Tehuixtla, a la espera de la calaverita

Tehuixtla, a la espera de la calaverita

Ser Humano

Tehuixtla, a la espera de la calaverita

24/10/2020

Ya se va la calavera llena de alegría porque esta casa es panadería […]
Aserrín, aserrán, piden pan, no les dan; piden queso, les dan hueso y se les atora en el pescuezo.
Canción popular mexicana

 

Cuando era niño me impresionaba fácilmente. Cada año, ante mis ojos, mujeres de coloridos mandiles y rebozos negros cargaban manojos de flores “apestosas”, encendían velas y copales, ponían altares con sábanas blancas y manteles caladitos sobre una mesa en un rincón especial de la casa. La llenaban con fruta colorida, santos, veladoras, retratos, vasos, comida… Colgaban tendederos de papel picado, pero lo más sabroso de mis recuerdos pueriles era ver el pan de muerto con su azúcar rosa a la luz de los cirios.        

 

No entendía el motivo de tanto mitote por una ofrenda, pero me divertía y amaba esa época, sobre todo cuando salía a la calle con mis primos a “pedir pan” cantando “la calaverita”. Desde entonces me gusta esa tradición y “pelo ojo” para fijarla en mis crónicas y relatos; de ahí mi interés por el pan de muerto y las panaderías de mi pueblo.

 

Se petateó fulano, sólo una vez y para siempre

 

La religión de mayor raigambre en Tehuixtla es, sin lugar a dudas, la católica; 95% de la población la profesa. Sin embargo, en la comunidad existen otros credos: testigos de Jehová, budistas, la iglesia de Dios israelita, cristianos, mormones, etc. En ocasiones, no exentos de sincretismos indígenas, sobre todo en el rito católico. Los tlahuicas fueron los antiguos habitantes del señorío de Tehuixtlan y, al igual que nahuas y mexicas, rendían culto a las mismas deidades. Según Manuel Mazari, en Tehuixtla se veneraba a Opochtli, “zurdo” o “siniestro”, que era el dios de la pesca y los pescadores.

 

Existe la creencia de que el canto de la cocuana o tecolote anuncia la muerte de la persona que lo escucha o de algún familiar cercano; algo parecido a lo que se cree cuando uno sueña que se cae una pieza dental superior con dolor. O como aquella costumbre de colocar cruces de pericón u ocote en las puertas y ventanas antes del 29 de septiembre, para evitar la presencia del demonio en el hogar; o los conjuros de “odio, envidia, salación y otras pasiones”, que suelen generar desgracias y enfermedades producidas por gente mala a través de “echar la sal”, “tierra de panteón”, “ceniza de muerto”, “ostias”, “agua mala” “aire” y “ojo”. Para curar el mal de ojo, basta un ojo de venado y, para los aires, una rameada con pirul.

 

La gente en Tehuixtla cree en el alma y que la vida no acaba con la muerte física, por ello, cuando alguien está muy enfermo o agonizante, realizan ciertos ritos católicos como la confesión, la extremaunción y los santos oleos.

 

Se pone un lazo negro o moño en la entrada principal de una vivienda para anunciar el fallecimiento de un adulto y un lazo blanco si el difunto es un infante. El color y los materiales de las cajas de muertos dependen de la edad, el estado civil y posición social del difunto. Las cajas negras en general –ya poco usadas– estaban destinadas a los adultos; las grises, a los jóvenes solteros, y las blancas, a los niños. A los adultos es necesarios ir a despedirlos con una celebración de cuerpo presente en el altar de la iglesia; a los pequeños no porque se cree que no tienen pecado y son angelitos prestados del cielo.

 

El cadáver de un niño, de un joven o una doncella es vestido de blanco, y le colocan flores en el interior de su níveo ataúd; a los adultos no, únicamente se les viste con su ropa habitual. Cuando recién fallecen, se les coloca sobre un petate cubriéndolos con sábanas blancas mientras llega la caja. Se hace una cruz de arena, una vela de aceite con pábilo y se le pone un ladrillo rojo como almohada, al centro de una sala o en el salón donde se hará el velorio. Posteriormente, se rodea al cuerpo con cuatro cirios. Se cubren los muebles de la habitación con telas blancas para que el ánima (alma) del difunto busque la luz, emprenda su partida y no reconozca su casa. Se coloca la imagen de Jesús en la cruz o de Santa Elena en la habitación, y en las manos del cadáver, un crucifijo, un escapulario o un rosario.

