Los pixeles de la antigüedad

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Los pixeles de la antigüedad

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Los pixeles de la antigüedad

Cuaderno de raya es una sección en la que participan estudiantes y personas interesadas en los fenómenos científicos, con textos que pueden ser de creación literaria (cuento, poesía, ensayo, varia invención), reseñas sobre películas y libros o textos breves en los que se exponga un punto de vista propio como parte de un ejercicio de reflexión en torno a algún tema científico. Si quieres saber más, conoce nuestra convocatoria.

 

De pequeña, mis abuelos tenían un televisor “mágico” y sí que lo era. Cuando lo prendían, corría para ver cómo poco a poco se encendía un foquito; mucho después me enteré que se llama bulbo electrónico o tubo de vacío [1]. Mis abuelos no solían ver mucho tiempo la televisión, no sé ni para que la tenían, pero me contaban que eran de las primeras familias del pueblo que la tenían y podían darse el lujo de invitar a los vecinos a pasar las tardes del domingo viendo programas alrededor de la tele.

 

Además de asombrarme por el mecanismo de encendido, me fascinaba perderme en el diminuto punto de luz que desaparecía cuando se apagaba el televisor; era como ver una luciérnaga entre el bosque oscuro. En ese tiempo, la imagen era en blanco y negro; fue hasta finales de los años sesenta que el sistema se mejoró y nacieron los televisores a color [2].

 

Había otra cosa que me sorprendía. ¿Pueden imaginar que no existía el control remoto y que ese aparato ocupaba parte de la sala por sus grandes dimensiones?

 

Sí, antes de sentarte tenías que elegir el canal o bien pararte cada vez que necesitabas cambiar el programa; era una verdadera pesadilla. Y ni hablar de cuando se perdía la señal y el más valiente movía la antena desde el techo y gritaba a quienes estaban enfrente del televisor: “¿Ahí está bien?” Entonces los de abajo confirmaban o seguían en la búsqueda de la imagen perfecta.


Recordé este episodio de mi infancia cuando mi sobrino, un enano de ocho años, me preguntó con voz firme: “tía, en tu antigüedad, ¿la televisión era a color? Me quedé quieta y sin palabras; la cosa no quedó ahí, remató: “¿y existían los pixeles?” Ahora sí, me senté a llorar. No sólo mis canas mostraban mi edad, también la tecnología me jugaba una mala pasada.


Le respondí que por supuesto, veía las caricaturas a color, y durante un rato le conté sobre varios personajes, sus historias, sus canciones, di todo el contexto que pude, pero ninguno le llamó la atención. Tal vez porque nada se asemeja a lo que él está acostumbrado a ver en la televisión súper plana, en el celular o en la tableta.

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Le expliqué que, en mi infancia (mi “antigüedad”, como él le llama), las televisiones no eran “inteligentes”, y que preferíamos salir a jugar a las escondidillas y a las correteadas que pasar tantas horas enfrente de la pantalla, como se hace ahora.

Le conté que actualmente los televisores ya no son gordos, que ahora tenemos pantallas planas de todos los tamaños, y precios, y ya no ocupan tanto espacio; las colocas en la pared y casi pueden pasar desapercibidas. Como buen niño, su curiosidad fue tan grande que las preguntas tecnológicas continuaron.

 

Pero la escena empeoró cuando llegamos al tema de los pixeles, veía sus ojos de gato, tratando de comprender cómo yo había logrado vivir sin internet (creo que me imaginó vestida de cavernícola). Le conté que el origen del internet remonta a 1969; la primera vez que en la casa hubo internet fue cuando yo iba en la preparatoria, y teníamos que desconectar la línea telefónica para que la computadora lograra conectarse y que un ruido muy molesto estaba presente todo el tiempo de navegación. Y que además era carísimo conectarte, las oficinas de las empresas eran virtuales y no había a quien reclamar los cobros, que eran muy elevados. Así que empezaban las discusiones familiares por saber quién iba a pagar el servicio de internet, por eso existían los “cibercafés”, en donde pagabas 20 pesos por una hora de internet.

