Crónica de una cosecha de café: una mirada al trabajo de la mujer campesina

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Crónica de una cosecha de café: una mirada al trabajo de la mujer campesina

Ser Humano

Crónica de una cosecha de café: una mirada al trabajo de la mujer campesina

31/08/2021

Entre abril y mayo de 2020, ante la amenaza de la Covid-19, autoridades de 17 comunidades en la microrregión de la Sierra ubicada al interior de la Reserva de la Biosfera La Sepultura, en el municipio de Villaflores, Chiapas, acordaron junto con sus pobladores, restringir el acceso de personas ajenas. Durante un mes, dos personas de cada comunidad fueron comisionadas para hacer guardia en la entrada de la Sierra, conocida localmente como “El Panal”. 34 personas, turnadas diariamente, estuvieron cuidando día y noche para evitar la entrada de visitantes. Durante este periodo, las mujeres tuvieron un papel protagónico, pues cada una de ellas se encargaba de enviar desayuno, comida, cena y cambio de ropa a sus esposos, mientras éstos permanecían en guardia.

 

Otro acuerdo en la Sierra fue suspender el transporte público, sin embargo, las familias podían salir si contaban con transporte propio. Así, algunas salían, generalmente, para realizar compras y surtir los pequeños comercios que hay en cada comunidad; por eso la Coca-Cola y los Totis nunca faltaron. Unos viajaban a la cabecera municipal de Villaflores y otros se atrevían a ir a municipios más lejanos y de mayor tamaño, como Tuxtla Gutiérrez u Ocozocoautla.

 

Pasado el mes y considerando insostenible esta estrategia, decidieron quitar la barrera artificial y se ajustaron al esquema de “la nueva normalidad” reconocida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Poco a poco los camiones volvieron y los foráneos (entre ellos los comerciantes itinerantes) comenzaron a transitar nuevamente al interior de la Sierra.

 

Durante el parcial cierre de la Sierra, en el ejido más grande, Los Ángeles, fallecieron seis personas; en Tierra y Libertad murieron dos, y en Los Laureles también dos (todas mayores de 60 años). Del resto de las comunidades no se obtuvo información. En Los Laureles, las dos personas difuntas tenían un padecimiento crónico, una con diabetes y la otra con problemas gastrointestinales. Además, varias personas en la comunidad resultaron enfermas de tos y gripe atípicas, pero niegan haber padecido Covid-19. Tampoco existen pruebas fehacientes de que la hayan tenido. El comisario ejidal de Los Laureles estuvo enfermo cerca de seis meses (al grado de buscar suplente). Cuando hablé con él, dijo: “Sólo fue un mal de pulmón”.

 

En el caso de la Sierra, las comunidades campesinas e indígenas no suspendieron su trabajo agrícola, ni las acostumbradas reuniones familiares, y continuaron llevando su vida con relativa normalidad. La modificación más importante fue que, las personas que tenían que salir de sus comunidades por razones económicas o de salud, debían acatar las recomendaciones sanitarias, como el uso de la mascarilla en el transporte público.

Desde diciembre de 2020, no ha habido reportes oficiales sobre casos de tos o gripes atípicas, es decir, en la Sierra no se sabe a ciencia cierta si en algún momento hubo Covid-19. Éste es el escenario local en el que la familia campesina López Cruz realizó la cosecha de café, una de sus principales actividades del año.

 

En México, la cafeticultura es relevante pues el café figura como uno de sus cultivos estratégicos; el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria [1], reportó que tan sólo durante “el periodo 2016-2017, México aportó el 2.1% del volumen de las exportaciones mundiales y se ubicó en la 12ª posición entre los países exportadores” de café.

Fruto del café, también conocido como drupa. Chiapas, 2021.
Fruto del café, también conocido como drupa. Chiapas, 2021.

