Emily Dickinson y la contemplación del abismo
Cuaderno de raya
Cuaderno de raya es una sección en la que participan estudiantes y personas interesadas en los fenómenos científicos, con textos que pueden ser de creación literaria (cuento, poesía, ensayo, varia invención), reseñas sobre películas y libros o textos breves en los que se exponga un punto de vista propio como parte de un ejercicio de reflexión en torno a algún tema científico. Si quieres saber más, conoce nuestra convocatoria permanente.
La experiencia consciente sigue siendo un enigma. No es posible situar la mente en un mapa del cerebro. Ésta posee múltiples conexiones que, por supuesto, suceden en el cerebro; sin embargo, no tiene una ubicación concreta. Ya ahí existe una abstracción. Los procesos cerebrales no son la geografía de lo que sentimos y experimentamos, pues la actividad eléctrica no demuestra nuestra experiencia inmediata.
En el verano de 1862, Emily Dickinson escribió: “The Brain— is wider than the Sky—” (El cerebro— es más amplio que el cielo—). La mente es tan profunda como la autora de este poema, quién dedicó su vida a la poesía en aislamiento, lo que le valió que fuera llamada “el mito de Amherst”. Tras la pérdida de dos amigos importantes, de la mano de la palabra, se refugió en su habitación para protegerse del mundo. La escritura fue prolífica y representó un consuelo. Ocasionalmente, paseaba en el jardín, sin compañía, como a ella le gustaba. Para 1870 nadie volvió a verla. Cuando murió su padre, no salió de la habitación para atender el servicio que sucedía en casa. Emily Dickinson habitó un mundo interior, se alimentó de poesía y, posteriormente, alimentó al mundo con ella.
The Brain—is wider than the Sky—
For—put them side by side—
The one the other will contain
With ease—and you—beside—
The Brain is deeper than the sea—
For—hold them—Blue to Blue—
The one the other will absorb—
As sponges—Buckets—do—
The Brain is just the weight of God—
For—Heft them—Pound for Pound—
And they will differ—if they do—
As Syllable from Sound—
Emily Dickinson, c. 1862
*
El cerebro— es más amplio que el cielo—
colócalos juntos—
contendrá uno al otro
holgadamente—y tú—también—
El cerebro es más hondo que el mar—
retenlos—azul contra azul—
absorberá el uno al otro—
como la esponja—al balde—
El cerebro es el mismo peso de Dios—
pésalos libra por libra—
se diferenciarán—si se pueden diferenciar—
como la sílaba del sonido—
¿Qué sucedía en la cabeza de Emily Dickinson que la llevó a cerrar sus puertas al exterior? ¿Cuáles eran esos demonios que la ensimismaban? ¿Podemos volver a leer su poesía y sentirnos más cerca de ella considerando nuestra propia experiencia del encierro? Su poema The Brain—is wider than the Sky— muestra el tema central de sus angustias. La mente en la poesía de Emily Dickinson es un grito impotente, oda a lo desconocido; plantea una situación compleja que traspasa el territorio de la fe, el misticismo y la creación.
A lo largo del poema, compara el cerebro (como referencia de la mente) con tres elementos: el cielo, el mar y Dios. Dichos términos son inmensurables y albergan una relación esencial: son profundos y misterios. ¿Es posible que la mente sea equiparable a la divinidad? ¿Será posible, dentro del universo dickinsoniano, que el cerebro sea un espejo del universo?
La poeta navegaba en el mar insaciable de su mente, conocía las ventajas y desventajas de viajar hacia sus adentros; si ello le bastó o encontró cierto refugio, no lo sabremos. Tal es el misterio que rodea la vida de la autora. Nos hace pensar en que, así como el universo resulta abismal e incierto, también nuestra cabeza es un sitio desconocido y sin límites.
¿Qué relación tenemos con el abismo? Abismo significa literalmente “sin fondo”. Cuanto más evoluciona la ciencia más incertidumbre nos genera la ignorancia; el conocimiento consigue escurrirse de nuestro alcance. Ahora bien, ¿no estamos acostumbrados a formar una idea de lo abismal según nuestra percepción de realidad?
