Migraciones climáticas: una historia en cuatro actos y dos continentes
Ser humano
Que el cambio climático actual es una realidad, no se discute. Que hemos sido partícipes activos de él, tampoco. Y mucho menos el hecho de que los cambios climáticos han estado presentes desde antes de que existiera la vida en la Tierra, según las evidencias del registro geológico. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre el efecto que ha tenido este fenómeno en las civilizaciones; sobre todo, en épocas anteriores a la Revolución Industrial, que es el episodio que se relaciona con el inicio de un cambio climático generado o aumentado por el ser humano, u otras épocas posteriores, que no afectaron el ambiente en su momento como se podría pensar.
Son famosos el misterioso destino de la civilización maya, las proezas viajeras de los vikingos y las grandes migraciones hacia América por parte de un buen número de europeos en el siglo XIX. Sin embargo, algo que no hemos pensado mucho es que el factor que desencadenó todos estos eventos fue, precisamente, el clima.
Primer acto: el maíz perdido o el colapso de la civilización maya
Nuestro país ha sido cuna de grandes civilizaciones, reconocidas por sus valiosas contribuciones al conocimiento humano en diferentes aspectos, como son, entre muchos otros, la arquitectura, la agricultura y la astronomía. Una de estas civilizaciones fue la denominada cultura maya.
Hace casi veinte años, el actor y guionista australiano Mel Gibson produjo la cinta Apocalypto. La película tiene una trama muy interesante, pues no muestra a los mayas como siempre o casi siempre los hemos visto: grandes científicos, expertos agricultores; en fin, muy civilizados y adelantados a su época. La cinta muestra un lado más humano: narra las experiencias del protagonista, “Garra de Jaguar”, quien, tras luchar contra varios enemigos de su misma etnia y emerger aparentemente victorioso, se topa frente a los galeones españoles en las costas del sureste mexicano. La cinta está hablada en maya yucateco, algo que, sin duda, le da mayor interés, funge además como una ventana a los rasgos lingüísticos de esta cultura.
Esta gran civilización se extendía en el sureste de México y en parte de Centroamérica. La población se destacaba por su gran capacidad de adaptación al entorno, por el sólido conocimiento que alcanzaron en disciplinas como las matemáticas, la arquitectura (Fig. 1a), la escultura (Fig. 1b) y la astronomía (fueron los descubridores del numeral cero) y, sobre todo, por el gran despliegue de técnicas agrícolas que incluían la milpa (kool, en maya peninsular) y el pach pakal, una especie de huerto familiar. En ambos casos, el cultivo principal de los mayas era el maíz, aunque también se cultivaba frijol, chile y calabaza.
No por nada, el panteón maya incluye una deidad muy importante, Ah Mun, quien era el dios del maíz. La importancia del maíz en la cultura maya fue tal, que el tema es abordado a fondo, desde una perspectiva cosmológica e histórica, en el famoso Popol Vuh [1], cuando se narra la creación de los seres humanos a partir del maíz.
Esta civilización, de acuerdo con Robert Sharer [2], tiene sus primeros registros desde hace casi cuatro mil años y alcanzó su auge en el periodo clásico, que se ubica entre el año 292 y el 900 de nuestra era. Y poco antes del final de este lapso, hacia el año 815, se tienen registros de grandes sequías asociadas a aumentos de temperatura que se extendieron por casi un siglo. Por si esto fuera poco, después de una época relativamente corta de bonanza, se presentó una sequía de mayor magnitud entre 1020 y 1100.
Estos intervalos cálidos –parte de lo que se conoce en climatología como “Óptimo climático medieval”– impusieron a los mayas una época en la que no podían hacer crecer sus cultivos (principalmente el maíz), por lo que se vieron obligados a migrar. Aunque no llegaron muy lejos; solamente dirigieron su ruta hacia las costas, en donde las lluvias suelen ser mayores.
Estos factores, en conjunto con las crisis internas dentro de la población maya, tensiones entre los gobernantes locales, etcétera, propiciaron el “colapso” de esta civilización (entre comillas porque realmente los mayas no desaparecieron). De hecho, la península de Yucatán, junto con otros estados como Tabasco, sur de Veracruz e incluso parte de lo que hoy es Centroamérica, tienen un fuerte componente cultural maya. Pero, si bien la última ciudad maya cayó poco antes del año 1700 de nuestra era, cuando los españoles ya habían llegado a nuestro continente, el esplendor de los mayas ya había pasado hacía más de 500 años.