Mañana vamos a la montaña

 

En la noche previa al primer día de trabajo en el cafetal, nos sentamos al lado del horno para que el Compadre nos dijera quiénes iban a ir al corte: “Mañana voy a ir yo, la Juani [esposa de el compadre], el Chayán, la Chili, el Chuchín [hijos del el Compadre y la Juani], el Marquitos, la Sele y el Guapo [sobrinos del Compadre], el Tony [hermano del Compadre], el Beto, el Osman [los hijos del Tony] y la Anita [quien esto escribe]”. Luego le siguió la Juani, que dijo: “Hay que ir bien temprano, me voy a levantar a las cuatro y media para echar tortilla y amarrar el almuerzo”.  

 

Al otro día, la Juani se levantó a dicha hora, se puso sus caites (sandalia), se amarró el cabello, se enrolló en su reboso y se fue a la cocina; al llegar, jaló unos troncos que tenía bajo el horno y los metió en su lugar de costumbre; juntó un montón de papel y plástico, buscó un cerillo y prendió el horno. Luego de eso, jaló la cacerola donde estaba el nixtamal y lo llevó al lavadero. Ya limpio, lo trasladó a su molino, con la masa hecha, y tomó la prensa, colocó un plástico en medio de las caras de la prensa para evitar que la masa quede pegada. En medio de ese plástico puso una pequeña bola de masa y prensó; colocó la masa con forma de tortilla sobre el comal, y hecha ya la primera tortilla, la envolvió en una mantita. Este último paso de bolita-comal-tortilla lo repitió unas 30 veces más.

Horno y comida. Chiapas, 2021.
Horno y comida. Chiapas, 2021.

Al terminar, sacó unas tazas y esperó a que el resto de la plebe llegara; salvo el Marquitos y la Sele –que viven en la comunidad Los Ángeles y que esperaban impacientes fuera de la casa–, el resto nos levantamos a las seis de la mañana. Como hacía frío, todos nos pusimos suéteres grandes y gorros, luego nos fuimos a la cocina para estar cerca del calor del horno. La Juani nos sirvió café, sacó una canasta con pan y la colocó en el centro de la mesa, que siempre está llena de cosas (juguetes de Chuchín, cerillos, cucharas, una caja de leche sin leche y otras más). Mientras el aroma de una buena taza de café nos iba quitando el sueño y el frío, el Compadre fue organizando la salida, que básicamente era saber en qué motocicleta nos tocaba ir.

 

Primero salió el Marquitos, luego el Compadre, le siguió el Guapo y por último el Ahijado; esta parte es importante porque el primero en salir tiene que ir abriendo las trancas (tres hileras horizontales de alambre de púas que están enganchadas a cinco troncos en posición vertical), y el último tiene que ir cerrando cada tranca, hay que hacerlo lo más rápido posible porque esperar implica gastar gasolina y como dice el Compadre: “La gasolina se gasta sólo andando”.

 

El Guayabillal es una parte de la montaña en donde hay tres parcelas (cada una con un propietario diferente) que, en conjunto, tienen una superficie de poco más de 20 hectáreas colindantes con la zona núcleo, Tres Picos (la más grande), de las cinco zonas núcleo de la Reserva de la Biosfera La Sepultura. Para llegar al Guayabillal se pasan tres trancas, las trancas son puestas por las personas que quieren delimitar su parcela, cobran mayor importancia cuando en éstas hay ganado; dejarlas abiertas puede llegar a desatar importantes conflictos entre los pobladores.

 

Luego de 20 minutos andando a moto, llegamos al Guayabillal, pero, para llegar al cafetal, todavía faltaba un tramo. Hay que bajar a pie una pequeña loma y atravesar el mismo arroyo tres veces. La parcela a donde íbamos a cortar tiene una superficie de dos hectáreas, le pertenece al Compadre, la Juani y a su hijo mayor, el Maki. Así, unas partes de la parcela tienen matas jóvenes y otras más viejas. Las variedades que están sembradas son árabe, borbón y mundo novo, las matas más viejas, y catimor, las más jóvenes. Esto refleja la tendencia incentivada por los gobiernos neoliberales que, como señala Xotlanihua [2]: “Promueven variedades resistentes a la Roya [una especie de hongo que produce una enfermedad que afecta a diversos granos de cereal] como lo es el catimor y no variedades en favor de la conservación de la biodiversidad”. El catimor requiere de menos sombra y demanda mayor cantidad de agroquímicos. Esto adquiere mayor significado si se considera que estamos hablando de tierras ubicadas dentro de un área natural protegida.