Si vemos una montaña y queremos estudiarla, podríamos subir hasta la cima o bien, desde la falda, analizar los componentes de una piedra. Parece que tendemos a obviar algunas cosas simplemente porque se encuentran a nuestro alcance o porque son muy familiares. Por ejemplo, nuestros pensamientos (la voz de todos los días), parte inherente de lo que somos. ¿La mente podría ser el enigma más grande sobre el que recaen nuestras angustias?
De acuerdo con Dickinson, la mente es tan extensa que podría contener el cielo; de esa magnitud es el enigma del universo que llevamos dentro. La consciencia trae consigo el peso de Dios, diría Emily. La mente es pesada porque desconocemos mucho de lo que sucede en ella. Quizá sepamos más sobre la teoría del Big Bang y la creación del universo que sobre nuestra cabeza: la química del cerebro, enfermedades de la mente, los diferentes procesos, etcétera. La poeta invita a contemplar el abismo interior con la misma profundidad con que cuestionamos el exterior, lo expresa a través de los elementos que podemos encontrar en la naturaleza. Es importante alimentar el cuestionamiento de aquello que, hasta hoy, seguimos sin comprender.
No podemos dejar de lado otro poema importante de Emily Dickinson en el que aborda el mismo tópico desde un ángulo distinto:
I felt a Funeral, in my Brain,
And Mourners to and fro
Kept treading—treading— till it seemed
That Sense was breaking through—
And when they all were seated,
A Service, like a Drum—
Kept beating—beating—till I thought
My mind was going numb—
And then I heard them lift a Box
And creak across my Soul
With those same Boots of Lead, again,
Then Space—began to toll,
As all the Heavens were a Bell,
And Being, but an Ear,
And I, and Silence, some strange Race
Wrecked, solitary, here—
And then a Plank in Reason, broke,
And I dropped down, and down—
And hit a World, at every plunge,
And Finished knowing—then—
*
Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose — arrastrándose — hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente —
y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor —
comenzó a batir — a batir — hasta que pensé
que mi mente se volvía muda —
y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio — comenzó a repicar,
como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí —
y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí —
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo — entonces—
Estos versos aportan un nuevo punto de análisis. El primer poema habla de la potencia de la mente, pero I felt a Funeral, in my Brain entra en juego con la oscuridad. Fue escrito en 1861, no hay mucha distancia entre las fechas, sin embargo, aquí la autora crea un espacio para hablar de la mente como enemiga. Aquí hay naufragio, pérdida, aquí hay muerte. El contraste entre ambos poemas es sensacional.
Por supuesto que, al vivir en el abismo, siempre es posible perderse. Como cualquier imagen o metáfora, el mar puede ser calmo, pero también agresivo y ser representación de la perdición. El tono de este poema descansa en la voz: ¿desde y hacia dónde voy con esta reflexión? La destreza para transformar imágenes y crear perspectivas múltiples sobre el mismo concepto refleja la maestría de la pluma de Emily.
La dimensión espacial en el poema es concreta. De inmediato nos ubica en un funeral. He ahí la destreza poética: en su cerebro. De principio a fin vemos la ceremonia. Al inicio los dolientes, luego la gente tomando asiento en el servicio, la caja o el ataúd, las campanas y finalmente la muerte abrupta que silencia la voz a mitad del verso. Durante toda la ceremonia, la sonoridad de las palabras se convierte en una imagen que forma parte del ambiente fúnebre, como los tambores, las campanas, el crujir de la madera y finalmente el silencio. Se trata de un juego donde la imagen, la forma y el fondo del poema juegan con los sentidos, y hacia el final sucede la caída.
Quizá la autora estaba aludiendo a la pérdida del sentido, ¿o era la adquisición del conocimiento? En cualquier caso, irrumpe la continuidad del verso. ¿Entonces qué? ¿Qué le sucedió a la voz para detenerse súbitamente? ¿Fue un golpe letal?
El poema concluye de manera accidentada. ¿Se imaginan los lectores por qué? Recordemos que en los versos anteriores se precipitaba a una caída inminente. ¿La muerte puede traer consigo la luz del entendimiento? Sólo quien se refugia en sí puede saberlo.
Portada: Fotografía de una de las páginas del herbario de Emily Dickinson / Universidad de Harvard.
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