El apocalipsis bacteriano
Cuaderno de raya
Cuaderno de raya es una sección en la que participan estudiantes y personas interesadas en los fenómenos científicos, con textos que pueden ser de creación literaria (cuento, poesía, ensayo, varia invención), reseñas sobre películas y libros o textos breves en los que se exponga un punto de vista propio como parte de un ejercicio de reflexión en torno a algún tema científico. Si quieres saber más, conoce nuestra convocatoria permanente.
Un fuerte grito me despierta alarmada. Veo por la ventana un desfile de personas enfermas: algunos vomitan, otros tienen podridas algunas partes del cuerpo, y unos sencillamente ya no pueden caminar y caen en medio de la multitud, mientras los demás pasan sobre ellos… De algo estoy segura, no son zombies, sólo han perdido su aspecto humano. ¿A dónde se dirigen? Salgo del cuarto y busco a mi familia. Encuentro a mis padres escuchando la radio en la sala, alguien anuncia que el fin del mundo ha llegado y la desaparición de la humanidad es cuestión de tiempo. Un miedo inexplicable me invade, vuelvo a acércame a la ventana, veo el cielo: hay helicópteros sobrevolando la ciudad. La gente llora, los niños gritan, los perros ladran nerviosos. De pronto, siento una mano cálida en mi hombro…
Me he desmayado. Mi madre me incorpora y pregunta si estoy bien. Asiento con la cabeza, aferrándome a la idea de que se trata de una pesadilla. Pero no lo es. ¿En qué año estoy? 2050 [1], claro, y aún no hay autos voladores ni máquinas del tiempo. Pienso en las películas del cine de catástrofe, esas que vieron mis abuelos, como 2012, en donde se especulaba que el fin del mundo ocurriría con grandes terremotos y enormes tsunamis; pero aquí, en el breve y amplio espacio de las posibilidades, la causa son unas criaturas microscópicas con las que hemos estado en contacto desde el origen de los tiempos: las bacterias.
Mientras divago con estas ideas, mi mamá me pide que encienda la tele. En las noticias, La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que mueren más de 10 millones de personas al año debido a infecciones con bacterias resistentes a múltiples fármacos [1] y que esta cifra se encuentra en alarmante aumento. Explican también que “multirresistencia” es un término que se utiliza cuando una bacteria, o un conjunto de ellas, es capaz de sobrevivir a varios tipos de fármacos, y hablan sobre la ineficacia de los antibióticos para tratar infecciones, cosa que se advertía varias décadas atrás, sobre todo en hospitales, donde las bacterias están expuestas a distintos antibióticos y podían adquirir resistencia a varios de ellos.
Todo esto me recuerda al tío Raúl. Los doctores le decían que era un paciente inmunosuprimido, es decir, tenía su sistema inmunológico débil y era propenso a enfermarse con facilidad; igual que él, otros pacientes tenían el sistema inmune debilitado a causa de distintos padecimientos, como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), el cáncer, la diabetes, o la desnutrición [2]. Mi tío se infectó con bacterias multirresistentes, fueron la causa de su muerte el año pasado. Y así como el tío Raul cambió a un estado de materia inerte, todo ha cambiado aquí también.
Recuerdo las épocas felices de mi infancia. No se parecen en nada con la actualidad. De niña, junto a mis amigos, imaginábamos ser astronautas y que recorríamos el universo entero. Ahora usamos trajes similares a los de un astronauta, pero no por haber llegado al espacio, sino porque las personas enferman con tan sólo salir al aire libre. Por ello necesitamos usar un traje amarillo estéril, guantes, botas y un casco equipado con un sistema de tuberías que permiten la filtración del aire. Las infecciones por bacterias multirresistentes son cada vez más agresivas y, una vez enfermo, no hay cura.
A punto de apagar el televisor, mencionan un posible tratamiento. Eso recobra en mí el interés y, sobre todo, la esperanza. El reportero lo llama péptido antimicrobiano –en el cintillo del noticiero se leía AMP, por sus siglas en inglés (antimicrobial peptides)–. Le subo el volumen y les pido a todos que pongamos atención.