 

El cuerpo se vela una noche y, antes de inhumarlo, se realiza una misa en el templo, en su casa o en la capilla del panteón. Durante la procesión rumbo a la iglesia o al panteón, algunos vecinos de Tehuixtla acostumbran llevar música de viento del gusto del difunto, tocar sones como “Mi gusto es”, “Tierra linda”, “Te vas ángel mío”, etc. Acompañan el cortejo familiar, amigos y vecinos del difunto. Últimamente, se ha visto que “pasean” a los difuntos jóvenes por las calles del pueblo hasta su lugar de trabajo, como un último adiós antes de llegar al panteón, o sí era muy fiestero, hasta “bailan el cajón” al son de la tambora.

 

El ladrillo rojo que sirvió de almohada al cuerpo es colocado sobre la tumba recién hecha a la altura de la cabeza o de los pies. El cadáver es sepultado con los pies hacia donde sale el sol y la cabeza, hacia donde se oculta. Durante los siguientes nueve días, familiares y amigos se reúnen a orar por el eterno descanso del alma del difunto; a eso se le conoce como novenario y se realiza en su domicilio, encabezado por la rezandera o rezandero del pueblo. Los rosarios generalmente se hacen por la tarde o en las mañanas y, después, en agradecimiento, se ofrece a los asistentes unos bocadillos, refresco, agua fresca, atole, nieve, galletas, pastel, etc. Al noveno día es “la levantada de cruz”: cuando se recoge la cruz de arena y previamente ya se ha escogido un padrino o madrina para la cruz de madera. Ambas cruces se colocarán en el sepulcro junto con las últimas flores, cirios y velas que quedaron del sepelio. La cruz de madera se ubicará en la cabeza de la tumba y, al año, se cambiará por una de hierro, que debe tener los siguientes datos: el nombre del difunto, la fecha de nacimiento y fallecimiento y algún pensamiento breve. Esquelas, obituarios, pésames y condolencias dependerán de la trascendencia en vida del difunto.

 

El día de la levantada de la cruz, de madrugada o la noche anterior, debe decorarse el cuarto donde está tendida la cruz, con nuevas telas blancas y celestes que semejarán un cielo o el paraíso. Se coloca en el techo papel picado azul claro y morado que representará las estrellas y constelaciones, además de dibujos de palomas blancas. Se hace un altar con una mesa donde se pondrá la foto del difunto, un crucifijo y arriba de ellos un moño negro. Sobre las telas blancas se pondrán angelitos y querubines de papel, hoja de espárrago o pino con flores blancas o rojas; la cruz se enflorará al igual que el salón donde se hará el rito de la levantada de la cruz entre rezos y cantos.

Levantada de cruz.
Levantada de cruz.

El muerto al hoyo y el vivo al bollo

 

Me decía mi bisabuelita Febronia “Bonchi”, que el aroma de la flor de cempasúchil y del pan de muerto hace volver a las ánimas del purgatorio los días de Todos los santos, pues no pueden resistirse a los placeres de su ofrenda, en donde hay que ponerles también una silla o un banquito para que descansen un poco, antes de comer. El día 28 de octubre es el día de los “matados”, los que son asesinados; el 29 de octubre, el de “los ahogados”; el 30 de octubre, el de “los muertos en parto”; el 31, el de las “ánimas chiquitas”, es decir, de todos los niños que han muerto; el 1 de noviembre es de los “fieles difuntos”, todos los adultos que mueren de forma natural o por enfermedad, y el 2 de noviembre es el día de “Todos los santos”: cuando hay que acompañarlos a todos de vuelta al panteón. El día 2 se realiza una misa en honor de todos los difuntos en los panteones y los familiares llevan flores como símbolo de compañía, y para llevar o regresar a sus difuntos nuevamente a su morada eterna, en espera del próximo año.

