El costo de ser un verdadero hombre

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El costo de ser un verdadero hombre

Ser Humano

El costo de ser un verdadero hombre

 

Los deseos de Andrés

 

Dicen que aquellos que nacen en Luna llena, cuando en ningún lugar de la Tierra sopla el viento, reciben el don inapreciable de tener un hada madrina. Y que ésta les concede un deseo cada diez años. Al cumplir 17 años, Andrés se internó por primera vez en el bosque al encuentro de su hada madrina. Le pidió un deseo: ser un hombre. Ella le dijo que ya lo era. A lo que él contestó que quería ser un gran guerrero, y el hada se lo cumplió.

 

Durante diez años, Andrés derrotó ejércitos, rindió fortalezas inexpugnables, mató hombres de todos los colores y tamaños y fue aclamado por miles de soldados como el más hábil y fuerte luchador. Sin embargo, siempre terminaba sintiendo que no le alcanzaba, que no llegaba a convertirse en un hombre de verdad. No lo entendía.

 

Cuando volvió a encontrarse con el hada ésta lo halló triste. Andrés deseó entonces tener poder, que todos lo obedecieran. El hada madrina lo dotó de riqueza para comprar y sobornar, de astucia para juntar y dividir y de la indiferencia suficiente para no sentir jamás escrúpulos. Así pasó una década, pero tampoco funcionó.

 

La siguiente vez deseó ser un sabio prestigioso y así fue. Los científicos lo escuchaban con el silencio más respetuoso y no sólo los reyes le pedían consejo, sino también los jóvenes amantes, que es mucho más difícil. Pero seguía inquieto. No estaba seguro de que ser sabio fuera lo que distingue a un verdadero hombre. Entonces se encontró con el hada.

 

–Deseo cuidar y proteger a una mujer y a una descendencia numerosa –pidió Andrés.

 

–¡Necesitarías más de diez años! –dijo el hada madrina–. Pero bueno, veré que puedo hacer.

 

Durante 10 años mantuvo a sus hijos con su trabajo y los protegió con su fuerza e inteligencia. Pero al encontrarse de nuevo con su hada madrina se dio cuenta de que tampoco era por ahí.

 

–Quiero ser todo un hombre. Quiero conquistar muchas mujeres –dijo.

 

El hada madrina suspiró.

 

–Podrías haber pensado eso hace unos años. Me hubiera resultado más fácil que ahora, pero… ok.

 

Cuando se alejaba, Andrés oyó que le llamaba el hada.

 

–¡Andrés! Supongo que también querrás ser un amante excelente y todo eso. Antes de que me lo tengas que pedir dentro de diez años más, te lo concedo ahora.

 

Andrés se marchó agradecido y antes de salir del bosque encontró a una bella campesina que al verle suspiró. Y se iniciaron así diez años en los que Andrés gozó de los favores de más campesinas y de princesas, de parteras y curanderas, de sencillas amas de casa y complejas doncellas. Al final, no parecía feliz y el hada se lo hizo notar.

 

–Eso no es ser un verdadero hombre –respondió Andrés.

 

–¿Qué quieres, pues, ahora?

 

–Eso. ¡Ser un verdadero hombre! ¡Un hombre auténtico!

 

–Mira, ¿por qué no te olvidas de eso? Has matado, has oprimido, has reprimido, has abandonado, has causado dolor y has fregado buscando ser un verdadero hombre. Y no has sido feliz. Puedo concederte que seas feliz.

 

–No quiero ser feliz –dijo–. Lo que quiero es ser un verdadero hombre.

 

–Pues, mira, hijo –contestó el hada madrina–, entonces vete al carajo. [1]

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Somos cultura

 

Desde que tengo memoria he vivido con una sensación de autonomía respecto a lo que creo, pienso y hago. He dicho y hecho conforme a mis deseos y mi sentido de responsabilidad, creyendo que sólo yo tengo influencia sobre lo que decido. Un poco absurdo, ¿no? Esto me hace pensar en lo fácil que es pasar por alto que nuestro comportamiento depende, en gran medida, de lo que es común o normal en nuestros círculos sociales y menos de lo que podríamos elegir o conocer conscientemente [2].