 

Al llegar al cafetal –foto de portada– nos encontramos al Tony, al Beto y al Osman ya cortando; cada uno de los cortadores se colocó una lata en la cintura atada con un delgado lazo. Luego, tomaron el lugar que más le gustó y se pusieron a cortar. A excepción de la Chili, que cortó conmigo, todos agarraron una fila de la siembra y comenzaron a cortar. Las matas de café están sembradas en hileras de entre 30 y 40 matas.

El Guayabillal, Chiapas, 2021.
El Guayabillal, Chiapas, 2021.

Cada lata pesa entre 5 y 10 kilogramos. El compadre paga, en este proceso de corte, treinta pesos por lata. El cafetal se ubica sobre una pequeña loma, así que el corte se inicia desde la base de ésta y se continúa hasta llegar a la parte más alta. Antes de comenzar a cortar, la Sele sacó de su mochila una pequeña bocina que colgó de la rama de una mata de café, todos comenzamos a cortar al son de los corridos norteños.

 

Una hora después de haber comenzado el corte, la Juani dijo: “Plebe, ya está el desayuno”. Fuimos primero el Compadre, el Chuchín, la Chili y yo, luego el Ahijado y el Guapo; el resto ya había desayunado. Al terminar, la Chili se amarró nuevamente la lata en la cintura y continuamos. El corte en cada mata implica diferentes estrategias: una de las más importantes es doblar la rama del café; si este proceso no se realiza de forma adecuada, la mata se romperá, por eso es importante saber hacia dónde hay que tirar.

Crónica de una cosecha de café: una mirada al trabajo de la mujer campesina
Crónica de una cosecha de café: una mirada al trabajo de la mujer campesina

Niñes cortando café. Chiapas, 2021.

Los cortadores más jóvenes no cuentan con mucha experiencia; la Chili, el Osman y yo consultábamos con el Tony cuando teníamos que recurrir a dicha práctica. “¿Éste para ónde va?”, se escuchaba a cada rato. El Tony –hay que reconocerlo– hacía gala de paciencia, pues preguntamos unas 30 veces y es posible que más. Junto con la lata y el lazo también va el costal (50 kg); cada que la lata se llena, se vacía en el costal, que permanece cerca del cortador, generalmente recostado sobre una mata de café. El costal avanza en la fila de las matas en la medida en que las y los cortadores van avanzando con el corte.

 

Al cabo de cinco horas, la Chili y yo estábamos cerca de llenar el costal. Pasadas las dos de la tarde, el Toni, el Beto y el Osman habían cumplido con su cuota del día, así que recogieron sus cosas y emprendieron el viaje de regreso a casa. Los demás bajamos a comer. Como un día antes el Compadre y el Marquitos habían ido por shuti (Pachychilus indiorum) al ejido California, la Juani había preparado un caldo de shuti; platillo originario de la zona zoque de Palenque, Chiapas

Caldo de shuti. Chiapas, 2021.
Caldo de shuti. Chiapas, 2021.

De regreso a la casa, la Juani trajo consigo unas plantas silvestres y comestibles (la orejita de cochi y la mazorquita) que había cortado al llegar por la mañana a la parcela.

 

 

Llegamos a casa alrededor de las cinco de la tarde. Después de sentarnos un rato y mientras la Juani y la Chili organizaban la casa –una barriendo y la otra lavando trastes–, los demás tomamos turnos para bañarnos. Es importante resaltar que pese a que todes trabajamos en la cosecha, el trabajo de la mujer campesina no terminó, pues al llegar a casa las dos mujeres del hogar tuvieron una jornada extendida, mientras que los hombres se sentaron a descansar.

 

Cuando salimos del baño, la Juani ya tenía listo el café, así que nuevamente nos sentamos a tomar café alrededor del horno, a platicar y organizar lo que haríamos al día siguiente.

 

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Tomando café. Chiapas, 2021.