Así que tenemos que decirlo: Mel Gibson, buena peli, pero… ¡estás equivocado!
Segundo acto: ¡lo sentimos, Colón, los vikingos llegaron antes que tú!
Durante muchos años, una de las fechas importantes que teníamos que recordar siempre en la primaria fue la del “Descubrimiento de América”. ¿Cuál era la lección? Colón pide financiamiento a los reyes católicos para su expedición; se lo dan. Se embarca junto con su tripulación hacia las Américas en La Niña, La Pinta y La Santa María. Viaja durante casi tres meses hasta que Rodrigo de Triana grita: “¡tierra (a la vista)!”
Hace más de quince años, el 12 de octubre incluso era feriado en las escuelas. Esta historia resultaría muy romántica y digna de una película, de no ser porque, al parecer, Colón no era precisamente un buen “niño explorador”, sino que sus ambiciones en el nuevo continente incluían el tráfico de esclavos. Seguro los productores de la película 1492: La conquista del paraíso –con una actuación magistral de Gérard Depardieu, por cierto– no desearon profundizar en ese aspecto de la historia. Pero de ello no hablaremos en esta ocasión.
Resulta que más de quinientos años antes del viaje de Colón –en el año 985, para ser exactos– se estableció la primera colonia europea en América. Esta migración se conformó por colonos vikingos provenientes de lo que ahora es territorio de Islandia y Noruega, quienes, en sus barcos dragón o Drakkar (Fig. 2a) al mando de Erik el Rojo (Fig. 2b), se establecieron en las costas suroccidentales de la isla de Groenlandia, según cuentan [3, 4].
Pero en Groenlandia hace mucho frío, ¿o no? Pues en esa época, al parecer no.
Lo dicen las conchas de almejas longevas y de núcleos de hielo [5]: el clima en Groenlandia quizá no era precisamente como en el trópico, pero sí era mucho más agradable de lo que lo es en la actualidad, de tal forma que la temperatura era algunos grados centígrados más elevada que en el Atlántico Norte, de donde provenían los vikingos.
En los antiguos relatos nórdicos o sagas, Erik el Rojo se habría embarcado hacia Groenlandia y la bautizó de esa manera (Groenlandia significa “Tierra verde” en varias lenguas escandinavas) con la intención de atraer más colonos a esa nueva tierra. Y no se equivocó. Los registros climáticos y la tradición oral también apuntan a que en Groenlandia, alrededor del año 1000 de nuestra era, se cultivaron incluso cereales como el centeno y la cebada, y existían rebaños de pequeños animales que pastaban en las praderas. Erik incluso estableció una granja a la que denominó “Brattahlíð” (ladera empinada de una roca) en lo que hoy es el poblado de Qassiarsuk, al sur de la isla [6].
Esto representa una realidad muy diferente a la que predomina en la actualidad, y que resultó como consecuencia del óptimo climático medieval.
Habrá entonces que reescribir los libros de historia en cuanto a la fecha (más precisamente el año) del descubrimiento de América y dar más crédito a los primeros migrantes: los vikingos comandados por Erik el Rojo. Quizá sería bueno comenzar por eliminar la efeméride “Descubrimiento de América” para el 12 de octubre en los calendarios y cambiarla por “Año 985, llegada y colonización de tierras americanas por los Vikingos”. ¿Qué les parece, eh?
Tercer acto: adiós, América, los vikingos abandonan Groenlandia
Tiempo después de que los vikingos se habían asentado en la gran isla –que hoy forma parte del reino de Dinamarca–, se fueron extendiendo en dicho territorio; incluso, se aventuraron a ir más lejos hacia al sur y llegaron hasta las islas de Tierra de Baffin y Terranova (que hoy son parte de Canadá), en arriesgados viajes, encabezados por el navegante y comerciante Thorfinn Karlsefni y por el hijo de Erik el Rojo, Leif Erikson (literalmente: “Leif, hijo de Erik”; Fig. 3a). En sus odiseas, llegaron a fundar importantes asentamientos, como L’Anse aux Meadows (La ensenada de las medusas) en lo que Leif llamó “Vinland” (Fig. 3b), en la isla de Terranova [7]. Y no; según se sabe, no fue Ubbe Ragnarsson (uno de los hijos de Ragnar Lothbrok, según la aclamada serie Vikingos) quien llegó primero a Terranova y si es que alguna vez llegó. De hecho, es probable que ni siquiera haya sido hijo de Ragnar.