 

Gran parte de esto se debe a la cultura y ocurre mediante varios procesos. Creo que todos alguna vez hemos escuchado mencionar la palabra cultura. Podemos entenderla como nuestras costumbres, tradiciones, valores y creencias, como el Día de Muertos, la quema del castillo en las fiestas patrias y el Grito de Independencia. Sin embargo, no sólo se trata de las características que nos distinguen de otros: la cultura son los hábitos, las rutinas y actitudes que nos heredan, las formas de organización a nivel social, salud, educativo y político, conformadas por los significados, ideas y simbolismos que nos heredan, y esto es construido y compartido por los miembros de la comunidad.

 

En el transcurso de nuestra vida aprendemos el significado de las cosas que nos rodean, la idea del “bien” y del “mal”, si algo es bien visto o si se nos permite realizar ciertas acciones, qué es un hogar, un amigo, qué son los sentimientos y quiénes son la autoridad; aprendemos cómo relacionarnos con nuestros padres, compañeros, maestros, jefes, etcétera. O temas como el lenguaje, la comunicación y los roles esperados para hombres y mujeres.
Ya sé… son muchos puntos, ¿no? Hasta parece un poco abrumador. Podríamos pensar: “¿en qué momento?” o “yo no tengo idea de todo eso”. Lo interesante es que estos aprendizajes suceden en nuestro día a día, en lo cotidiano, mientras convivimos y nos relacionamos. Se integran a nuestra forma de ser y pensar, construyen nuestra personalidad, con la influencia de las experiencias de nuestra vida, de la familia, amigos, vecinos, compañeros de escuela, del equipo deportivo o grupo religioso al que pertenezcamos. A este proceso se le conoce como socialización y es una forma en la que la cultura se va integrando a nosotros [11].

 

Nos integramos culturalmente a la sociedad, adoptando por ejemplo las creencias y valores familiares: en la casa “al papá se le respeta” y es el proveedor; las niñas visten de rosa y los niños de azul; las niñas juegan con muñecas, hornitos mágicos o a la maestra y el niño con carritos, la pelota y a los “policías y ladrones”; el hombre sale a trabajar y las mujeres son amas de casa. Vemos papás que no lloran y cuando su hijo lo hace, lo regañan y dicen que “eso es de viejas” que “los niños no lloran”. Se nos enseña, en los cuidados personales, que la mujer debe verse bonita, arreglarse, peinarse maquillarse e invertir tiempo en eso. Por el contrario, al hombre, a ser práctico, se bañan rápido y listo. Estos son estereotipos de género, que dependerán según la cultura. Y como vemos los vivimos como mandatos, como cosas que tenemos que hacer y ser para “encajar”.

 

Los machos son muchos

 

Nadie nace aprendiendo a ser hombre ni mujer, pues el sexo, entendido como los órganos reproductivos, no explica cómo llegamos a ser. Por el contrario, esto tiene que ver con los aprendizajes de género, es decir, con aquellos atributos, características y comportamientos a través de los cuales mujeres u hombres construyen su feminidad y su masculinidad [7], que, aun cuando tienen una serie de rasgos comunes, pueden ser distintos según la cultura.
La masculinidad dominante es hegemónica y patriarcal, es decir, un modelo de comportamiento masculino que se impone culturalmente y origina una situación de desigualdad: este tipo de masculinidad conlleva a una posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres. Y además promueve un modelo de hombre fuerte, arriesgado, varonil, seductor y seguro, aunque sus actos sean violentos o agresivos [8].

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La masculinidad dominante nace a partir de ese conjunto de ideas, con las cuales la sociedad define la forma en que los hombres deben ser y actuar. Este mismo proceso también ocurre con las mujeres: la cultura proporciona una expectativa de la feminidad. Una característica del sistema cultural en México (y en otras partes del mundo como Latinoamérica) es que otorga un estatus de superioridad a los hombres y de minoría a todo lo que no es considerado masculino. A esto se le conoce como patriarcado e influye tanto en lo social como en lo económico, lo político e histórico [9].

