Cuando a cualquier taco le llaman cena

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Cuando a cualquier taco le llaman cena

La Tierra

Cuando a cualquier taco le llaman cena

Lilí estaba en la cocina preparándose un sándwich porque era hora de cenar. Firulais también tenía hambre. Así que ella fue por el costal de croquetas y le sirvió media taza, la medida que lo mantiene fuerte y sano. Pero él la miró y se relamió los bigotes; en realidad  estaba pensando en el jamón del sándwich, pues lanzó un ladrido como diciendo: “Y yo aquí comiendo croquetas”. Luego llegó su mamá, le remojó las croquetas en caldito con tortillas y pollo. ¿Será que tiene a Firulais muy consentido? ¿O será más bien que, mientras Lilí creía que los animales comen de lo que hay sólo porque lo necesitan, ellos están prestando atención a la palatabilidad de sus alimentos?

 

¿La qué? La pa-la-ta-bi-li-dad hace referencia a la cualidad de los alimentos de ser sabrosos, agradables o generar placer al ser consumidos, y se relaciona con su valor nutricional y aporte de energía [1]. Pensemos en los primeros astronautas que viajaron al espacio. Para poder comer, llevaban unos tubos rellenos de alimento semilíquido y unos cubos hechos de hojuelas de cereales compactados. Su comida estaba diseñada para cubrir en su totalidad la necesidad de alimentación, pero, ¿quién querría comer eso? El gusto por la comida es tan importante que la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) optó por diseñar alimentos distintos, mejoró la palatabilidad y ahora los astronautas pueden comerse unos tacos o una sopita mientras están a bordo de la Estación Espacial Internacional.

 

La idea de palatabilidad de los alimentos se vuelve más compleja cuando hablamos de alimentos para animales, ya que es difícil saber qué tanto les gusta. No obstante, está claro que los animales expresan preferencias por comer ciertas cosas en lugar de otras. Asumimos que los animales tienden a evitar situaciones que les evoquen sensaciones negativas (displacer) y buscan aquellas que les provoquen sensaciones positivas. De forma que cuando hablamos de la palatabilidad de los piensos, nos referimos a la preferencia o afinidad por ciertos sabores, olores, texturas, temperaturas, apariencias y hasta la ubicación de la comida, así como su atractivo y la aceptabilidad que muestran los animales hacia ciertos alimentos.

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El dicho “a buen hambre no hay pan duro” aplica también para los animales. Su preferencia por el consumo de alimentos es el resultado de una combinación de factores individuales, por ejemplo, qué tanta hambre tiene; además de factores ambientales, como la temperatura o la ubicación de los comederos. Incluso factores sociales como la dominancia de un animal sobre otro o la predisposición que su madre facilitó durante la gestación pueden influir en que Firulais quiera o no comer las croquetas que le compraste.

 

Saborear sus alimentos es tan importante para los animales que los genes asociados al sentido del gusto han sido favorecidos por la selección natural, lo que significa que tienen un rol crítico en la supervivencia y adaptación de las especies [2]. Esto puede deberse a que existe una relación directa entre el sabor que tiene la comida y la nutrición que aporta. El sabor dulce se relaciona con carbohidratos digeribles; el sabor umami (que es difícil de definir pero, retomando su etimología japonesa, hace referencia a “la sensación que queda en las papilas gustativas después de comer algo muy sabroso” [3]), se relaciona con proteína; el sabor amargo suele asociarse con sustancias tóxicas, y los sabores ácido y salado con la presencia de sodio y potasio, que son elementos esenciales en el correcto funcionamiento del sistema nervioso y del movimiento muscular.

 

El gusto por ciertas comidas no tiene únicamente que ver con lo que pasa en la lengua. Si bien la cavidad oral es el órgano que recibe más estímulos sensoriales, existe una red de células sensoriales del gusto distribuidas en el tracto gastrointestinal superior, involucrado en la absorción y el metabolismo de los alimentos que, al detectar azúcares, desatan respuestas hormonales que determinan la ingesta de alimento [4]. La experiencia también es fundamental a la hora de elegir qué ingerir. Todos hemos escuchado del amigo de un amigo que ya no puede volver a tomar vodka porque alguna vez se excedió y le dio la cruda de su vida. Su experiencia definió que ahora prefiera tomar cualquier cosa menos vodka. Así también les ocurre a los animales. Debido a un fenómeno conocido como “condicionamiento clásico” tienden a asociar lo que perciben de un alimento con las reacciones que el cuerpo tiene de forma natural; por ejemplo, el color de su comida puede estar vinculado con la indigestión que le pudo haber causado en otro momento. La próxima vez que lo tengan frente a sí, evitarán comer o comerán menos de ese alimento.

