Islas de calor: urbanización y crisis ambiental
Ser Humano
04/04/2022
Trantor es la capital del gran imperio galáctico en la saga Fundación e Imperio de Isaac Asimov. “Centro de todas las intrigas” es un mundo-ciudad de 1200 millones de kilómetros cuadrados, cuyo único fin es la administración de los millones de planetas habitados que conforman la sociedad galáctica. Su urbanización es el punto máximo del desarrollo del imperio, toda la superficie del planeta es una sola ciudad que vive bajo una cubierta metálica sin ningún indicio de vegetación, producto de “la extrema proeza del hombre; la conquista completa y casi desdeñosamente final de un mundo”.
La completa urbanización de un mundo como Trantor hace que me pregunte si sería posible nuestra sobrevivencia en una Tierra totalmente urbanizada con planchas de asfalto dominando el horizonte.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2018 la población urbana llegó a ser el 55 % respecto del total de la población mundial. Esto es, 4200 millones de 7700 millones de personas viven en localidades definidas como urbanas. Según la ONU, la población mundial seguirá creciendo y el proceso de urbanización (transformación del territorio rural en citadino por la concentración de población humana) continuará por los siguientes años, sobre todo en los países del tercer mundo, donde para 2050 la población urbana llegará a ser del 68 % respecto de la población mundial.
Actualmente, se contabilizan 10 ciudades en el mundo con más de 20 millones de habitantes e incluso una con más de 30 millones: Tokio, Japón, con casi 37 millones. En México, la CDMX y su zona conurbada entran en este “ranking” con 22 millones. Para las próximas décadas se calcula que existirán ciudades monstruo de más de 50 millones de habitantes, sobre todo en África y Asia.
La demanda de recursos, la disposición de residuos y el impacto sobre el entorno serán devastadores, lo que acentuará la crisis ambiental. Y, al contrario de la civilización trantoriana, no contamos con otros planetas que nos provean de alimentos y de los insumos necesarios.
El efecto “isla de calor urbano”
Las ciudades son espacios donde la vida humana deja huella, tanto por sus creaciones como por sus consecuencias. La alta concentración de personas en áreas relativamente pequeñas, afecta el entorno y las condiciones originarias del lugar. Si bien es cierto que las ciudades son espacios donde convivimos, creamos e investigamos, donde podemos apreciar las manifestaciones más acabadas de la civilización, como el arte y la ciencia, también es verdad que exponen la devastación del ambiente a causa de nuestra presencia. Esto significa que, por su mera existencia, al ocupar espacios antes silvestres y llenarlos de materiales y diseños poco amigables con el entorno, además de la demanda de recursos y la contaminación que se genera, las ciudades contribuyen en mayor medida a los problemas ambientales.
La creación de edificios, carreteras y banquetas sustituye la vegetación nativa, generando que se altere y pierda el hábitat original de muchas especies silvestres, y en consecuencia, éstas dejen de reproducirse o desaparezcan; asimismo, que disminuya el área de infiltración de agua hacia los depósitos subterráneos, y aumente el efecto de isla de calor urbano, entre otros fenómenos.
Detengámonos sobre este último. Caminar en una ciudad bajo el rayo de sol a las 2 de la tarde en verano, o hacerlo en automóvil sin aire acondicionado, es experimentar una temperatura de entre 1 a 10 ° C por encima de las áreas suburbanas y rurales, una diferencia de temperatura cercana a la existente entre el promedio del mes más frio y el más cálido en la ciudad de Puebla.
Y es que las ciudades están construidas para ser islas de calor, dado que sus materiales y sus colores oscuros absorben los rayos solares como esponjas. Esto se vuelve más intenso con el calor generado por los motores de los automóviles. En la medida en que las ciudades se expanden, el efecto de isla de calor urbano se incrementa y a la vez pone su grano de arena en el aumento de la temperatura global.