En el caso de los habitantes de Los Laureles aún es visible que la base para la sobrevivencia descansa sobre el trabajo familiar, y por lo menos durante este periodo de cosecha, sobre el trabajo de la mujer campesina. Al respecto Trujillo-Díaz y colaboradores [3] identificaron que en Los Laureles la pertenencia familiar es determinante para permanecer en el territorio, ya que esto les ha permitido sopesar conflictos y eventualidades, como afectaciones ocasionadas por fenómenos naturales. Por otro lado, los lazos familiares juegan un papel central en la cuestión del trabajo remunerado y no remunerado: de los 11 familiares (hermano, tíos y sobrinos) el 80% recibió un salario, esto es que el Compadre se ahorró el jornal de por lo menos dos cortadores (la Juani y yo). Al mismo tiempo, el integrante más pequeño (3 años) fue incluido ya en el proceso de transferencia de conocimiento, tal y como lo hicieron previamente sus hermanos, su hermana y sus primos.

 

Quitemos la cáscara

 

La mañana siguiente estaba nublada y fría, había viento y a ratos llovía. El compadre no se veía muy animado para ir a la montaña, pero el proceso tenía que seguir. Cuando los días amanecen así, la gente evita salir a trabajar porque es peligroso, los árboles pueden caerse, ya ha pasado. Si el corte no se hubiera hecho el día anterior, nadie se habría arriesgado a ir a la montaña. Incluso, salvo las cuatro personas que salimos, ese día nadie en la comunidad fue a trabajar, las casas permanecieron cerradas y sólo se les veía humear en la cocina.

 

La etapa que seguía era el despulpe. El Compadre, la Juani, el Guapo y yo encontramos los costales en el mismo sitio donde habían quedado. Mientras el Compadre se fumaba un cigarro, el Guapo iba quitando las amarras de los costales y con una jícara fue llenando un bote (20 litros), que luego vació en la despulpadora. En esta etapa, el Compadre paga el trabajo por día, es decir, paga el jornal que equivale a 120 pesos, en este caso únicamente se los pagaría al Guapo.

 

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Etapa de despulpe. Chiapas, 2021.

Luego de vaciar el bote en la despulpadora, la Juani empujaba la fruta con un palo que recogió por ahí, mientras que el Guapo iba girando la perilla para que la fruta pasara a través de la máquina y se fuera quedando sin cáscara. De un lado la máquina expulsa el grano y, del lado contrario, sale la cáscara; así se va acumulando una montañita de cáscara que tiene que ser removida. El olor es agradable, una fragancia que mezcla lo dulce y la tierra húmeda. Esta cáscara luego se utiliza como fertilizante o abono para las matas de café; es un ciclo de vida anual.

 

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Cáscara de café. Chiapas, 2021.

Ya sin cáscara, la semilla va cayendo sobre un canasto que luego se vierte en otro costal. Tras al despulpe, las cinco bolsas de fruta cortadas un día antes, se convirtieron en tres. El proceso llevó dos horas aproximadamente, gracias a que todos nos dimos prisa, pues no queríamos seguir bajo la lluvia o que un árbol nos fuera a caer encima. Las tres bolsas se quedaron de nueva cuenta amarradas en el mismo sitio.

 

Fruta al agua

 

Al tercer día había que ir a lavar los granos; salimos seis personas. “Velo, amaneció jodido otra vez”, dijo el Compadre; el viento y la lluvia seguían, pero los granos se tenían que lavar, pues de lo contrario se fermentarían de más, proceso que debe evitarse, como dejó claro el Compadre al decir: “Hay que subir porque si no aquél se va a echa a perder”. Entonces, jalamos unos costales, agarramos las motos cerca de las 11 de la mañana y nos fuimos al Guayabillal. Al igual que en la etapa del despulpe, el salario es por jornal. Ya en la parcela el Compadre y el Marquitos abrieron los costales, llenaron unas cubetas y entonces el Guapo, el Ahijado y yo los fuimos llevando al arroyo que está a unos 10 metros de los costales y en donde nos esperaba la Juani con los pies y un canasto, que también la hace de colador, metidos en el agua fría.

 

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Lavado de fruta. Chiapas, 2021.