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Sabemos que gran diversidad de animales muestran preferencias a la hora de comer; sin embargo, no todos los animales prefieren lo mismo [1, 2, 4]. Las diferencias entre “los gustos” de las especies pueden estar relacionadas con las adaptaciones que tienen para comer ciertos alimentos y, en el caso de animales domésticos, con las propiedades que poseen los alimentos que sus ancestros solían tener disponibles en la naturaleza. Por ejemplo, las aves no perciben los sabores dulces como lo hacen los mamíferos, al mismo tiempo, el rango de sabores amargos que pueden detectar es tan amplio como en otros organismos [2]. Por su parte, los cerdos no responden favorablemente a las dietas acidificadas de manera artificial, pero muestran agrado por 60 tipos distintos de edulcorantes artificiales que normalmente consumimos los humanos [4].

 

La idea de un cerdo usando edulcorantes artificiales parece más bien una escena sacada de “El show de Porky y sus amigos”. Como si necesitáramos validar científicamente que Porky, después de enredarse en su toalla, prefiera su café endulzado con Splenda. En realidad, las investigaciones en torno a la palatabilidad en animales son muy relevantes para la industria agropecuaria. En Estados Unidos, alrededor del año 1950, la industria de cría de cerdos para la producción de carne que después consumimos los humanos comenzó a estudiar la palatabilidad de la comida de los cerditos recién destetados, ya que es crucial para el desarrollo del cerdito (y de la industria) que, a esa edad, ingiera alimento en cantidades más que suficientes [4].

 

Dentro de la biotecnología de procesos, una rama de la ingeniería que estudia procesos tecnológicos asociados con organismos vivos y con procesos biológicos, hay incluso investigaciones respecto a qué es lo que las moscas prefieren comer y cómo hacer que lo que coman les guste, para que coman más [5]. La mosca soldado negra (Hermetia illucens) ha adquirido popularidad por ser muy eficiente descomponiendo la basura que generamos los seres humanos y nuestras industrias; pero, hasta en la basura hay preferencias. Como ya lo mencionamos, lo que la mosca percibe puede estar asociado a compuestos que sean desfavorables para su desarrollo y puede estar evitando degradar ese tipo de basura. Se propuso entonces mezclar los residuos que no les agradan tanto ­–como los lodos de las plantas tratadoras de aguas residuales– con basura de la agroindustria que pudiera ser más agradable para ellas, como residuos de la producción de soya o de palma. Muy parecido a lo que hizo tu mamá cuando le puso caldito a las croquetas de Firulais, sólo que en este caso se busca consentir a las moscas para obtener el beneficio de tener menos basura.

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En el área de conservación de especies también ha sido relevante el tema de la palatabilidad. ¿Cómo podríamos conservar a un animal que no se come lo que le sirvan? Por muy nutritivo que sea el alimento, además tiene que gustarle. Criados en cautiverio, los jóvenes ajolotes mexicanos (Ambystoma mexicanum) tienen una boca pequeña, por lo que se alimentan de zooplancton; pero una vez que su boca alcanza los 5 cm de diámetro pueden empezar a comer pellets formulados con los nutrientes que necesitan para crecer. El problema es que los pellets son para los ajolotes como los cubos hechos de hojuelas de cereales compactados para los astronautas; es decir, no les gustan. Se propuso entonces cubrir los pellets con aceite de pollo, de pescado o de krill para que los ajolotes coman suficiente y puedan ser criados exitosamente en cautiverio [6] y así evitar su extinción.

 

Es inevitable pensar que no somos tan diferentes de los axolotes, incluso de las moscas, de Firulais o de Porky. ¿Será que estudiar la palatabilidad de los alimentos en animales de otras especies nos puede ayudar a aprender sobre nosotros? Al parecer sí, en condiciones como la depresión. De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, la depresión es un trastorno mental común que afecta al 5% de los adultos de todo el mundo y tiene como uno de sus síntomas la anhedonia, es decir, la incapacidad de sentir placer por actividades [7]. Para poder desarrollar terapias, ya sean psicológicas o farmacológicas, es necesario que quienes estudian la depresión puedan replicar los síntomas en el laboratorio; ahí es cuándo se vuelve útil estudiar la palatabilidad.

