Tras las huellas del oso cavernario

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Tras las huellas del oso cavernario

Ser humano

Tras las huellas del oso cavernario

Está hablando de mí –comprendió súbitamente Ayla–.

Esto es una ceremonia.

¿Qué estoy haciendo yo en una ceremonia?

¿Quiénes son esos espíritus?

Nunca los he oído mencionar anteriormente.

Los nombres son femeninos;

yo creía que todos los espíritus protectores eran masculinos.

 

Jean M. Auel, 1980

 

 

Hace aproximadamente diez años que comencé a practicar senderismo. Descubrí que el acto de caminar –contemplativamente– por los senderos del bosque, me permite liberar el estrés que suele provocar el ajetreo y la ruidosa vida en la ciudad, además de que siempre es bueno para la salud conectar con la naturaleza y dejarse envolver por esa magia. Llevaba días intentando hacer un espacio libre en mi apretada semana de exámenes, cuando unos amigos me invitaron a caminar por Amatlán para celebrar mi cumpleaños.

 

En el camino nos cruzamos con un cortejo fúnebre que se dirigía al panteón; hasta adelante iban los nietos más jóvenes y fuertes cargando el ataúd del abuelo que acababa de fallecer; detrás de ellos les seguía el resto de la familia, amistades, conocidos e incluso una banda de músicos que tocaba con pesar y alegría al mismo tiempo. Una mezcla de emociones que era contagiada entre los rostros y cantos de quienes acompañaban al difunto hasta el sitio elegido para su eterno descanso.

 

Al tiempo que dejamos atrás la periferia del pueblo y entramos en el bosque, mis pulmones se limpiaban y respiraba más pausado. Gracias al aire fresco de aquellos senderos, experimentaba una paz sublime. Cuando logramos atravesar un buen tramo en el que encontramos árboles de amate, nos detuvimos para descansar y refrescarnos.

 

–¡Miren todos, allá arriba! –escuché exclamar a una amiga–. ¿Quién habrá pintado eso de ahí? –preguntó con sorpresa, mientras la mirábamos señalar hacia una de las paredes del cerro que nos rodeaba, aproximadamente a unos seis metros de altura del suelo.

 

No podía creer lo que veía. Era casi imposible descifrar lo que estaba representado; seguramente, aquellos símbolos llevaban mucho tiempo de haber sido plasmados. En ese momento, varias ideas acerca del proceso creativo de tales símbolos asaltaron mi mente e intenté resolver el misterio de cómo llegaron a aquella superficie rocosa.

Tras las huellas del oso cavernario

El mundo de los espíritus

 

Habían puesto al chamán sus más hermosas vestiduras:

una larga casaca teñida con ocre amarillo,

en cuyas costuras colgaban, de flecos de cuero,

infinidad de ornamentos…

 

Jean Courtin, 1999

 

El profesor e investigador Lord Colin Renfrew [1], recientemente condecorado por el Departamento de Arqueología de la Universidad de Cambridge, dice que “los símbolos son aquello con lo que nos expresamos, y, en un sentido más extenso, aquello con lo que pensamos”. Por tanto, los símbolos nos ayudan a cubrir el rol de una interacción en la que medimos y planeamos el mundo, al tiempo que podemos comprender y estructurar nuestro comportamiento, tal como solemos hacerlo al participar de un ritual o en cualquier otra de nuestras tradiciones.

 

Sin saber exactamente lo que era, sin conocer el significado que permanecía expresado en aquella roca, oculto en un lenguaje que nadie del grupo sabría leer, me pareció increíble poder apreciar una expresión artística tan antigua. La contemplé por largo rato; no dejaba de pensar en ella como un reflejo del pensamiento simbólico de un grupo de cazadores-recolectores, que seguramente transitaron por los mismos senderos que recientemente habíamos pasado, aunque la vista y el contexto debió ser muy distinto.

 

En silencio, me pregunté cómo es que llegamos a tener ese tipo de registros, como el arte o los rituales funerarios. Los humanos operamos con símbolos mentales para representar pensamientos e ideas que posteriormente expresamos a través del lenguaje. En este sentido, se considera que “el pensamiento simbólico es una capacidad para deconstruir el mundo que nos rodea en un vocabulario amplio de símbolos mentales” [2]. Esencialmente, el lenguaje es nuestra mayor actividad simbólica.