AMP, ¿los superhéroes?
Mi familia está reunida escuchando al reportero, dice que los “AMP” son péptidos pequeños. “¿Que son qué?”, pregunta mi mamá. El reportero trata de explicar el término: “péptidos” se refiere a una serie de aminoácidos unidos entre sí que forman una cadena pequeña [3]; cuando esta cadena es más larga y compleja se le conoce como proteína. Yo le explico a mi familia: es como las cuentas de un rosario, cada cuenta es un aminoácido, y al conjunto de todas, se le llama péptido. De esta manera, los AMP están formados por alrededor de 5 a 50 aminoácidos [4] (o cuentas). El reportero dice: “la manera en que actúan los AMP se relaciona con el dicho popular ‘polos opuestos se atraen’. Visualicemos al péptido antimicrobiano perdido en un enorme aeropuerto con un gran imán de carga positiva, y a la bacteria con un gran imán de carga negativa. A pesar de todo el tráfico exterior, ellos se encontrarían en algún momento, esto enlazaría al péptido a la membrana bacteriana y, una vez unidos, el AMP haría agujeros en las bacterias, es decir, las eliminaría como si un proyectil hiciera grandes hoyos en los muros de una construcción”.
El reportero entrevista a un doctor especialista. Éste comenta que los AMP también trabajan en conjunto con el sistema inmunológico [5], pues regulan la inflamación y detienen la “fábrica” interior de la bacteria, esta fábrica les provee de energía y es necesaria para mantenerlas con vida; cualquiera que sea el escenario, la bacteria muere. Todos estos efectos suenan catastróficos para las bacterias, ¿cómo es que los AMP no afectan a las células humanas? El especialista menciona que esto se debe a que las células humanas tienen cargas negativas, pero en mucho menor proporción que las células bacterianas [5]. Por ello los AMP no se unen a las células humanas de forma eficiente y no causan daño, más bien su función es brindar protección, no sólo contra bacterias, sino también protozoos, hongos y virus, antes de que causen enfermedades [6].
Una reliquia evolutiva
Pienso en las palabras de Marco Tulio Cicerón: “La naturaleza ha puesto en nuestras mentes un insaciable deseo de ver la verdad”. Y justo ese deseo de verdad al que se refiere Cicerón es el que nos motiva a hacer nuevos descubrimientos y a intentar entender la complejidad de lo que nos rodea. Vuelvo a concentrarme en el especialista en la tele, comenta que los AMP se encuentran en todas las formas de vida en la Tierra, además, son muy diversos, dado que evolucionaron a lo largo de millones de años [4], lo que me hizo pensar en que formaron parte de los dinosaurios y su sistema inmunológico. Menciona además que se descubrieron en 1939 por René Jules Dubos, quien nombró al primer péptido antimicrobiano como gramicidina, y resultó eficaz para el tratamiento de heridas de la piel y úlceras [6]. Después de eso toda una serie de AMP fueron descubiertos; por ejemplo, el primer AMP de origen animal del que se tiene reporte se obtuvo en 1956, a partir de los glóbulos blancos, o leucocitos, de la sangre de conejos, y se nombró defensina [6].
El reportero explica que los AMP pueden actuar contra una bacteria en particular o contra un conjunto de bacterias distintas; también se pueden utilizar en combinación con antibióticos convencionales para aumentar su eficacia [7]. Otra característica importante de los AMP es su rápido efecto letal. Algunos pueden matar en segundos tras el contacto inicial con la membrana bacteriana [8], limitando así el tiempo de vida de la bacteria y, por lo tanto, frenando el apocalipsis de las bacterias multirresistentes.
Tanta información casi me hace olvidar lo que ocurre afuera, en la ciudad, la gente caminando como sonámbula. Mientras busco comida enlatada en un cajón, encuentro una revista vieja que guardaba el tío Raúl sobre el abuso y uso irracional de los antibióticos. Mi mente empieza a divagar nuevamente, ¿antibióticos, péptidos antimicrobianos? Ya no hay tiempo de pensar, estalla un ruido ensordecedor en la ciudad, estamos en estado de alarma, las bacterias multirresistentes están acabando con la humanidad.
