Companion to Cognitive Anthropology (pp. 61-81). Blackwell Publishing.
[6] Harrison, D. (2007). When Languages Die. The Extinction of the World’s Languages and the Erosion of Human Knowledge. Oxford University Press.
[7] Secretaría de Cultura (26 de febrero de 2020). Siempre florecerá la palabra; lenguas indígenas de México contra su extinción. Gobierno de México. https://www.gob.mx/cultura/es/articulos/siempre-florecera-la-palabra-lenguas-indigenas-de-mexico-contra-su-extincion?idiom=es#:~:text=Entre%20las%20lenguas%20que%20se,San%20Felipe%20Tejal%C3%A1pam%20de%20Oaxaca.
Vórtice, enero-mayo 2021 es una publicación trimestral digital editada por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), a través de la Dirección de Publicaciones y Divulgación, Edificio 59 (Facultad de Artes), Campus Norte. Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209, Cuernavaca, Morelos, México. Teléfono +52 777 329 7000, ext. 3815. Correo: revistavortice@uaem.mx. Editora responsable: Jade Gutiérrez Hardt. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2014-070112203700-203, ISSN 2395-8871, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor.
Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.
Vórtice está incluida en el Índice de Revistas Mexicanas de Divulgación Científica y Tecnológica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Publica artículos de divulgación relacionados con las ciencias y las humanidades, y textos breves que transmitan el gusto por el conocimiento científico. El contenido de los artículos es responsabilidad de cada autor. Esta revista proporciona acceso abierto inmediato a su contenido, con base en el principio de ofrecer al público un acceso libre a las investigaciones para contribuir a un mayor intercambio global de conocimientos. Se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.