Pero, si les fue de maravilla en Groenlandia, tan lejos de su Escandinavia natal, entonces, ¿por qué, simplemente “desaparecieron” de América?
Muchos de sus asentamientos en Norteamérica se encontraron desiertos y sin señales de masacres, plagas o alguna catástrofe. Tampoco existe evidencia de una mezcla con los nativos americanos, los ancestros de los actuales inuit, que incluyen a todos los pueblos nativos de la parte más al norte del continente americano. (Nota al margen: de hecho, los vikingos eran de los primeros partidarios de los que se tiene noticia que buscaban la “pureza racial” [8]. Vamos, tenían incluso un vocablo para los inuit: skræling (en plural skrælingjar), que ha sido interpretado como “bárbaros”, “feos” o “débiles”).
Diversas investigaciones indican que no desaparecieron “de manera incierta”, como se ha llegado a sugerir [9]. A pesar de que se han planteado diversas hipótesis, que van desde saqueos por parte de piratas españoles, enfermedades infecciosas como la peste negra –traída de Europa– y guerras con los pobladores nativos, el cambio de clima, de nueva cuenta, apunta a ser la respuesta. Estudios efectuados en partículas de hielo contemporáneo a los últimos años de los asentamientos vikingos en Groenlandia [4], indican que la temperatura descendió 4°C en tan sólo 80 años, en el periodo conocido como “Pequeña Edad de Hielo”. Debido a que estaban muy arraigados a sus hábitos como granjeros, los vikingos no pudieron adaptarse a las costumbres alimenticias de los inuit, que obtenían todo el provecho posible del mar: una pesca muy eficiente y la caza de morsas y focas.
Asimismo, puesto que no hay evidencias de que se hayan incorporado cultural o socialmente con los grupos nativos de América, se ha propuesto que regresaron a Europa [9], porque tampoco hay signos de violencia en los asentamientos que dejaron atrás. En realidad, tal vez por el hecho de que no se quedaron en América, los vikingos no son reconocidos como los “descubridores” de nuestro continente.
Último acto: “el año de la matanza”, la hambruna irlandesa de 1740 y los orígenes de la comida rápida en América del Norte
Ya desde el siglo XIV la Tierra comenzaba a convertirse paulatinamente en una especie de refrigerador. Los vikingos lo habían atestiguado en primera línea. Pero ocurrió uno de los episodios más famosos –y trágicos–: la hambruna irlandesa de 1740-1741 [10]. (Ojo: no confundir con la Gran Hambruna Irlandesa, que ocurrió poco más de 100 años después de este evento y que se debió a la infestación de la papa por parte de una especie de microorganismo acuático, más emparentado con los parásitos causantes de la malaria que con los hongos, y procedente de México, por cierto).
La hambruna del siglo XVIII se caracterizó por fuertes descensos de la temperatura promedio en tiempo récord; llegó incluso a la escandalosa cifra de -32°C al exterior, en algunas ciudades, como Cork. Las bebidas y los líquidos se congelaban aun bajo techo. Cabe mencionar que, para esta época, la Pequeña Edad de Hielo llegaba a uno de sus puntos más intensos.
Es de resaltarse la obra poética de William Dunkin [11], quien en su poema “Hibernos” o “The frosty Winter of Ireland, in the year 1739-40”, relataba lo siguiente:
…Beneath the glassy gulph
Fishes benumb’d, and lazy sea-calves freeze
In crystal coalition with the deep.
…Bajo el golfo vítreo,
Peces entumecidos y perezosas vacas marinas de Steller se congelan
En coalición cristalina con lo profundo [12].
(La vaca marina de Steller, que Dunkin refiere en su poema –“sea-calf /sea calves”, en inglés– fue un mamífero marino pariente de los manatíes, que se extinguió en 1768, muy probablemente por los efectos de la Pequeña Edad de Hielo).
Para mediados del siglo XVIII, Irlanda contaba con casi 2.5 millones de habitantes, quienes dependían principalmente de papas y cereales para su dieta. Estos cultivos se afectaron por completo, pero no sólo por las bajas temperaturas. Irlanda se encuentra en una isla, lo que significa que el tráfico de mercancías, insumos y combustible (principalmente carbón, en ese entonces) llegaban por mar. Pero las aguas marinas superficiales que circundaban algunos muelles estaban congeladas. Lo mismo ocurría con el agua que se utilizaba para alimentar los molinos de granos.