 

Los dibujos y los diarios de campo son imprescindibles para un investigador. En ellos, es posible registrar lo que hemos experimentado, los colores y texturas del entorno que habitamos, etcétera. Esa vez de Amatlán no llevé mi libreta; pensé que sólo iba a disfrutar de la caminata y hacer un poco de ejercicio. Sin embargo, al volver a casa, permanecí reflexivo a causa de aquel cautivante hallazgo. ¿Qué buscamos con estos rituales?, me preguntaba. Aquella escena me sugería distintas ideas acerca de lo complejo que es el comportamiento humano.

 

Transcurrido un mes desde aquella caminata, decidí volver yo solo para disfrutar de los senderos de Amatlán. Al llegar al pueblo, un aroma peculiar llamó mi atención. Era el primero de noviembre y, por tal motivo, mucha gente comenzaba a adornar la entrada de sus hogares con flores de cempasúchil, un elemento simbólico que suele usarse para celebrar el Día de Muertos en nuestro país.

 

Escenas similares podían verse a la entrada del panteón: familias enteras que se fundían en un abrazo y cargaban con aprecio una imagen de sus familiares difuntos. Algunos encendían velas, otros lloraban o se dibujaba en su rostro un semblante melancólico; también colocaban algunos platillos de comida y caminos de cempasúchil; el copal e incienso se impregnaban en el ambiente. El ritual se considera un acto individual o colectivo que siempre, incluso en el caso de que sea suficientemente flexible para la improvisación, mantiene ciertas normas, como en un guión.

 

Aquel conjunto de imágenes, aromas y cantos me hizo pensar en el orígen de nuestras fascinantes tradiciones. Comencé a plantearme esta pregunta que resonaba como el sonido del vacío que emite un cuenco tibetano –símbolo de lo incognoscible–. ¿Acaso otras especies, anteriores al Homo sapiens habrían realizado este tipo de rituales o similares para enterrar y venerar a sus muertos?

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El pasado es un espejo

 

Los neandertales no eran fósiles vivientes

que pertenecían a un tiempo pasado,

una especie de anacronismo;

simplemente eran diferentes de nuestros antepasados.

 

Juan Luis Arsuaga, 1999

 

El Clan del Oso Cavernario es la primera novela de la saga “Los hijos de la Tierra”, publicada en 1980 por la escritora estadounidense Jean M. Auel, en la que hace alusión a un grupo de individuos de la especie Neandertal. En agosto de 1856, en el valle de Neander (Düsseldorf, Alemania), tuvo lugar un hallazgo en la cueva Feldhofer que sorprendió a la comunidad científica: se trataba de los restos fosilizados de un individuo que no parecía completamente humano.

 

Este suceso fue la punta de lanza para direccionar una nueva disciplina científica que ayuda a comprender los orígenes evolutivos de la humanidad. Así, en 1864, el geólogo William King consideró los restos fósiles hallados como una especie nueva y diferente al humano moderno, es decir, un humano primitivo al que bautizó como: Homo neanderthalensis.

 

Seguramente, esto puede sonar familiar para quienes hayan escuchado el nombre del poeta y compositor Joachim Neander, de finales del siglo XVII. El apellido original de aquel compositor y amante de la naturaleza era Neumann, aunque su abuelo decidió cambiarlo a Neander para cumplir con la moda de adoptar nombres clásicos en aquella época; pero su nombre no perdió significado, pues literalmente quiere decir “hombre nuevo”. Por lo cual me parece una extraordinaria coincidencia haber nombrado así a una especie humana redescubierta hace 160 años, que se diferencia de los humanos anatómicamente modernos.

 

En 2021, durante la pandemia por el SARS-CoV-2, recuerdo haber escuchado al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, decir: “¡Lo último que el mundo necesita es un pensamiento Neandertal!”. Quizá su intención no fuera la de insultar a una especie extinta, sino más bien expresar su frustración en contra de los gobernadores que eliminaban el uso del cubrebocas. Sin embargo, su comentario me pareció desafortunado, refleja lo infravalorados que siguen siendo los neandertales para el mundo y que todavía se ignora lo que esta especie fue capaz de hacer.

 

Desde su descubrimiento, los neandertales han sido considerados una versión más primitiva de nuestra especie y se les ha descrito, con poca justicia, como brutos y harapientos que se dispersaron por estepas heladas e inhóspitas del continente europeo. No me parece ningún disparate pensar en los neandertales como un espejo, tal vez un tanto opaco todavía, en el que podemos mirarnos y descubrir en ellos afinidades que arrojan luz sobre sus costumbres, los rituales y la organización social que formó parte de su cultura.