 

El panteón viejo de Tehuixtla está sobrepoblado, al grado de que algunos sepulcros tienen hasta dos o tres niveles y, desde hace poco más de 10 años, la gente ha empezado a techar las tumbas y a cercarlas con barandales de herrería.

 

El tianquiztli

 

El tianquiztli es como actualmente se le conoce al mercado tradicional de Día de muertos. La palabra náhuatl tianquiztli significa, literalmente, tianguis o mercado movible, y en el pueblo se deriva de mixtianquiztli o mercado de nubes, haciendo alusión a la flor llamada nube, que es vendida y utilizada para los altares u ofrendas en la fiesta de Todos los santos, o Hueymiquiliztli. En el tianquiztli encontraremos flores de cempaxúchitl, de cresta de gallo o también conocidas como terciopelo, en colores blanco, amarillo, magenta y vino. Flores de siempreviva o inmortal, crisantemos, gladiolas, nardos, sanmigueles, pericón, oloxochitl blanca y morada, y por supuesto, la flor de nube. También se vende el dulce de calabaza en “tacha”, la conserva de tejocote o camote; los huacamotes, elotes, sandía de sereno, calabazas y chilacayotes; tamales de elote, nejo y de calabaza; mole verde y rojo, chocolate criollo en tablillas, rompope, atole de ajonjolí y blanco de grano; calaveritas coloridas de azúcar, chocolate y amaranto, velas, veladoras, cirios, incensarios, hornillas, copal e incienso. Además, papel china picado, servilletas de tela bordadas, huacales y botes chileros de hojalata como floreros y, por supuesto, el sabroso pan de muerto.

Tianquiztli: mercado tradicional de Día de muertos.
Tianquiztli: mercado tradicional de Día de muertos.

El pan de muerto

 

Tehuixtla es reconocido por su delicioso rompope, emblema de la gastronomía estatal, y también por su sabroso pan de muerto, añeja herencia de la bollería española que trajeron los conquistadores. Conforme ha pasado el tiempo, la preparación de este pan ha variado muy poco: es un pan de masa de harina de sabor neutro cocinado en horno de barro a fuego de leña; una vez cocido, se vuelve dulce sólo por el azúcar que se le espolvorea. Las caprichosas formas del pan de muerto son un agasajo para los sentidos. Tan sólo de verlas abren el apetito.

 

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Canasto de pan de Día de muertos.

En este tipo de pan, existen varias figuras antropomorfas que hacen referencia al cadáver de los difuntos; los llamados “muñecos” para el hombre y “muñecas” para la mujer, son espolvoreados con azúcar blanca si es para el altar de los niños, o con azúcar roja cuando es destinado a los adultos. Las formas de las muñecas se identifican por sus anchas caderas o por su terminación “boluda” o de falda, que las diferencia de las piernas que tiene el muñeco.

 

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Muñecos de pan.

Estos llamativos panes de formas antropomorfas son la representación tácita de los difuntos identificados por su sexo. Representan o rememoran la fuerza vital masculina y femenina. Los caprichosos decorados que tienen algunos de estos panes dependerán de la tradición, ingenio y maestría del panadero. Antes, por ejemplo, se les cruzaban los brazos.

 

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Pareja de muñecos.

Otros panes que se elaboran sólo en Día de Muertos son los de formas zoomorfas que representan animales como el conejo, el borrego, la víbora, la lechuza o tecolote y el venadito. Los fitomorfos son aquéllos que representan flores, hojas o motivos vegetales. A su vez, los mitomorfos aluden a formas míticas, como la luna, la noche, las carretillas y las hojaldras. Los amorfos, por su parte, son el ojo de pancha, el bolillo o pan francés.

 

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Variedad de panes de Día de muertos.

Las hojaldras tienen forma de media esfera. En la parte superior de ésta, se coloca una bolita, que representa un cráneo, y cuatro brazos de huesos llamados “canillas”. Las hay de diferentes medidas, de ajonjolí o embetunadas con azúcar rosa o blanca.