Si bien la gente de campo sufrió los efectos de esta oleada fría, podían guarecerse y generar algo de calor cortando incluso árboles y las plantas que había alrededor. Pero no así en las ciudades como Cork, Limerick y Dublín, cuyos habitantes tenían que cubrir altos costos de renta por espacios pequeños en sótanos o áticos. Aunque la población no descendió como ocurrió durante la hambruna que se presentó un siglo después, padeció una mayor tasa de mortalidad, alcanzando hasta un 25% durante la década en la que ocurrió este evento, llamado por los irlandeses Bliain an Áir en gaélico o, literalmente: “año de la matanza”, y a cuyas víctimas se dedicó el obelisco memorial Killiney, cerca de Dublín (Fig. 4a).
Como resultado de este helado lapso, muchos irlandeses migraron a Europa continental, así como a ciudades donde había colonos irlandeses en América, tales como Filadelfia, Boston, y algunas en el sur de Canadá. Algo similar ocurriría poco más de 100 años después, cuando no sólo irlandeses migraban a Norteamérica llevando consigo sus costumbres y su legado culinario, sino también italianos, neerlandeses, belgas, ingleses y alemanes –principalmente del puerto de Hamburgo–. Estos últimos trajeron consigo un delicioso platillo de carne redondeada, salsa gravy y pepinillos, hoy por hoy envuelto en dos panes, para ser comido mientras uno va caminando [13]. Sí, probablemente le debamos la globalización de la hamburguesa (Fig. 4b) al cambio climático, así como también la de otros ricos bocadillos como los hot dogs derivados de las salchichas alemanas, las famosas papas a la francesa (cuyo origen se disputan belgas y franceses) e incluso las pizzas, traídas al continente americano por inmigrantes napolitanos.
¿Cómo se llamó la obra?: migraciones climáticas
Hasta ahora, nos hemos referido a algunas de las migraciones más comentadas en la historia moderna de la humanidad; todas ellas en mayor o menor grado propiciadas por variaciones climáticas. Los puntos más intensos de dichas variaciones en poco más de mil años se encuentran referidos en dos intervalos: El Óptimo Climático Medieval (OCM) y la Pequeña Edad de Hielo (PEH). Ambos (Fig. 5) cuentan con diversos pulsos y oscilaciones, pero las tendencias a largo plazo fueron siempre las mismas: aumento de la temperatura, pérdida de cultivos, sequía y migración en el OCM, y los mismos para la PEH, con la salvedad de que, en ésta última, la temperatura bajó, no subió.
Estas variaciones climáticas se presentaron desde antes de la Revolución Industrial, y se han registrado incluso desde mucho tiempo antes de que existieran los seres humanos, pues representan un fenómeno “normal” como parte de la dinámica terrestre, que obedece a una combinación de factores propios de nuestro planeta, como cambios en la fuerza y dirección de los vientos, erupciones volcánicas en lugares distantes –la del volcán Krakatoa, en Indonesia, 1859, que contribuyó nuevamente a heladas en Europa, por ejemplo–, así como también a movimientos astronómicos importantes, como los llamados Ciclos de Milankovitch, nombrados así en honor a Milutin Milankovitch, climatólogo serbio que dio cuenta de su existencia [14].
Estos ciclos son los responsables de la intensidad, duración e incluso aparente ausencia de las estaciones del año. Sin embargo, la huella que como humanidad estamos dejando resulta de muy alto impacto para nuestro planeta. El cambio climático, aunque sea un proceso natural, puede ser exacerbado por la acción del ser humano.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas [15], existe un 50% de probabilidad de que la temperatura promedio global aumente 1.5°C en los próximos cinco años. Si razones como la inseguridad, violencia, guerra y pobreza ya complican el bienestar humano generando desplazamientos forzados, el agregar factores climáticos a esta ecuación complica terriblemente los escenarios migratorios. No sorprenderá si, en un futuro, se conciba el concepto de “refugiadas y refugiados climáticos”, más allá de los refugiados de guerra o por otros motivos, pues estas personas se verán obligadas a desplazarse de su lugar de origen al enfrentarse a la posibilidad de perder sus terrenos, sus casas, sus cultivos y sus propiedades ante la inclemencia de ciertos elementos climáticos.
Si no realizamos acciones concretas y eficaces respecto a la tala incontrolada de árboles, la quema excesiva de combustibles fósiles, el uso innecesario de energías no renovables, etcétera, nos enfrentaremos a mayores cambios climáticos, que harán ver al OCM o a la PEH como una película cómica en comparación con las desastrosas y terribles consecuencias de cambios climáticos de mayor magnitud.