Miro por la ventana los cadáveres putrefactos y mis ojos no alcanzan a contar tantos bultos. Un desfile de enfermos se dirige al hospital general de la ciudad colindante, pero todo está saturado, ¿que conseguirán? Esperen, ¿esto lo he visto antes? Alguien toca a la puerta y pide ayuda de manera desesperada. Comienza a golpearla, escuchamos cómo el cerrojo se rompe, nos arrinconamos en la sala…
Veo la escasa carne pálida en sus huesos expuestos y sus llagas supurantes. En medio de la desesperanza, recuerdo las palabras de Marie Curie: “dejamos de temer a aquello que se ha aprendido a entender”. Pienso que no hemos aprendido nada sobre el alcance de este problema llamado “bacterias multirresistentes” y temo, temo mucho.
El hombre está desesperado, busca en los cajones algún medicamento. Yo intento explicarle lo que acabo de escuchar en la televisión, el me ignora por completo y sigue aventando cajones por doquier. Le digo a gritos que aún hay esperanza, que los AMP nos ayudarán en esta cruel lucha bacteriana, sólo tenemos que resistir un poco más. Él se da media vuelta y me ve con los ojos más tristes que he visto jamás, se acerca a mí, toma mi cara en medio de sus dos manos, sus grandes y enigmáticos ojos intentan decirme algo, y sólo entonces dejo de tener miedo.
Referencias
[1] Mwangi, J., Hao, X., Lai, R., & Zhang, Z.-Y. (2019). Antimicrobial peptides: new hope in the war against multidrug resistance. Zool. Res., 40(6), 488–505. https://doi.org/10.24272/j.issn.2095-8137.2019.062
[2] Diccionario de cáncer del NCI. Instituto Nacional del Cáncer. https://www.cancer.gov/espanol/publicaciones/diccionarios/diccionario cancer/def/inmunodeprimido
[3] Péptido, NHGRI. Genome.gov. https://www.genome.gov/es/genetics-glossary/Peptido
[4] Biswaro, L. S., da Costa Sousa, M. G., Rezende, T. M. B., Dias, S. C., & Franco, O. L. (2018). Antimicrobial Peptides and Nanotechnology, Recent Advances and Challenges. Frontiers in Microbiology, 9(MAY), 1–14. https://doi.org/10.3389/fmicb.2018.00855
[5] Lei, J., Sun, L. C., Huang, S., Zhu, C., Li, P., He, J., Mackey, V., Coy, D. H., & He, Q. Y. (2019). The antimicrobial peptides and their potential clinical applications. American Journal of Translational Research, 11(7), 3919–3931.
[6] Bahar, A. A., & Ren, D. (2013). Antimicrobial peptides. Pharmaceuticals, 6(12), 1543–1575. https://doi.org/10.3390/ph6121543
[7] Magana, M., Pushpanathan, M., Santos, A. L., Leanse, L., Fernandez, M., Ioannidis, A., Giulianotti, M. A., Apidianakis, Y., Bradfute, S., Ferguson, A. L., Cherkasov, A., Seleem, M. N., Pinilla, C., de la Fuente-Nunez, C., Lazaridis, T., Dai, T., Houghten, R. A., Hancock, R. E. W., & Tegos, G. P. (2020). The value of antimicrobial peptides in the age of resistance. The Lancet Infectious Diseases, 20(9), e216–e230. https://doi.org/10.1016/S1473-3099(20)30327-3
[8] Lazzaro, B. P., Zasloff, M., & Rolff, J. (2020). Antimicrobial peptides: Application informed by evolution. Science, 368(6490), eaau5480. https://doi.org/10.1126/science.aau5480 Frontiers in Microbiology, 9(MAY), 1–14. https://doi.org/10.3389/fmicb.2018.00855
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