Los granos se depositaban al interior del canasto; luego la Juani los agitaba y paraba hasta que dejaba de salir un agua color amarilla. Ya limpios, los granos eran depositados en los costales que habíamos traído desde la casa. Mientras la Juani depositaba los granos en el costal, el Guapo y el Ahijado sostenían el costal para evitar que los granos cayeran fuera. Conforme los costales se llenaban, eran colocados al lado de la despulpadora. La Juani estuvo cerca de una hora con los pies metidos en el agua, a ratos decía que tenía frío, pero también decía: “Ya vamos a acabar, ya hay que dejarlo listo”.

 

Al momento de sumergir los granos, algunos salían a flote, entonces la Juani los tomaba y los depositaba en un pequeño bote; al hacer esto la primera vez, ella dijo: “Éste también lo compran, más barato, pero también sirve y aunque sea un poquito ya es algo”. Pasada una hora, la Juani por fin pudo salir del agua. El Marquitos y el Compadre tomaron un costal cada uno, mientras que el Guapo y el Ahijado dividieron el costal en dos mitades y cada uno se echó una mitad a la espalda y comenzó a caminar.

 

La Juani estaba por tomar el bulto que era de los granos flotantes, pero lo tomé antes (me arrepentí de haberlo hecho cuando sentí cómo paulatinamente se me humedecía la espalda) y comencé a caminar. Al llegar al lugar donde dejaban las motos, vimos que los costales ya habían sido acomodados y amarrados en dos motos, así el Compadre y el Marquitos llevaban un costal y medio cada uno, mientras que yo cargué mi bultito.

 

En casa, encontramos un caldo de pollo recién hecho por la Chili, pero antes de comer tomamos turno y nos fuimos a bañar, excepto la Juani que sólo se cambió de caites, se puso a barrer y luego se fue a lavar los trastes. Luego de la comida, el Compadre y el Marquitos compraron un six de cervezas y se sentaron en la cocina, que también funciona de comedor y tienda, y se pusieron a hablar del día.

 

A la cancha

 

Luego de tres días con viento y lluvia, por fin el sol salió. El Guapo y el Ahijado tomaron los costales y los llevaron a la cancha donde los esperaba el Compadre con un palo que en un extremo tenía un plástico atravesado y que sirve para distribuir los granos sobre la plancha de concreto, que en realidad es la cancha de básquet ball, pero que en esta temporada funciona como patio de secado.

 

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Secando el café. Chiapas, 2021

Cuando el Compadre llegó a la cancha, otra familia del pueblo ya había tendido su café, entonces él pidió que lo movieran al espacio que les correspondía. En esta temporada las familias de Los Laureles se organizan para usar la cancha como patio de secado, se reparten la cancha y toman turnos para secar su cosecha. Esto no supone un problema, salvo que otra persona ocupe el sitio que corresponde a otra. En esta ocasión, de no muy buena gana, el joven de la otra familia movió su café, soltando entre dientes algunas palabras incomprensibles.

 

Despejado su sitio, el Compadre hizo lo correspondiente. Al cabo de un rato, el papá del joven de la otra familia se acercó al Compadre para disculparse por haber ocupado anteriormente un espacio y se comprometió a que no volvería a suceder, a lo que el Compadre dijo: “Así dicen siempre y siempre lo hacen igual”. Mientras, en la casa la Juani y la Chili se distribuían los quehaceres del hogar. Por la tarde, la Chili y el Chuchín que estaban jugando en el parque, entraron corriendo a la casa para avisarle a la Juani que estaba chispeando. Enseguida todos salimos corriendo con nuestros costales hacia la cancha para recoger el café.

 

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Recogiendo los granos. Chiapas, 2021.

Mientras el Compadre y el Guapo hacían pequeñas montañas con los granos, la Juani y el Marquitos iban metiendo, lo más rápido que podían, los granos en el costal. En unos cuantos minutos logramos recogerlos. El café, ya en los costales, fue llevado a la casa para evitar que se mojara. La etapa de secado es muy ardua, el café se tiende todos los días, se mueve con la pala y hay que estar pendiente de que no llueva, pues si se moja se echa a perder. El secado puede llevar de entre tres a cinco días, dependiendo de qué tan despejado este el cielo. En este punto, los tres costales se convirtieron en cuatro, porque se añadieron los granos que una tarde la Juani, la Chili y el Chuchín cortaron de unos árboles que tienen en su sitio (patio de su casa).