 

El patriarcado se construye principalmente en oposición a lo femenino, que representa lo que se desea dominar. Es una estructura de poder y control, sostenida por el machismo, la monogamia y las normas impuestas respecto a nuestra orientación sexual como las únicas formas aceptadas de relacionarse.

 

En este sentido, se ha edificado un modelo de masculinidad dominante que establece que los hombres deben ser: racionales, fuertes, valientes, intrépidos, que deben tomar siempre la iniciativa para conquistar a las mujeres y tener una hipersexualidad. Es decir, el “macho alfa lomo plateado” que todos conocemos.

 

En esta cómica escena de la serie The big bang theory podemos verlo, el suegro de Leonard (uno de los protagonistas), le da la razón y lo compara con un semental y de pronto Leonard infla el pecho y se siente mejor al escucharlo, es para él un comentario de mucho valor y algo de lo cual enorgullecerse, además refleja el pensamiento tradicional masculino de que el hombre macho debe “esparcir su semilla” y que entre más hijos tenga más honor y más hombre es.

 

Y nos lo presentan desde la infancia con caricaturas como Johnny Bravo: musculoso, gracioso y galán, intentando siempre conquistar a las mujeres hasta el punto del acoso, o Popeye, un hombre varonil que busca pelea y cuenta con la fuerza de enfrentar y luchar para proteger a su mujer.
Estos atributos conforman estereotipos de género que funcionan como etiquetas con las que se juzga el comportamiento y los roles que deben desempeñar hombres y mujeres en distintos espacios: la casa, la familia, las relaciones, el trabajo, la política y el arte.

 

Es por eso que se dice que los hombres, por el hecho de serlo, son mejores para desempeñar actividades o profesiones como: científico, mecánico, piloto, político, jefe de familia o en un puesto laboral y sus tareas se concentran fuera de casa, orientadas a trabajar para proveer el bienestar económico a las familias y/o lograr poder público. En la serie Bojack Horseman se hace una sátira a varios temas controversiales de la actualidad, entre ellos los estereotipos de género de forma graciosa pero impactante nos enseña estereotipos que aún muchas personas conservan, por ejemplo: que el papá es el que debe mantener a la familia, casi no está en casa, no tiene mucho contacto con los hijos o que las mujeres deben cuidar su imagen, cuidar lo que comen, ser sumisas y amables. Entre muchos, muchos otros.

 

Las actividades que son atribuidas según si se es hombre o mujer, son conocidas como roles de género y las tomamos como tan “normales” en nuestra sociedad que es común escuchar que una persona realiza determinada acción sólo por su sexo. Creemos que las mujeres son y deberían ser buenas cocinando, lavando, cuidando a la familia y en general en todas las actividades del hogar, y los hombres son y deberían ser buenos en dirigir, tomar decisiones, proveer a su familia y cualquier cosa fuera de las actividades domésticas, a los hombres solteros se les identifica como libres, y que sólo buscan divertirse; ahí tenemos a Tony Stark (Iron Man), un hombre rico, muy inteligente, con poder y mujeriego que se le dificulta el compromiso y sin embargo es un superhéroe.

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Entonces, ¿cómo se aprende a ser hombre? Parte de la respuesta surge cuando se adoptan estos mandatos o “reglas de oro” [3] de la masculinidad, que el sistema patriarcal espera que se cumplan. De esta forma, los hombres se afirman y acatan los mandatos de la “corporación masculina” (grupo de hombres) que los certifica como tales [4].

 

Las ideas sobre qué se debe hacer para ser hombre se reciben a través de distintos espacios e instituciones: en redes sociales, la escuela, la televisión, con amigos o compañeros, entre otros. ¿Alguna vez has escuchado el típico comentario “tú no puedes jugar con muñecas porque eres niño”?, o “¿ya vas a llorar? ¿Eres niña o qué?”, comúnmente dichos por familiares. Eso es parte de la educación de género que recibimos.

 

Las figuras masculinas cercanas como los abuelos, papá, hermanos, amigos, influyen directamente en cómo se enseña y aprende a “ser hombre”. Pero también nuestras mamás, hermanas, amigas y parejas aportan, ya que de igual manera fueron criadas bajo esas ideas y esperan un hombre protector, fuerte, varonil y proveedor.