 

Los neandertales constituyen una familia humana paralela a la nuestra, que evolucionó en Europa durante cientos de miles de años. Recuerdo haberme sorprendido mucho cuando los científicos hablaban hace tres años de que en nuestro ADN se encuentra hoy un porcentaje mínimo del genoma neandertal. ¿Cómo es eso posible y qué representa llevar en la sangre el compuesto genético de otra especie?

Tras las huellas del oso cavernario

Antes de partir

 

Todos aquellos que han intentado

definir el comportamiento del humano moderno

relegando siempre a los neandertales

a un mundo de primitivismo arcaico,

ahora tendrán que revisar su indefendible postura.

 

Clive Finlayson, 2020

 

 

La evidencia arqueológica y los estudios genéticos que se han desarrollado durante los últimos años en investigaciones principalmente a cargo de Svante Pääbo, Nobel de medicina en 2022, nos permiten hablar ahora de un orígen común, así como de hibridación y coexistencia de ambas especies, o sea que… ¡Espera! ¿Sexo entre neandertales y sapiens? Hoy más que nunca debemos atender al estudio de los neandertales; hacerlo, nos ayuda comprender cuán emparentados estamos con ellos.

 

Como sabemos ahora, las huellas culturales de los neandertales han quedado evidenciadas en sus herramientas y ornamentos decorativos, así como en los enterramientos y grabados en sitios arqueológicos como La Ferrassie (Francia), en Shanidar (Irak), en la cueva de Gorham (Gibraltar), en la Sierra de Atapuerca (España), etcétera. Incluso se han hallado, en la cueva de La Pasiega (España), pinturas parietales elaboradas por neandertales hace más de 64,000 años. Lo sorprendente es que, aún con datos concisos, se sigue restando importancia a las consecuencias de un comportamiento simbólico.

 

La producción de herramientas por parte de los neandertales, conocida como técnica de Levallois, invita a realizar un ejercicio reflexivo acerca de la cognición y la memoria que caracterizó a estos homínidos. La arqueología cognitiva trata de comprender cómo es que el cerebro de una especie extinta pudo integrar y procesar diferente información, a partir de la investigación que se lleva a cabo en los restos fósiles.

 

Caben aquí las palabras del paleoneurólogo Emiliano Bruner [3]: “para el ojo humano, una piedra no es sólo una piedra, sino una potencial herramienta”. En las investigaciones desarrolladas desde la arqueología cognitiva, encontramos que la elaboración de herramientas líticas –de piedra–, el uso intencional del fuego, los rituales, los enterramientos, la producción de arte paleolítico, etcétera, arrojan evidencia de un comportamiento complejo que se caracterizó por la presencia de representaciones culturales.

 

Entender estos hallazgos del pasado nos hace tener una comprensión más clara de la evolución cognitiva. Cuando los científicos investigan la evolución de los humanos antiguos y modernos, no deben ignorar que hay capacidades específicas relacionadas con la conducta, las cuales seguramente desempeñaron un papel importante durante el desarrollo del comportamiento simbólico de los neandertales. El rol de los símbolos ha sido relevante en las interacciones humanas con el mundo; son un vehículo para comunicar nuestros estados emocionales e intenciones.

Foto de Matt Celesky. https://creativecommons.org/compatiblelicenses
Foto de Matt Celesky. https://creativecommons.org/compatiblelicenses

Funerales en la prehistoria

 

Junto con el arte y el simbolismo,

algunos de los más encendidos debates

sobre los neandertales

concernían a lo que hacían con sus difuntos.

 

Rebecca Wragg Sykes, 2020

 

 

La colocación intencional de los muertos en lugares específicos y adornarlos con objetos u ofrendas que cumplen determinada función, sólo es posible por medio de creencias que se llevan a cabo de modo colectivo o por un consenso de dos o más personas. Asimismo, se ha mencionado que “el comportamiento funerario implica prácticas formales asociadas a rituales que simbolizan la relación con la muerte o con la vida” [4].

 

Podemos notar que los enterramientos representaron una parte integral de la cultura neandertal durante el Pleistoceno Medio, y se han caracterizado por la disposición cuidadosa y metódica –parcialmente fetal– de los cuerpos, así como de las flores y los adornos que acompañan al difunto, la selección de cuevas específicas, etcétera. Por tal motivo, es importante conocer las distintas interpretaciones que se hacen de las evidencias arqueológicas desde algunas de las disciplinas que conforman las ciencias cognitivas (la antropología, la lingüística, la semiótica, la psicología y la neurociencia).

