De besos, pausas y reflexiones
Ser Humano
Salí y caminé unas calles hasta la plaza donde se encontraba el mercado. Mientras entraba, varias manos me ofrecieron gel antibacterial y no pequeñas pruebas de lo que se vendía, como era lo habitual. Después de comprar un poco de fruta, escuché que alguien mencionaba mi nombre desde otro lado del puesto. ¡Era una de mis amigas más entrañables! Hacía tiempo que no la veía. Nos saludamos con una reverencia y luego cada una se abrazó a sí misma como si fuera la otra. En ese momento sentí una gran tristeza. Mi amiga estaba mirándome, titubeó y agachó la cabeza. Al instante comprendí que algo andaba mal. ¿Estás llorando?, le pregunté, pues no podía ver bien su rostro por el cubrebocas.
–Sí, mi hermano no se encuentra bien…
No supe qué decir, sólo la escuché. Al despedirnos, más allá de las palabras, volví a lamentar la ausencia de un beso y un abrazo para mostrar mi solidaridad y reconfortar a mi amiga.
Tal vez a estas alturas de la cuarentena tengamos mucha claridad de algunas situaciones que extrañamos de nuestra vida cotidiana. Muchos de nosotros nos levantábamos, hacíamos nuestra rutina de la mañana y salíamos al trabajo, a la escuela o a darle a los quehaceres en casa, para luego aprovechar al máximo el tiempo que nos quedaba. Visto así parece una manera bastante absurda de vivir, absortos en el acelere del día a día (esto, sin duda, no lo extraño). Si algo nos ha regalado esta crisis sanitaria, ha sido la oportunidad de parar. Y en esta pausa podemos tomar la oportunidad de reflexionar, valorar y reorientar nuestra mirada.
La palabra reflexión viene del latín reflexio, reflexionis, compuesta con el prefijo re– que indica ir hacia atrás, el elemento flex-, del verbo flectere (doblar, desviar), y el sufijo –io que indica acción y efecto. Por tanto, podríamos decir que reflexionar es ir con nuestro pensamiento hacia atrás; pero esto también implica detenernos intencionalmente, saborear y desmenuzar con atención el objeto de nuestros pensamientos.
Asimismo, reflexionar tiene la connotación de reflejar, reflejar nuestras ideas sobre el espejo de la conciencia. Los invito entonces a hacer espacio en dicho espejo y a reflexionar sobre el contacto físico y particularmente sobre los besos…
En estos días, una de las medidas para frenar la expansión del coronavirus es el “distanciamiento físico”, término que prefiere usar la Organización Mundial de la Salud en lugar de “distanciamiento social”, ya que éste puede implicar una sensación de desconexión social. Y en un momento en que estar físicamente aislado de los demás puede afectar la salud mental, muchos especialistas han señalado cuán importante es que las personas nos mantengamos socialmente conectadas.
Una pandemia global, el distanciamiento físico y sus implicaciones son una experiencia completamente nueva. Por ello, me di a la tarea de buscar pistas para ampliar el panorama de lo que extrañamos y de por qué lo extrañamos; así recurrí a la antropología y a las ciencias cognitivas. Además, he hablado sobre el tema con todos los que he podido –a distancia, por supuesto–, para conocer su perspectiva, ¡y ni se diga de leer y escuchar noticias! Las respuestas han sido variadas, perspicaces y profundamente significativas. Un amigo me decía: “Lo que más extraño es abrazar y besar a mis padres, que viven en otra ciudad”. La historia del vecino que quedó separado de su hijo, quien pasa la cuarentena con su madre mientras él sale a trabajar; la abuela que ahora besa a sus nietos a través de una pantalla, o la ocurrente declaración del presidente López Obrador (@lopezobrador): “¡Cuando salgamos de esto, voy a convocar a abrazos y a besos en el Zócalo y en todas las plazas públicas!” Por otra parte, en las redes sociales, que se han convertido en el refugio de muchos para sobrevivir al encierro, leía la publicación de un adolescente: “Hasta nuestro próximo beso #teextraño #quedateencasa”. Muchas historias van y vienen, ahora va la historia que he ido entretejiendo…
Desde tiempos inmemorables, uno de los aspectos más interesantes y más cotidianos que tenemos como especie es la vida en grupo; basta voltear a nuestro alrededor para darnos cuenta de la red de relaciones de la que formamos parte. La tendencia a vivir socialmente organizados es una de las características más distintivas del orden primate (orden al que pertenecemos los humanos) y es producto de una larga evolución (60-50 millones de años). La vida en grupo tiene muchas ventajas adaptativas entre las que se encuentran: la protección de los miembros, la defensa del territorio, la búsqueda del alimento, el aprendizaje social y la transmisión de conocimientos, la promoción del sistema de apareamiento, etcétera. Por ello, se ha postulado que la selección natural favoreció todos los factores relacionados con la vida en grupo y los lazos sociales. Durante el proceso de hominización-humanización (proceso biológico que implicó cambios morfológicos y conductuales que dieron lugar a nuestra especie), los humanos nos volvimos cada vez más dependientes de la capacidad de socializar y cooperar para sobrevivir y prosperar.