 

Recordemos que la palatabilidad está relacionada con el placer de comer o beber algo. Si observamos a un ratoncito en el laboratorio, normalmente muestran preferencia por tomar agua con azúcar en lugar de agua sola, o sea que prefieren los líquidos con mayor palatabilidad. Sin embargo, a un ratoncito con anhedonia no le importa de qué agua toma porque ya no experimenta placer. De una forma muy similar, la “prueba de la galleta” (cookie test en inglés) se trata de darle una galleta a un ratón y medir cuánto comió en determinado tiempo; como a los ratones sanos les suelen gustar las galletas, si pasado el tiempo come menos galleta de lo normal podríamos pensar que expresa anhedonia [8]. Esto le sirve a los investigadores porque con estos ratoncitos pueden poner a prueba medicinas o terapias nuevas para tratar la depresión.

 

Podríamos pensar que comer es sólo cuestión de vida o muerte y, por lo tanto, en seres que se guían por el instinto, no hay cabida para el placer; pero comer involucra placer porque es esencial para la supervivencia. La capacidad de percibir, interpretar y responder a la recompensa es fundamental para la supervivencia de un animal en su entorno. Percibir una recompensa, como el placer, motiva a los animales a buscar agua o comida y está tan íntimamente relacionado con sobrevivir, que los circuitos neuronales relacionados con responder a las recompensas recibidas son similares entre distintos grupos animales [9]. Como vimos, moscas, ajolotes, cerdos, ratones y humanos prestamos atención a la palatabilidad de nuestros alimentos; al placer que nos genera comerlos. O sea que Firulais no come sólo para vivir, come porque lo disfruta y entonces vive. Bueno, también es cierto que la mamá de Lilí lo tiene muy consentido.

 

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Referencias

 

[1]      J. Michael Forbes, “Palatability: Principles, methodology and practice for farm animals”, CAB Reviews: Perspectives in Agriculture, Veterinary Science, Nutrition and Natural Resources, vol. 5, núm. 052, 2010. https://doi.org/10.1079/PAVSNNR20105052

[2]      E. Roura, M. W. Baldwin, y K. C. Klasing, “The avian taste system: Potential implications in poultry nutrition”, Animal Feed Science and Technology, vol. 180, núm. 1–4, pp. 1–9, 2013. https://doi.org/10.1016/j.anifeedsci.2012.11.001

[3]      ¿Qué es el umami? Características del quinto sabor ⋆ Larousse Cocina. (2023, September 12). Larousse Cocina. https://laroussecocina.mx/blog/que-es-el-umami-caracteristicas-del-quinto-sabor/

[4]      E. Roura y M. Fu, “Taste, nutrient sensing and feed intake in pigs (130 years of research: then, now and future)”, Animal Feed Science and Technology, vol. 233, pp. 3–12, 2017. https://doi.org/10.1016/j.anifeedsci.2017.08.002

[5]      Raksasat, R., Lim, J. W., Kiatkittipong, W., Kiatkittipong, K., Ho, Y., Font-Palma, C., Zaid, H. F. M., & Cheng, C. K. “A review of organic waste enrichment for inducing palatability of black soldier fly larvae: Wastes to valuable resources”, Environmental Pollution, vol. 267, pp. 115488, 2020. https://doi.org/10.1016/j.envpol.2020.115488

[6]      Ocaranza-Joya, V. S., Villasante, F. V., Montoya-Martínez, C. E., Badillo‐Zapata, D., López-Félix, E. F., Nolasco‐Soria, H., & Martínez‐Cárdenas, L. “Palatability of animal oils included in the diet of the Mexican axolotl and its effect on growth and survival”, Agro Productividad, 2023. https://doi.org/10.32854/agrop.v15i12.2294

[7]      World Health Organization: WHO & World Health Organization: WHO. (2023, 31 marzo). Depresión. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression?gad_source=1&gclid=Cj0KCQjwwYSwBhDcARIsAOyL0fgz7YNFkItqa1M8Rzs6Crr-PK-f5PRwown5_ZyIUk2M8pXhIBa3fl4aAqmREALw_wcB

[8]      Planchez, B., Surget, A., & Belzung, C. “Animal models of major depression: drawbacks and challenges”. Journal Of Neural Transmission, vol. 126, núm. 11, pp. 1383-1408, 2019. https://doi.org/10.1007/s00702-019-02084-y

[9]      Scaplen, K. M., & Kaun, K. R. “Reward from bugs to bipeds: a comparative approach to understanding how reward circuits function”. Journal Of Neurogenetics, vol. 30, núm. 2, pp. 133-148, 2016. https://doi.org/10.1080/01677063.2016.1180385

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Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.


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