 

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Los costales con café. Chiapas, 2021.

Cruz-Morales, Trujillo-Díaz y García-Barrios [4] mencionan que “en Los Laureles hay reglas y acuerdos que, generalmente, no son respetados, lo que los ha llevado a enfrentamientos y conflictos”. Las reglas y los acuerdos comunitarios son mecanismos que permiten gestionar en principio el territorio, sin embargo, con ello se permea la forma en que se establecen las relaciones sociales. Así, al respetar la distribución de los espacios se respeta directamente el quehacer del otro.

 

Vuelta otra vez

 

En los siguientes días, otra familia de la comunidad buscó a los cortadores (el Guapo y el Ahijado) para emplearlos en sus parcelas y ellos se apuntaron para ir a la parcela El Encanto, que se ubica en el lado contrario del Guayabillal. Pero los cortadores hablaron con el nuevo empleador para informarle que únicamente irían una semana, puesto que a la semana siguiente tendrían que volver al Guayabillal para el segundo corte.

 

Pasados los días, todos nos reunimos de nueva cuenta para el segundo corte y la dinámica explicada anteriormente se repitió, corte, motos, café, música y desayuno en la montaña…

 

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Segundo corte. Chiapas, 2021.

Sombra adecuada, mejor café

 

El Compadre asegura: “Para que el café se dé bien, no debe de haber ni mucha sombra ni mucho sol, por eso hay que irle tanteando”. Luego de las tres semanas en la etapa de la cosecha (una de ellas en la parcela El Encanto), la cuarta semana se ocupa para limpiar el cafetal. La limpia implica tomar el machete, revisar los árboles que ya están secos y tirarlos para prevenir un accidente. El Compadre únicamente llevó al Toni, al Marquitos, al Guapo y al Ahijado. Ellos trabajaron en la limpia durante cinco días, comenzaban a las ocho de la mañana y regresaban alrededor de la una de la tarde. El salario por la limpia es de un jornal por día, es decir, 120 pesos.

 

Etapa de limpia. Chiapas, 2021.

 

El Compadre aprovecha para sembrar algunos árboles para mantener una adecuada cantidad de sombra en el cafetal. Aunque, es importante señalar, que muchos de los árboles y plantas que hay allí han nacido espontáneamente, como la hierba santa (Piper auritum), árbol de chalum (Inga spuria), encino (Quercus xalapensis), palo colorado (Saurauia yasicae), entre otros. Con esta etapa, finaliza el proceso en el trabajo de la cafeticultura que realizó una familia López Cruz en la comunidad de Los Laureles ubicada en la Reserva de la Biosfera “La Sepultura”.

 

Una “tacita” de café

 

El trabajo de la mujer es evidentemente importante, sin embargo, es poco reconocido, es invisibilizado, cuestión que se recrudece en trabajos que tienen que ver con la cafeticultura en particular y en la agricultura de manera general. Un estudio realizado en México entre 2008 y 2016 [5] mostró que “la participación de las mujeres en el sector primario, presentó algunas tendencias positivas. La mayoría de ellas, […] eran trabajadoras subordinadas no remuneradas (52.76%); durante el periodo de estudio, la cifra bajó a 40.1%, ubicándose el resto –en su mayoría– en el segmento de trabajadoras subordinadas remuneradas, con un pago que se encuentra principalmente entre uno y dos salarios mínimos”.

 

Esto permite evidenciar dos aspectos: el primero tiene que ver con el reconocimiento del trabajo de la mujer a través de un salario y que supone un importante avance en materia laboral, y el segundo en relación con el salario que no parece estar en correspondencia con el tipo y el tiempo de trabajo, además de que, generalmente, se encuentra en desventaja frente al salario percibido por su contraparte masculina. Esto considerando lo reportado por el Grupo de trabajo de mujeres del MSC [6] que evidenció que, por lo menos en el sector agrícola, “las mujeres representan el 43% de la fuerza de trabajo”.