 

Entre los paleoantropólogos que estudian el legado de nuestros primos lejanos, reclaman que “para hacer a los neandertales menos parecidos a nosotros, se ha pretendido restarle valor simbólico a sus enterramientos alegando que no responden a sentimientos religiosos, sino a sentimientos de piedad y afecto por los difuntos” [5]. Sin embargo, no debemos olvidar que la piedad y el afecto son también elementos característicos de los humanos modernos, que cumplen una función importante al momento de gestionar las emociones que se viven en un duelo por la pérdida de un ser querido.

 

A partir de ahora, cuando pensemos en los neandertales, no será sencillo ignorar que también sentían dolorosamente la pérdida de sus familiares y amigos, o que se enamoraban y buscaban adornar sus cuerpos para sentir la conexión y el poder de los elementos naturales. Posiblemente, el clan del oso cavernario también concebía la posibilidad de seguir guiando nuestros senderos después de la muerte, desde el otro mundo –el de los espíritus antiguos– e invocaban a sus propias deidades y tótems a través de música, ceremonias y cantos alrededor del Abuelo Fuego.

 

Aquellos símbolos parietales que había encontrado por los senderos de Amatlán, sugirieron en mí un nuevo razonamiento acerca de los posibles orígenes del arte y los antiguos rituales. Consecuentemente, podemos ahora inferir que el comportamiento de los grupos humanos durante el periodo paleolítico no fue tan distinto al de los humanos modernos.

 

Quizá los neandertales aprendieron a leer los mensajes ocultos del mundo natural, y nos transmitieron su propia historia en un lenguaje que al día de hoy no hemos logrado descifrar. Escuchemos la melodía de sus instrumentos con huesos de aves rapaces que resuenan en las paredes de aquellas cuevas, y prestemos atención al latido de su corazón que aún late bajo tierra, donde yacen cubiertos de flores y ocre, descansando en un sueño profundo.

 

Referencias

 

[1]  Renfrew, C., PREHISTORY: The Making of the Human Mind. Modern Library Ed., 2007.

[2] Tattersall, I., A TENTATIVE FRAMEWORK FOR THE ACQUISITION OF LANGUAGE AND MODERN HUMAN COGNITION. Istituto Italiano di Antropologia–Journal of Anthropological Sciences. Vol. 94, pp. 157-166, 2016.

[3]  Bruner, E. & Colom, R. CAN A NEANDERTAL MEDITATE? AN EVOLUTIONARY VIEW OF ATTENTION AS A CORE COMPONENT OF GENERAL INTELLIGENCE. Intelligence 93, pp. 1-10, 2022.

[4]  Pomeroy, E., Hunt, C.O., Reynolds, T., et al. ISSUES OF THEORY AND METHOD IN THE ANALYSIS OF PALEOLITHIC MORTUARY BEHAVIOR: A view from Shanidar Cave. Evolutionary Anthropology. pp. 1-17, 2020.

[5] Arsuaga, J.L., EL COLLAR DEL NEANDERTAL: En busca de los primeros pensadores. Editorial Grupo Planeta, 1999.

 

Para saber más

 

  • Andrews, T. ANIMAL CHAMÁN: La sabiduría y los poderes mágicos y espirituales del mundo animal. Segunda edición–Chamanismo, espiritualidad y antropología. Editorial Arkano Books, 2014.
  • Auel, J.M., EL CLAN DEL OSO CAVERNARIO (serie: Los hijos de la tierra). Maeva ediciones, 1ra reimpresión, 1980.
  • Cela Conde, C.J. y Ayala, F.J., SENDEROS DE LA EVOLUCIÓN HUMANA. Alianza Editorial S.A., 2013.
  • Courtin, J. EL CHAMÁN DEL FIN DEL MUNDO. José J. de Olañeta (editor), Torre de Viento, 1999
  • De Beaune, S., Coolidge, F. & Wynn, T. (eds.) COGNITIVE ARCHAEOLOGY AND HUMAN EVOLUTION. Cambridge University Press, 2009.
  • Finlayson, C. EL NEANDERTAL INTELIGENTE: Arte rupestre, captura de aves y revolución cognitiva. Editorial Almuzara, 2020.
  • Hayden, B. NEANDERTHAL SOCIAL STRUCTURE? Oxford Journal of Archaeology 31 (1). pp. 1-26, Blackwell Publishing Ltd. 2012.
  • Papagianni, D. & Morse, M.A.; THE NEANDERTHALS REDISCOVERED: How a scientific revolution is rewriting their story. Thames & Hudson Ed., 2022.
  • Wragg Sykes, R., NEANDERTALES: El fin de la brecha entre ellos y nosotros. Editorial Crítica, 2020.
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