 

Yo tengo un hermano, y un día platicando con él me dijo que en una ocasión notó a su novia incómoda al ver que él sentía muchas ganas de llorar. Entonces comenzó a reflexionar que constantemente ella acudía a él para sentirse mejor y desahogarse y él la abrazaba y la escuchaba. Era soporte de ella cuando se sentía mal. Guardó silencio un momento y me dijo con su voz entrecortada: “a veces uno también necesita que lo sostengan”.

 

Desde el sistema patriarcal parecería sencillo responder a la pregunta de qué significa “ser hombre”, afirmando que los hombres se distinguen por su virilidad, fuerza o valentía, por esa imagen de tener todo siempre bajo control, pero no es suficiente, porque las expectativas sociales les dicen a los hombres, por lo menos en México, que no basta con ser hombre, sino que además hay que ser muy hombre o un hombre de verdad (como en el cuento que les conté al inicio) con tal de continuar perteneciendo a la “corporación masculina”, que no es otra cosa que seguir en el poder, con el apoyo de “los compas”: ser parte.

 

El que no brinque es macho

 

Seguir este mandato para demostrar a todo mundo que se es un “verdadero” hombre es riesgoso para las mujeres, para otros hombres e incluso, para el propio hombre que aún considera que ser agresivo y violento es parte de su masculinidad.

 

Es evidente que los mandatos de la masculinidad dominante tienen muchas formas para manifestarse y provocan consecuencias negativas, pues la mayoría de éstas se ejercen en contra de las mujeres basándose en la idea de que los hombres valen más.

 

La característica más destacable de la violencia que acompaña al modelo de masculinidad dominante, como lo ha reiterado Benno de Keizer [5], es que los mismos hombres no la vean como un gran riesgo, y que se extiende hacia tres vertientes: hacia el hombre mismo: descuida su salud, tiene malos hábitos, ignora su malestar o reprime sus emociones; hacia los otros hombres: por ejemplo las agresiones y discriminación contra hombres que, desde el juicio de la masculinidad hegemónica, no cumplen con los estándares de hombría o masculinidad, es decir, hombres afeminados, gays, travestis, transexuales, etcétera; y hacia las mujeres: perpetuando la situación de desigualdad, al ser sexistas, agrediendo de forma física, psicológica, económica, sexual, entre muchas más.

 

La lista de ejemplos sobre el dominio masculino, la violencia que genera y los privilegios que la masculinidad dominante da a los hombres, es larga. Sin embargo, es necesario mencionar que, en palabras de Pierre Bourdieu [6]: “El privilegio masculino no deja de ser una trampa y encuentra su contrapartida en la tensión y la contención permanentes, a veces llevados al absurdo, que impone en cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad”. Que en pocas palabras nos dice: gozarás de privilegios a costa de una constante tensión y represión, al intentar seguir siendo “un verdadero hombre”.

 

Creo que Rita Segato fue muy certera en su reflexión… Bourdieu nos ayuda entender que tal vez las principales víctimas de este modelo de masculinidad sean aquellos hombres que, aun en la actualidad, siguen tratando de ajustarse y pertenecer a ese modelo [6].

 

Podemos notar cuales son las implicaciones de ser un verdadero hombre, cuando por demostrar su hombría se realizan conductas temerarias y violentas que tienen como consecuencia provocar y/o sufrir accidentes, lesiones por peleas, mayor consumo de sustancias; asimismo, los roles estereotipados de género los llevan a negar su vulnerabilidad y sus problemas de salud; no hay detección primaria de enfermedades, por ejemplo del cáncer de próstata o infecciones de transmisión sexual (ITS), les es difícil pedir ayuda, así como incorporar medidas de autocuidado, por miedo a verse menos machos.

 

Recuerdo a mi abuelo cuando estaba “echándole mecánica al carro”, diría él. En ocasiones lo hacía con cortaduras o heridas en las manos, pero no dejaba de trabajar, no podía hacer una pausa para atenderse, incluso si mi abuela quería lavarle o cubrir la herida se molestaba y le decía: “no es nada, no me pasa nada”, aun cuando era evidente que le dolía, o que al estar en contacto con tierra y aceite podría infectarse. Este tipo de conductas ha elevado la tasa de mortalidad por enfermedad y accidentes [12].