Como animales altamente sociales, no es sorprendente que los primates tengamos una amplia gama de rituales diseñados para construir, promover la armonía del grupo y reforzar las relaciones sociales. Tal es el caso del beso en la mejilla, como un ritual de afiliación que expresa amistad, afecto, alianza y respeto. La riqueza de los rituales sociales presentes en nuestra especie y en otros primates indica que muy probablemente el ancestro común usaba comportamientos ritualizados como un medio de vinculación social. Lo que se hizo más frecuente y con más variantes ante el desafío de gestionar grupos sociales cada vez más grandes y complejos.
Desde esta perspectiva los rituales de afiliación como los besos y el cuerpo en sí mismo se volvieron reflejo de la cultura que a su vez marca y da significado a estos. En este contexto, la cultura está simultáneamente dentro y fuera de nosotros como producto de la historia humana y generadora de ésta. Como menciona Le Breton[1]: cada sociedad esboza, en el interior de su visión del mundo, un saber singular sobre el cuerpo (en este caso, de los besos): sus usos, sus correspondencias, sus lugares, etcétera.
Daré un ejemplo que tal vez ayude a clarificar estas ideas. Evoquemos la canción de “Bésame mucho”, uno de los boleros más famosos y hasta donde sé la canción mexicana más grabada en el mundo; compuesta por la célebre Consuelito Velásquez cuando tenía tan sólo 20 años. Sin duda, una de las cosas que más me sorprende de la historia detrás de esta melodía es que su autora ¡nunca había experimentado un beso romántico! Sin embargo, gracias a la cultura y a los procesos cognitivos que subyacen al comportamiento social, la autora entiende este comportamiento, reconoce a otros miembros del grupo con los que puede interactuar de esta forma y el tipo de lugares donde se lleva a cabo este comportamiento. Y magistralmente fue capaz de colocar cada letra para iluminar ese cuarto a mitad de la noche y transmitirnos una atmósfera íntima, melancólica, de anhelo y de urgencia. Por tanto, la idea básica detrás de la conexión entre cultura y cognición es que el entorno de las personas sirve como una reserva de recursos para el aprendizaje, el razonamiento y la resolución de problemas.
Un beso nos permite socializar, conocer a otra persona, reconocerla, olfatearla y hasta saborearla. Los labios, la lengua y las mejillas como parte de la piel son algunos de los órganos más sensitivos de nuestro cuerpo. También el sistema olfativo es uno de los más relacionados íntimamente con los procesos de memoria; por eso un beso agradable asociado a un aroma es difícil de olvidar. Y para muestra, estoy segura de que la mayoría de nosotros puede evocar un beso, romántico o no, con un aroma determinado.
A pesar de ello, los humanos usamos las señales olfativas en menor medida; en cambio, el uso de la percepción visual es mucho más frecuente y las expresiones faciales juegan un papel trascendental en la comunicación social, pues permiten el reconocimiento de los individuos y forman una parte fundamental de la expresión de las emociones. Otra característica de suma importancia es que a diferencia de otros mamíferos y algunos primates, poseemos un labio superior unido, seco y movible que además de participar en importantísimas expresiones faciales nos permite dar besos de trompita.
Por otro lado, se han observado diferencias muy interesantes entre el significado que tiene un beso boca a boca para hombres y para mujeres. Al respecto, antropólogos y psicólogos cognitivos han encontrado que las mujeres consideran el beso como un punto importante para la formación de una pareja y el inicio de una relación, y una vez en la relación, lo asumen como parte del mantenimiento y monitoreo de ésta. Por su parte, los hombres le dan menos importancia, especialmente en relaciones cortas o con parejas eventuales, y aparentemente lo usan para incrementar la posibilidad de tener sexo.
Respecto al origen evolutivo del beso, se debaten dos planteamientos: el beso derivado del cuidado parental en la alimentación de los bebés y el beso como descendiente del acicalamiento durante el aseo. Pienso que ambos fueron importantes para que esta práctica se fijara en el repertorio conductual de muchos animales como un comportamiento afiliativo.
La alimentación boca a boca a los hijos, también llamada beso alimenticio, no sólo es común entre los primates, sino también entre muchos otros animales como mamíferos y aves. Por ejemplo, el murciélago siricotero de Pallas, que tiene una distribución desde México hasta el norte de Argentina, alimenta a sus crías con leche y con néctar regurgitado. Ecólogos de la Universidad de Ulm, en Alemania, plantean que esta conducta probablemente posee ventajas no nutricionales para las crías, como transferir la flora intestinal o ayudarlas a aprender los procesos sociales de la alimentación. Por otra parte, en diversas culturas y etnias indígenas, como los bosquimanos, los yanomami o los himba, los niños suelen ser alimentados suplementariamente con alimento premasticado.