 

La panadería de temporada también incluye a los sabrosos tlaxcales, que son pequeñas galletas de maíz a las cuales se les marcan tres dedos, lo que les da su peculiar forma de surcos de tierra. También figuran las galletas conocidas como “fruta de horno”, con su forma de parietales y huesitos, o los “torciditos” de maíz tostado y canela, que hiciera famosos doña Elena Albarrán.

 

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Panaderas de Tehuixtla.

La primera panadería de Tehuixtla estuvo frente a donde ahora está la tienda Elektra, ahí aprendió don Moisés Velasco Uribe a hacer el pan cuando era niño y años más tarde fundó su propio horno en la colonia La Nopalera. Alfonso Campos abrió a principios del siglo XX la “Panadería Campos”, una de las más antiguas del pueblo y quizá la más reconocida por su famoso pan de “Don Poncho”. Con él aprendieron el oficio Nicolás Moctezuma, “el gorgojo”, y Víctor Jaime “el tejón”. Los hermanos Norberto Morales y Juan Morales llegaron a Tehuixtla cuando tenían 20 y 17 años, procedentes de San Miguel Salitre, Estado de México; ambos aprendieron el oficio de panaderos en Morelos y fundaron sus propias panaderías. Norberto en la calle Galeana del Centro y Juan Morales en la colonia Piedras Blancas. Don Juan vendía además su sabroso pan en las comunidades de Chisco, Río Seco y Vicente Aranda. Anselmo Obispo Olivares, don Chemo, aprendió a ser panadero con su tío Moisés Velasco, y durante muchos años tuvo frente al mercado su panadería, que era atendida por su esposa, doña Meche. Los hermanos Odilón y Evodio Jaime Romano tenían su expendio de pan en la calle Tlatelolco esquina con Narciso Mendoza. Cirilo Soriano el esposo de Emilia Albarrán, tenía su puesto de pan frente al centro social.

 

Doña Tomasita Lugo Neria y don Donato Cuevas Chávez, originario de Huitzuco, Guerrero, tuvieron su horno frente al parquecito; ahí llevábamos a cocer mi madre y yo los tlaxcales y el pan de muerto para la ofrenda. Todavía recuerdo el enervante aroma de ese pan recién horneado y del cacao tostado.

 

La ofrenda o altar de muertos

 

Tehuixtla tiene su peculiar forma de ofrendar, que retoma elementos mestizos de raigambre indígena y española. El altar está compuesto generalmente de tres niveles. Se coloca una mesa grande con blancos manteles deshilados de “bolillo”, sobre los que se ponen servilletas de tela con bordados florales o religiosos, con los nombres y fechas de nacimiento y muerte de los difuntos. Se hace un arco con varas de acahual, carrizo o caña. Al centro de la mesa, se sitúa un cajón, que se forrará con tela blanca o papel, donde se instalará la imagen de Cristo o el santo o la virgen de la devoción familiar, que simbólicamente ocupa el nivel más alto de la ofrenda. Justo debajo, estarán los retratos de los difuntos y, en el suelo, sobre un petate en el nivel inferior, se hará un camino con flores de cempasúchil, donde se pondrá una cruz hecha con la panoja de sorgo o de la cosecha de temporada. Al frente se ubican siete velas sobre un burrito de cama de otate. En la mesa se colocará fruta de temporada: manzana, plátano macho, mandarina, naranja, tejocote, etc., los guisos que en vida le gustaban al difunto, algunos gustos como gaseosas, cigarros o aguardiente, dulce de calabaza, conserva de camote o tejocote, arroz con leche; el pan de muerto de Tehuixtla con sus diversas formas, las tradicionales carretillas y los suculentos tlaxcales, sin olvidar las veladoras, las flores de nube y cempaxúchitl; un vaso con agua y una cazuelita con un poco de sal.

 

Se decora el fondo del altar al estilo de la levantada de la cruz: sobre los lienzos blancos espaciadamente con alfileres, se prenden hojas de espárrago con flores blancas o claveles rojos, así como algunos angelitos o querubines de papel. El moño negro hecho con una mantilla española irá al centro. En el cielo se coloca papel picado azul celeste o morado con sencillas formas de cruces o flores, además de estrellas doradas de diferentes medidas y palomas blancas. Al final todo se ahúma con resina de copal quemada con ocote en un pequeño incensario, al tiempo que se reza en familia un Padre Nuestro.