En la novela de Asimov, este efecto no parece existir, pues el científico Gaal Dornick sale al exterior de la cubierta metálica que cubre a Trantor en su primer viaje a la capital y, aunque “no pudo ver otro horizonte más que el del metal contra el cielo, que se extendía en la lejanía con un color gris casi uniforme…”, no acusa una temperatura contrastante con la del interior de la cubierta. Muy probablemente Asimov sabía del papel regulador que los océanos desempeñan en la temperatura global de la Tierra; de ahí que Trantor tenga océanos, sin embargo, también se conoce ahora el papel importante de la vegetación, o sea que no basta con los océanos.
Áreas verdes urbanas, ¿sólo espacios de distracción?
Actualmente, existe un consenso sobre la importancia de los espacios verdes al interior de las ciudades. Las áreas verdes urbanas son espacios con vegetación que pueden estar en terrazas o en banquetas, por mencionar algunos; estas áreas proporcionan beneficios sociales y ambientales, como la infiltración de agua hacia los depósitos subterráneos, el control de inundaciones, la disminución del ruido, la disminución de la contaminación atmosférica, y además de que ayudan a revertir el efecto isla de calor urbano, generan placer a la vista. Sin embargo, las ciudades de México, en general, no tienen suficientes áreas verdes, de acuerdo con lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda: 9 m2 de área verde por habitante a no más de 15 minutos caminando desde nuestra casa. El promedio nacional es de 2.8 m2 por habitante.
Al caminar por las colonias de las clases medias y altas de las grandes ciudades, se suelen encontrar espacios con árboles como camellones o jardineras. Si hay un déficit de áreas verdes, no está allí, sino en las colonias de los estratos más humildes, desarrolladas con escasa o nula planeación. Lo que se observa allí es un continuo color gris en las construcciones, una tras otra, ocupando todo el espacio sin ningún jardín interior o al frente, con banquetas estrechas con cemento hasta en el último resquicio.
Para tratar de remediar la falta de espacios verdes, se han hecho propuestas en algunas urbes del centro de México, como declarar Áreas Naturales Protegidas a cerros y barrancas dentro de la mancha urbana, o habilitar áreas verdes en la periferia de las ciudades. Acciones como éstas se deben potenciar con el fin de equipar a las ciudades con más elementos que fomenten la creación de estas áreas, en contraste con Trantor donde sólo el emperador puede contar con un espacio “de tierra natural, llena de árboles y adornada de flores”.
Barrancas: ecosistema urbano en peligro
Las barrancas son grietas que se formaron a través de miles de años por vulcanismo y erosión hídrica de los escurrimientos de agua de montañas como el Popocatépetl, el Iztaccihuatl y la Malinche. En la actualidad siguen conduciendo los escurrimientos estacionales, desde las partes altas de las ciudades asentadas en los valles circundantes a dichas montañas, hacia las partes bajas. Por ser sitios generalmente con grandes pendientes, no fueron ocupados para actividades agropecuarias o con fines habitacionales, de aquí que conservan los ecosistemas que en algún momento fueron los mismos de las regiones cercanas, ecosistemas que incluían bosques de pino-encino, de encino, y tropical caducifolio.
Al acercarse a las barrancas, se puede observar cómo se hunden en el suelo, dejando a la vista paredes en diferentes grados de inclinación: desde aquellas con un suave declive que permiten transitarlas hasta el fondo, hasta paredes cortadas a 90 grados. La vista desde las orillas es espectacular; un paisaje contrastante que rompe con la monotonía del gris, y al oído también es un deleite, pues el murmullo de las hojas oculta el ruido de los automóviles.
El aventurarse al interior de una barranca, como es el caso de barrancas de la ciudad de Puebla, produce inmediatamente una sensación de bienestar: la temperatura es menor a la que impera en las calles aledañas y la humedad es mayor. Se experimenta una sensación de aislamiento respecto a la ciudad, pues se entra a otro medio, diametralmente distinto. Quizá la sorpresa viene de que sólo unos pocos pasos separan a un medio del otro.