 

En ese sentido, el feminismo comunitario, de acuerdo con el grupo de trabajo de mujeres del MSC [6], y entre otros aspectos, “pone la invisibilidad del trabajo de las mujeres en el centro del debate político y reconoce su papel como sujetos activos y protagonistas en sus propias vidas, familias, comunidades, movimientos sociales y sociedades [lo cual] es un paso hacia la realización del derecho a una alimentación segura, nutritiva y suficiente para todas las mujeres y todas las personas”. Más allá del reconocimiento y remuneración –que han sido importantes avances– en el trabajo de la mujer campesina, descansa la importancia inherente de la mujer en la reproducción social, a través del autocuidado, pero también con la adquisición de su propia conciencia política.

 

El trabajo de la mujer campesina, como se mostró en este caso, implicó doble o triple jornada en comparación con el trabajo que realizó el jefe de familia; cada una de las etapas: el corte, el despulpe, el lavado de la fruta, la alimentación y además el trabajo en el hogar, se posó sobre las mujeres del hogar. Cabe destacar que el trabajo que implica la cosecha se torna aún más complejo dado que la familia no cuenta con la infraestructura necesaria para realizarla de una forma que permita facilitar el trabajo.

 

Una de las cosas que más valoro en la vida es una buena taza de café. Sin embargo, he de confesar que, aunque era plenamente consciente de que tomar esa taza implicaba harto trabajo, no imaginaba que fuera tan cansado, fundamentalmente para la mujer campesina. Para la Juani y la Chili esta cosecha es una de las tantas que han hecho a lo largo de estos años y, salvo por mi presencia, no fue diferente a las otras. Con esto, no tengo la intención de victimizar a la mujer campesina señalando que trabaja dos o tres veces más que los hombres, sino, por un lado, visibilizar, sí, las jornadas diferenciadas, y dignificar a la mujer campesina en el trabajo agrícola y en la reproducción familiar y social.

 

Agradecimientos

 

Agradezco especialmente a la Dra. Juana Cruz Morales por sus valiosos comentarios en la revisión de este texto. Y a la familia López Cruz, por permitirme participar (pese a que no tengo experiencia) en la cosecha de 2021; gracias también por dejarme capturar esos momentos íntimos y fundamentalmente por permitirme compartir esta experiencia.

Crónica de una cosecha de café: una mirada al trabajo de la mujer campesina

Referencias

 

[1] Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (CEDRSSA). (2019).  “Investigación interna. Comercio internacional del café, el caso de México.” Cámara de diputados LXIV Legislatura 1-13.

 

[2] Xotlanihua, D. (2021). Metodología para el análisis del paisaje cafetalero como un sistema de autoprotección ante crisis ambientales en Tlecuaxco, Veracruz. Punto Cunorte, 7(12). Pp. 69-97. 

 

[3] Trujillo Díaz, A. G., Cruz Morales, J., García Barrios, L. E., & Pat Fernández, L. (2018). Campesinos sin resolución agraria: la difícil construcción de la gobernanza ambiental en un área natural protegida de Chiapas, México. Revista Pueblos y fronteras digital, 13.

 

[4] Cruz-Morales, J., Trujillo-Díaz, A. G., y L. García-Barrios. (2020). “Inseguridad agraria, identidades y conflictos en un territorio campesino enclavado en un área natural protegida: el caso de Los Laureles, Chiapas.” Región y sociedad 32: 2-27.

 

[5] López Martínez, J., y A. Molina Vargas. (2018). “La situación laboral de la mujer en el sector agropecuario en México, 2008-2016.” Análisis económico, núm. 83, 97-123. Impreso.

 

[6] Grupo de trabajo de mujeres del MCS. (2019). “Sin feminismo no hay agroecología. Hacia sistemas alimentarios saludables, sostenibles y justos.” Mecanismo de la sociedad civil y de los pueblos indígenas (MSC) y Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA), Edición Teresa Maisano. 1-27.

*Todas las fotografías son de la autora del texto.

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Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.


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