 

“La pantalla de la computadora se llenaba de pixeles, y cada página tardaba minutos en cargar, muchos para ser exactos”, le dije, “ahora todo carga en segundos. Los niños y las niñas como tú, y en general cualquier usuario, están acostumbrados a la inmediatez del internet, a encontrar respuestas rápidas, a no esperar, y por lo tanto la paciencia se fue de vacaciones”.

 

Él me dijo que si la página no funciona busca otra y ya. Que, si el videojuego se para, actualiza y ya. Que si se va la luz sigue jugando con el celular de su papá o de su abuela. ¡Madre mía, este niño para todo tiene una respuesta! Justo me dio la razón: la paciencia cada vez aparece menos en escena.

 

En fin, como pude le dije que se imaginara que un sitio web es como un gran libro, y que los sitios web son como las páginas de ese libro, y el hipertexto es lo que le da el formato a los párrafos, imágenes y enlaces a otros sitios web [3]. Para ser honesta, yo creo que me siguió el hilo hasta la parte de las páginas del libro, lo del hipertexto lo dejaremos para una segunda cita entre tía y sobrino o que se lo explique la maestra de computación.

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Y es que, efectivamente, en los últimos años, el avance tecnológico ha sido abrumador. No sólo los y las niñas están lejos de comprender cómo era vivir sin control remoto; los adolescentes se volverían locos sin las redes sociales y los mensajes instantáneos. Por ejemplo, cuando era joven, mi papá me daba una tarjeta telefónica, y entonces si había una emergencia buscaba en las esquinas de la calle una caseta telefónica y hacía la llamada lo más rápido posible, porque el saldo se acababa en un instante.

 

Mi sobrino estaba con la cabeza recargada en las palmas de las manos, mirándome atento mientras le hablaba de cuando me pude comprar mi primer celular, una cosa chiquita y cuadrada, que sólo servía para llamar y mandar mensajes; nada de internet, ni fotos, ni aplicaciones. Por suerte, todavía tengo uno guardado por ahí y pude mostrárselo, lo miraba como si fuera una reliquia perdida. Por supuesto, no se lo regalé, lo conservaré hasta que sea un clásico.


No sé qué opinen ustedes, pero me parece que mi generación, la que ya empieza con las canas, es una generación afortunada, nos tocó sufrir con la máquina de escribir, después aprender a utilizar MS-DOS para ingresar al sistema de la computadora, los disquetes, utilizar las tarjetas telefónicas, ver la televisión abierta, escuchar CD´s, y un largo etcétera de dispositivos que ya son obsoletos.


Ahora tenemos televisores y celulares inteligentes, súper computadoras, la nube y herramientas de inteligencia artificial casi para cualquier cosa. Por eso, es difícil explicarle a un niño cómo apenas hace unas décadas la vida era diferente; en ambas generaciones la tecnología está presente, pero de otra manera.

Al final, emocionada, le mostré a mi sobrino un estéreo, color plata y bien conservado, y lo primero que hizo fue preguntarme qué era eso, cómo se llamaba. Y de pronto corrió a su cuarto, lo seguí y nos detuvimos junto a una bola oscura cuya base dejaba salir un brillo azul.

 

–Alexa –dijo mi sobrino–, ¿qué es un estéreo?

 

Enseguida le dije:

 

–¡Qué diablos es una Alexa!

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Referencias

[1] Báez, Julio. (2024,junio). Los bulbos electrónicos: una historia que aún continúa. Recuperado el 15 de octubre de https://www.bicaalu.com/los-bulbos-electronicos-una-historia-que-aun-continua/

[2] Pascual Estapé, Juan Antonio. (2018, 4 febrero). Así funciona un televisor: desde la tele de tubo (1934) hasta el OLED. Recuperado el 15 de octubre

[3] Sevilla Robles, Miguel Ángel. (s.f.). Resumen sobre internet. Universidad de Guadalajara. Recuperado el 17 de octubre de http://biblioteca.udgvirtual.udg.mx/jspui/bitstream/123456789/3088/1/Resumen%20del%20Contenido%20de%20la%20Unidad.pdf

 

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Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.


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