Eterno resplandor de una estrella sin recuerdos

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Eterno resplandor de una estrella sin recuerdos

CUADERNO DE RAYA

Eterno resplandor de una estrella sin recuerdos

La compañía de Sirius


A pesar de que hace 13,800 millones de años surgió el todo de la nada, lo que se conoce como el origen del universo, hoy en día seguimos teniendo residuos de ese evento de expansión y de creación. Por lo menos eso me decía mi padre mientras le preguntaba acerca de lo que yo llamaba “estática televisiva” hace unos 30 años, cuando tratábamos de sintonizar el mundial de fútbol del 94. Mi padre, que era un hombre de ciencia, me llenaba de términos que hoy sigo pensando; él me explicaba (o intentaba hacerlo) acerca de la Radiación Cósmica de Fondo, mientras en la pantalla se veían puntos negros y blancos que se movían, o eso apreciaba yo. “La radiación que se generó en la gran explosión”, comentaba, “se perciben todavía residuos muy débiles en la Tierra que chocan con las antenas grandes y provocan ese efecto en las televisiones”. Ése es uno de los momentos que más recuerdo de mi niñez, junto a mi padre, quien fue la persona que me inspiró a ser un hombre de ciencia, desde ese momento pensé que algún día podría llegar a ser reconocido como Eugene Shoemaker y mis cenizas terminarían en la luna.


Como buen niño lleno de curiosidad, me intrigó conocer lo que pasaba a mi alrededor. Por las noches, me decía a mi mismo en voz baja el mismo número de preguntas que de estrellas podía ver desde la ventana de mi cuarto. En esos momentos de pensamientos misceláneos, a mi vista siempre destacaba Sirius, la estrella más brillante en el cielo nocturno, algunas personas también le llaman “Estrella del perro” por ser parte de la constelación Canis Major. Personalmente, todas las noches la sigo buscando en el cielo sin importar donde me encuentre. En mi adolescencia creo que tuve las mejores noches con Sirius, podía verla en mi ventanal desde el crepúsculo hasta el amanecer, persiguiendo a Orion en su trayecto hacia el Oeste. Ya fuera para pensar, extrañar o simplemente meditar, Sirius me hizo compañía hacia mi adultez temprana, se volvió mi confidente para depositar los más bellos o tristes recuerdos, los secretos o las ideas que necesitaba comprender. Con el tiempo encontré un compañero para ayudarme con la soledad, un perroseñor como le decía mi hermano: mi amigo bonachón de pelo blanco y pocos dientes, mi querido Nohastófeles Ruysifus Pinkman White de Heisenberg R. Schmidt Hardy Shelby Ozymandias Cavill III a.k.a El Gordo. Lo veía como si Sirius había venido a guiarme. Bueno, ya lo decía Antoine de Saint-Exupéry en su libro icónico: “Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya”. Puedo decir que el gordo me encontró para iluminar los momentos sombríos de mi vida, hasta que un 19 de abril regresó a Sirius para hacerla brillar más intensamente.

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El camino a la luna


Cada que viajaba durante mi formación universitaria y de posgrados, me cuestionaba si desde cualquier parte donde me encontrara se verían las estrellas a la misma distancia, pensando que no era el único que en ese momento las estaba viendo, tal vez alguien más las observaba desde el estacionamiento de un aeropuerto, como fondo para despedir y desear un buen viaje a un ser amado; o quizá unos novios estarían comparando la intensidad de su amor con el número de estrellas en el cielo, mientras uno de ellos se encuentra de rodillas en busca de un sí. Sin duda, otros más sólo se quedan viendo su vastedad, distinguiendo las estrellas calientes de color azul o blanco, sintiéndose afortunados si encuentran las que son de color anaranjado o rojo y que son las más frías y poco comunes de observar a simple vista. Me puedo aventurar a decir que el universo y las estrellas han sido inspiración histórica para demostrar los sentimientos de las personas, algunos más les hablamos pensando que son nuestros seres queridos que nos observan a través del tiempo, y otros más, se dedican a pedirles deseos.