 

 

Los pasacalles de las ánimas

 

Antes la costumbre familiar era salir a pedir y cantar “la calaverita”. Los días 30 y 31, se reunían los adolescentes y niños en pequeñas comitivas disfrazados de ánimas y calaveras. Recorrían las calles del pueblo de puerta en puerta pidiendo pan. Para ello, entonaban “la calaverita” a capela o acompañados de alguna guitarra. Desde hace varios años, esta costumbre se retomó por iniciativa mía y del sacerdote Gregorio Tlapa, colocando estratégicamente cuatro ofrendas monumentales en el primer cuadro de la comunidad, las cuales son visitadas por los asistentes del pasacalle de muertos, disfrazados de muertos, catrinas y calaveras, mientras el cura hace responsos y bendice las ofrendas o altares. Durante el recorrido se cantan los versos de “la calaverita” y en ocasiones se acompaña con banda de viento o guitarras de rondalla.

 

Los versos de la calaverita

 

La calavera tiene hambre,
¿No hay un pedazo de pan?
No se lo acaben todo,
Déjennos la mitad.
¡Queremos pan!
¡Queremos pan!

 

¿Hay o no hay?
¿Hay o no hay?

 

Taco con chile,
Taco con sal,
La calavera
Quiere cenar.

 

La calavera quiere cenar
Cinco de dulce
Y cinco de sal
¡Sí no nos dan!
En el panteón… Lo pagarán…

 

Santa María, viene tú tía
Denle pancito hasta que se ría
Pan, pan pa’la calavera,
Pan, pan pa’la calavera.

 

¡De tanto cantar y cantar
Ya me duele la garganta
Porque aquí no saben dar
Esa agüita que ataranta.

 

 

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Familias y niños pidiendo la calaverita.

Cáete cadáver, pervivencias

 

Los rescoldos de la cultura indígena fueron remplazados por dones simbólicos en sus ceremonias y plegarias, amalgamando elementos del cristianismo y la cultura europea, sincretismos que aún hoy es posible reconocer, por ejemplo, en la devoción a las calaveras durante estos días. Nuestra cultura morelense se nutre de creencias, rituales, fe, humor, sueños y magia.

 

El Día de Muertos celebramos la vida, con verbenas populares, recordando a los parientes muertos de manera alegre pero respetuosa y hasta solemne. La mixtura de nuestras creencias data de tiempos coloniales, nuestra gente cálida y fraterna sigue sobreviviendo del campo y la ganadería que en otro tiempo fueron nuestro orgullo y fortaleza.

 

La fiesta de Todos los santos en Tehuixtla reluce nuestra generosidad y reconocimiento a la creatividad comunitaria, tener hambre no es pecado y menos cuando “se está bruja” (necesitado); el hambre y la sed rara vez matan a alguien, pero la glotonería y la bebida acaban con muchos, por eso es bueno compartir el pan y la sal de la mesa y por supuesto la fruta de la ofrenda.  

 

De mis abuelos paternos, al único que conocí fue a mi abuelo Filiberto Espín y apenas un breve tiempo; mi abuela Paulina murió cuando yo estaba recién nacido. Los padres de mi madre murieron cuando ella era jovencita. Jamás supe de las ternezas de ser nieto. Tuve la fortuna de conocer a mi bisabuela Febronia a quien de cariño yo le decía “Moñita”. La primera ofrenda que recuerdo fue la que pusimos en su honor, en casa de mi tío Félix Pineda. “Moñita” le encargó a mi madre, entre otras cosas, organizarle cada año su ofrenda, de ahí mi nostalgia por esta fiesta. Ojalá nunca olvide lo que me dijo una noche antes de encontrarla sin vida en su cama: “Mijo, al que se aleja lo olvidan, y al que se muere, lo entierran”.

 

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Panteón de Tehuixtla.
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Todas las fotos pertenecen al autor del artículo.

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