Agradecimientos
Los autores quisieran dar las gracias al M. en C. Daniel Navarro Santillán (Facultad de Ciencias, UNAM), por la traducción de la Fig. 3b, así como a la Psic. Érika Mariana Ascencio (Ciudad de México) y al Ing. Fidel Ramos Jiménez (Querétaro) por el apoyo en la obtención de recursos gráficos.
Referencias
[1]. Recinos, A. (trad.; 1993). Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché. Fondo de Cultura Económica: Ciudad de México, México.
[2]. Sharer, R. (2012). Who were the maya? Expedition, 54 (1): 12–17.
[3]. Langmoen, I.A. (2005). The Norse Discovery of America. Neurosurgery, 57: 1076–1087. DOI: 10.1227/01.NEU.000144825.92264.C4
[4]. D’Andrea, W., Huang, Y., Fritz, S.C., Anderson, N.J. (2011). Abrupt Holocene climate change as an important factor for human migration in West Greenland. Proceedings of the National Academy of Sciences, 108 (24): 9765–9769. DOI: 10.1073/pnas.1101708108
[5]. Edwards, T.W.D., Hammarlund, D., Newton, B.W., Sjolte, J., Linderson, H., Sturm, C., St. Amour, N.A., Bailey, J. N.-L., Nilsson, A.L. (2017). Seasonal variability in Northern Hemisphere atmospheric circulation during the Medieval Climate Anomaly and the Little Ice Age. Quaternary Science Reviews 165: 102–110. DOI: 10.1016/j.quascirev.2017.04.018
[6]. Henriksen, P.S. (2016). Norse agriculture in Greenland? Farming in a remote medieval landscape. En: Klapste, J. (ed.): Agrarian Technology in the Medieval Landscape. Brepols: Turnhout, Bélgica: 237–245. DOI: 10.1484/M.RURALIA-EB.5.110468
[7]. Wallace, B. (2009). L’Anse aux Meadows, Leif Eriksson’s Home in Vinland. Norse Greenland: Selected Papers from the Hvalsey Conference 2008. Journal of the North Atlantic, Special Volume 2: 114–125.
[8]. Cole, R. (2015). Racial thinking in Old Norse Literature: The Case of the blámaðr. Saga-Book: Viking Society for Northern Research 39: 21–40.
[9]. Kintisch, E. (2016). Why did Greenland’s Vikings disappear? Recuperado de: http://www.sciencemag.org/news/2016/11/why-did-greenland-s-vikings-disappear (Febrero 2, 2023).
[10]. Engler, S., Mauelshagen, F., Werber, J., Luterbacher, J. (2013). The Irish famine of 1740-1741: famine vulnerability and “climate migration”. Climate of the Past, 9: 1161–1179. DOI: 10.5194/cp-9-1161-2013
[11]. Dunkin, W. (2010). Select poetical works of the late William Dunkin, D.D. In two volumes…Volume 1 of 2. Gale Ecco, Print Editions: Detroit, Michigan, EEUU.
[12]. La traducción es mía.
[13]. Ozersky, J. (2008). The Hamburger. Yale University Press: New Haven, Connecticut, EEUU.
[14]. Martínez, M., Lorenzo, E., Álvarez, A. (2017). Los ciclos de Milankovitch: Origen, reconocimiento, aplicaciones en cicloestratigrafía y el estudio de sistemas petroleros. Revista Científica y Tecnológica UPSE, 4 (3): 56–65.
[151]. Organización de las Naciones Unidas (2022). Hay un 50% de probabilidades de que el calentamiento global supere los 1,5°C en los próximos cinco años. Recuperado de: https://news.un.org/es/story/2022/05/1508392 (Marzo 23, 2023).
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Fig. 1. a) “Chichen-Itza-Castillo-Seen-From-East”
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Fig. 1. b) “Mujer Maya de Jaina”
Autor: Ilhuicamina
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Fig. 2. a) “Viking’s Drakkar”
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Fig. 2. b) “erik the red”
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Fig. 3. a) “Leif Erikson Statue”
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Fig. 3. b) “Vinland-travel-hy”
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Fig. 4. a) “THE KILLINEY OBELISK [1740-1741] FAMINE MEMORIAL – THE YEAR OF THE SLAUGHTER]-129570”
Autor: infomatique
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Fig. 4. b) “Here’s another shot of Hamburger!”
Autor: chichacha
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Figura 5. “2000+ year global temperature including Medieval Warm Period and Little Ice Age – Ed Hawkins.svg”
Autor: RCraig09
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