 

Otra implicación es el hecho de limitar fuertemente las expresiones del cuerpo y de los propios deseos por temor a ser señalado de “poco hombre” o de “maricón/joto”. Lo que puede estar relacionado con los altos índices de suicidio, estrés, ansiedad, depresión [12].

 

Actualmente, hay diversas maneras de ejercer una masculinidad alejada de estos mandatos. Kronk, personaje de Las locuras del emperador, nos muestra un modelo de hombre que se permite sentir y mostrarse vulnerable, expresar cariño y gentileza, que se sale de los roles marcados en la masculinidad tradicional:

O Bob Esponja, que nos enseña a mostrar amor y apoyo a nuestros amigos; en Gravity falls, Dipper se preocupa y cuida a su hermana pero también la motiva y apoya para lograr sus metas; en Las chicas superpoderosas vemos lo que casi nunca se representa, un papá soltero que lleva las tareas del hogar y apoya a sus hijas para ser mujeres poderosas y gentiles, y Timmy Turner de los Padrinos mágicos, que siempre esta vestido con su camisa y gorra color rosa, hace ver que no, los niños no son menos hombres por no usar ropa azul o por vestir de rosa [10]. Estos ejemplos visibilizan algunos modelos de masculinidades distintas que ayudan a romper con los mandatos de la masculinidad dominante y permiten crear relaciones más saludables y felices, principalmente con uno mismo [12].

 

Salirse del molde no es un ejercicio sencillo, implica ir contra corriente. Yo como mujer me esfuerzo por romper los estereotipos que tengo arraigados, e intento ayudar a construir y brindar espacios para la vivencia de nuevas masculinidades. Pienso nuevamente en mi hermano, y anhelo un mundo donde llorar no te haga menos hombre, donde ya no tengas que resistir para demostrar, donde no tengas que lastimar para ser.

El costo de ser un verdadero hombre

Referencias


[1] Adaptación del relato de Josep-Vicent Marques.
[2] Voestermans, P., & Verheggen, T. (2013). Culture as Embodiment: The Social Tuning of Behavior. Wiley Blackwell.
[3] Kimmel, Michael. La masculinidad y la reticencia al cambio. LETRA S de La Jornada, México, abril 8 de 1999.
[4] Instituto Nacional de las Mujeres. (2022). Masculinidades: modelos para transformar. http://puntogenero.inmujeres.gob.mx/mmpt.html
[5] Rivas Sánchez Héctor Eloy. (2005). ¿El varón como factor de riesgo? Masculinidad y mortalidad por accidentes y otras causas violentas en la sierra de Sonora. Estudios Sociales. Revista de Alimentación Contemporánea y Desarrollo Regional [en línea], 13(26). https://www.redalyc.org/articul o.oa?id=41702602
[6] Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina (ANAGRAMA).
[7] López, A.M. (2008). Masculinidad y emociones: la ansiedad, la tristeza y la vergüenza en hombres desempleados en la ciudad de Saltillo (tesis doctoral). Universidad Autónoma de Nuevo León, San Nicolás de los Garza, Nuevo León.
[8] Secretaría de Relaciones Exteriores. (2016). Masculinidad hegemónica vs masculinidades igualitarias. https://www.gobser/sre/articulos/masculinidad-hegemonica-vs-masculinidades-igualitarias
[9] Puleo García, A. H. (2005). El patriarcado: ¿una organización social superada? Temas Para El Debate, 133, 39–42. http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1369091&info=resumen&idioma=SPA
[10] Ilse Velez. (2021). Caricaturas que nos enseñan sobre masculinidades positivas. The Happening. https://thehappening.com/caricaturas-masculinidad-positiva/
[11] Berríos, S. (2005). Cultura y Socialización. Realidad y Reflexión: El Salvador, Centroamérica. N°15.
[12] Varones y masculinidad(es). (2019). Herramientas pedagógicas para facilitar talleres con adolescentes y jóvenes. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

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