Tratando de hacer a un lado el sentimentalismo, me aterra y fascina lo que esa bóveda oscura que nos arropa en las noches alberga ante nuestros ojos; saber que el Sol se encuentra a 149,600,000 kilómetros de distancia desde cualquier lugar donde esté parado, que tres centímetros de mi dedo gordo pueden eclipsar a este astro que es 109 mil veces más grande que la tierra y que nuestro planeta, con su limitado volumen, puede caber 1 millón 300 mil veces en el Sol. Debo de admitir que esas cifras me son difíciles de magnificar a veces cuando reflexiono sobre la vida. Incluso tratar de imaginar las reacciones de fusión nuclear que tienen al interior las estrellas para brillar con tanta intensidad desde su nacimiento a millones de años luz. Al igual que el universo, juego con los tiempos verbales para explicar el paso del tiempo en mi vida, me sigo replanteando el pasado perfecto compuesto al pensar que he disfrutado y he sufrido cada capítulo de mi bioserie con mucha intensidad; obtengo las respuestas que busqué hace mucho tiempo analizando mi pasado pluscuamperfecto. Es difícil pensar que lo que vemos no está o no es real en ese preciso momento, que la luna que admiramos es la que hace 1.2 segundos existía, que el Sol se muestra tal cual era hace ocho minutos y que Sirius apenas está escuchando lo que le dije en las noches hace 8 años, tal vez todavía no escuche que necesito su luz en mi camino, buscándolo en el cielo sentado en el centro de Tlalpan.

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Las estrellas pérdidas


Cuando terminé mis posgrados, me tuve que mudar de la CDMX a la provincia; dejé un lugar lleno de estrellas artificiales y constelaciones agrupadas en edificios de más de 20 pisos que me iluminaban cuando caminaba sobre Insurgentes. Ahora mi vista era un cielo más despejado y silencioso, en un tono más aburrido que sigiloso, que me trajo momentos de mayor melancolía en soledad. Le pedía a esas estrellas parpadeantes que me respondieran en clave Morse, que sus reacciones termonucleares emitidadas hace cientos de años me guiaran como predicción aleatoria del horóscopo. Me di cuenta ahí de que el universo no conspira en nada de nuestra vida terrenal y debía de reconsiderar la búsqueda de respuestas en un cementerio espacial. Esos gloriosos cuerpos celestiales que existieron hace cientos de años sólo nos dejaron su glorioso pasado para admirarlo en nuestro presente. Creo que es interesante la idea de que incluso la muerte se toma su tiempo para poder llegar a nuestra percepción y no importa la distancia, seguirá siendo lo único fáctico en el universo, si tenemos en cuenta que, aparte del Sol, las estrellas más cercanas se encuentran en el Sistema Alfa Centauri a unos 4 años luz de distancia (algo así como 41 billones de kilómetros). Y si le metemos matemáticas al asunto y predicciones raras para echar a andar la rata en la cabeza, la cosa se pone mejor: imaginemos a una persona que vive 80 años y camina regularmente en promedio 7,500 pasos por día; al final de su vida habría caminado 216, 262,500 pasos, algo así como 180,000 km o 15 veces del diámetro de la Tierra. Ahora, ¿cuantás vidas necesitaríamos para recorrer los 41,000,000,000,000 km? Con la regla de tres, mirando al techo y usando los dedos para sumar y restar, dígamos que necesitaríamos unas millones de vidas para llegar a la estrella más cercana viva.

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La oscuridad del universo


La muerte no pasa por alto la vida de estas magníficas estructuras gaseosas compuestas mayoritariamente de hidrógeno y helio. Incluso tiempo después de su muerte pueden seguir brillando de manera constante hasta que empiecen a contraerse y convertirse en una enana blanca y después en una enana negra: un cuerpo invisible y frío que forme parte del vasto universo.


El destino de una estrella depende de su masa inicial. Algunas estrellas terminan su vida expandiéndose como gigantes rojas, para pasar después a la fase de Nebulos Planetaria, luego enana blanca y finalmente enana negra. Algunas estrellas más masivas que 8 veces la masa de nuestro Sol pueden colapsar, explotar como supernovas y formar ya sea una estrella de neutrones o un agujero negro. Lo que queda de esta explosión, puede contraerse hasta que casi quede nada, convertirse en una pequeña zona con una enorme gravedad, tragándose todo a su alrededor, generando un agujero negro, dejando un vacío con una atracción tan potente que no deja escapar la luz. Tal vez sea un paisaje muy impactante, confuso o aterrador poder presenciar todo lo que sucede en el universo, pero sin duda, sigue siendo el lienzo inspirador para muchas cosas, ya lo decía Galileo: He amado tanto a las estrellas con demasiado cariño como para tener miedo de la noche.

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Vórtice, enero-mayo 2021 es una publicación trimestral digital editada por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), a través de la Dirección de Publicaciones y Divulgación, Edificio 59 (Facultad de Artes), Campus Norte. Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209, Cuernavaca, Morelos, México. Teléfono +52 777 329 7000, ext. 3815. Correo: revistavortice@uaem.mx. Editora responsable: Jade Gutiérrez Hardt. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2014-070112203700-203, ISSN 2395-8871, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor.


Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.


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