A pesar de estas características positivas, la vida en las colonias que están en los alrededores transcurre como si las barrancas no existieran. Es un espacio ajeno a la cotidianidad, y se le ignora o se le ve como un obstáculo que se utiliza solo para actividades marginales. Quienes habitan en sus riberas buscan alejarse de ellas, lo cual no es exclusivo de las zonas populares, también se apartan de ellas en complejos habitacionales de medio y alto poder adquisitivo a través de altas bardas, como es el caso de colonias del sur de la ciudad de Puebla, ribereñas al rio San Francisco.
Esta visión sobre las barrancas impacta también en las acciones que las toman en cuenta. Aunque estos espacios están exentos de la explotación agropecuaria y la ocupación habitacional, su continuidad hoy está amenazada por actividades de degradación como deforestación, extracción de materiales pétreos, contaminación por residuos sólidos y aguas contaminadas de origen doméstico e industrial, introducción de especies vegetales exóticas, asentamientos irregulares y acciones de rellenado.
Las barrancas: nicho y oasis de vida
Las ciudades van a expandirse. Eso quiere decir que habrá que tomar medidas que disminuyan los impactos en el ambiente local y global. En el entendido de que la crisis ambiental es global y las acciones para enfrentarlo locales, las ciudades deben apelar a sus recursos para enfrentar el problema.
Ante esto, es necesario y urgente cambiar las tendencias en la dotación y el diseño de las áreas verdes de las ciudades. Se deben atender las indicaciones de la OMS al respecto y aumentar el número de las áreas verdes, como una estrategia que permita recuperar y conservar ámbitos con ecosistemas nativos y hacer a la vez más vivibles a los espacios urbanos.
En este contexto, las barrancas constituyen un recurso que debe recuperarse y conservarse para dotar a las ciudades de mayores espacios arbolados. El crecimiento desordenado de ciudades como Puebla significa que, aunado a la carencia de áreas verdes, no exista espacio para su creación dentro de la mancha urbana. En este punto es donde las barrancas urbanas se constituyen como los únicos espacios con estas posibilidades.
Las declaratorias como Áreas Naturales Protegidas para barrancas de algunas ciudades como Cuernavaca y la CDMX, implica su recuperación, conservación y manejo. Esta estrategia reviste una importancia fundamental para las ciudades que la han implementado, ya que las barrancas urbanas suelen extenderse e interconectarse entre ellas conformando una red con ríos y arroyos dentro de las urbes. Esto es, una red que lleva lo rural y natural hacia lo urbano.
A la par de la estrategia de recuperar y conservar espacios naturales como las barrancas, se deben articular modelos de construcción que favorezcan el uso de materiales y técnicas más amigables con el medio ambiente. Por ejemplo, en el equipamiento de infraestructura, al construir nuevas vialidades se debe evitar colocar concreto en toda el área intervenida y aprovechar para colocar arbolado lineal, como es el caso de ciudades como Toronto, Canadá o Curitiba, Brasil. De no ser así, se estaría continuando con la tendencia a colocar en el centro de las acciones al automóvil, uno de los mayores generadores del efecto isla de calor urbano.
El camino hacia un mundo como Trantor no es viable para la Tierra. No podemos recorrer esa senda sin acercarnos al abismo de la catástrofe ambiental. No podemos construir un mundo con una superficie sólo de metal o de concreto. La deforestación y el concreto deberán parar en algún momento, si no queremos agudizar los problemas ambientales y aumentar la temperatura global.
Si con un aumento de 1°C, del siglo XIX a la actualidad, se experimentan fuertes desequilibrios en el clima; de elevarse la temperatura en los próximos años, nos esperan efectos que podrían ser a tal grado devastadores que la humanidad sólo será un experimento frustrado más de la evolución de la vida, y no sólo no podremos construir un imperio galáctico, sino habremos terminado con el único mundo que teníamos.
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