El beso en el que se comparte el alimento se practica incluso sin función alimenticia; puede ser un comportamiento afiliativo, apaciguador o parte del cortejo. Es inevitable no pensar en las veces que alguna vez compartimos un dulce, un poco de helado o unas uvas a través de un beso. En algunos escritos eróticos hindús, como el Kama Sutra y el Koka Shastra, se recomienda compartir, como parte del cortejo, nuez moscada, membrillo, miel y vino.
Para los bonobos, también llamados chimpancés pigmeos, el beso es un acto amistoso y de confianza que a menudo involucra la lengua y que ha sido observado también entre machos. El zoólogo Frans de Waal [2] menciona que ningún actor de Hollywood puede igualar la pasión que ponen los bonobos juveniles en un beso. Estos primates pueden pasar de un beso a una lucha fingida o a una juguetona persecución en cuestión de instantes. Para los bonobos, el contacto corporal se mezcla con todo lo que hacen y su conducta sexual está entretejida en todas sus actividades.
En cambio, los chimpancés comunes son más temperamentales y calculadores; en ellos se ha visto que el beso es un componente esencial de reconciliación y de reparación de relaciones sociales y, especialmente, un rasgo característico después de un conflicto intenso: “los dos oponentes se acercan corriendo el uno al otro, se besan, se dan un largo y ferviente abrazo y finalmente se espulgan”, apunta De Waal; es parte del sello de una alianza en situaciones de reciprocidad.
El beso juega un rol muy importante en el ritual del apareamiento y el cortejo, pero también, como nos sugieren los estudios realizados en primates no humanos y como lo observamos en nuestra cotidianeidad, está presente como un comportamiento afiliativo que evolutivamente se ha desarrollado como parte importante de nuestro repertorio conductual para socializar.
Los meses que vendrán después de la cuarentena serán una prueba para los mecanismos de socialización que implican proximidad física, pues, como hemos visto, están profundamente arraigados evolutiva y culturalmente. El beso es una conducta muy poderosa que promueve el amor, la afiliación y la socialización. Por ello, sin duda, habrá que reinventarnos y, en ese reinventarnos, hallar formas creativas de besar, mostrar afecto y socializar. Un desafío doble, si consideramos que, culturalmente, los latinos (por lo general) al saludar mantenemos el contacto físico, es decir, somos muy de “apapacho”, palabra de origen náhuatl que la Real Academia Española define como palmadita cariñosa o abrazo pero que va más allá de abrazar; es cariño, consuelo, mimo, compasión y ternura.
Y aquí me permito destacar que, así como la tendencia a vivir en grupos ha sido parte de nuestro devenir, también la necesidad de crear y de inventar nos ha acompañado en este proceso. Al respecto, desde la antropología, prevalece la idea de que el aprendizaje social, la cooperación y las respuestas creativas desempeñaron un rol fundamental en el proceso de adaptación de los humanos modernos a una diversidad de hábitats y contextos diferentes. Poseemos, como especie, una sobresaliente flexibilidad cognitiva y una notable capacidad de aprender. Por tanto, los besos y diferentes formas de socializar seguramente se verán favorecidos por los altos niveles de plasticidad conductual de nuestra especie, que repercuten en nuestra capacidad para aprender, cuando cambia una situación social dentro del grupo. Estamos ante un contexto con una magnitud no prevista, pero podemos recordar viejas lecciones: “Al cuidar de uno mismo, uno cuida del grupo. Al cuidar del grupo, uno cuida de uno mismo”.
Referencias
[1] Le Breton, D. (1995). Antropología del cuerpo y modernidad. Nueva visión: Buenos Aires, Argentina.
[2] De Waal, F. (2007). El mono que llevamos dentro. Tusquets Editores: Barcelona, España.
Para saber más
- Boyd, R., Richerson P. J. y Henrich J. (2011). The cultural niche: Why social learning is essential for human adaptation. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America 108 (2): 109218-10925.
- Evolutionary Ecology and Conservation Genomics (2019), Universität Ulm, Andreas, Rose. https://www.uni-ulm.de/nawi/bio3/tschapka/phd-candidates/andreas-rose-msc/
- Tomasello, M. (2007). Orígenes culturales de la cognición humana. Amorrortu: Madrid, España.
Vórtice, enero-mayo 2021 es una publicación trimestral digital editada por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), a través de la Dirección de Publicaciones y Divulgación, Edificio 59 (Facultad de Artes), Campus Norte. Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209, Cuernavaca, Morelos, México. Teléfono +52 777 329 7000, ext. 3815. Correo: revistavortice@uaem.mx. Editora responsable: Jade Gutiérrez Hardt. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2014-070112203700-203, ISSN 2395-8871, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor.
Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.
Vórtice está incluida en el Índice de Revistas Mexicanas de Divulgación Científica y Tecnológica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Publica artículos de divulgación relacionados con las ciencias y las humanidades, y textos breves que transmitan el gusto por el conocimiento científico. El contenido de los artículos es responsabilidad de cada autor. Esta revista proporciona acceso abierto inmediato a su contenido, con base en el principio de ofrecer al público un acceso libre a las investigaciones para contribuir a un mayor intercambio global de conocimientos. Se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.