Cómo descubrieron los griegos que la Tierra es esférica

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Cómo descubrieron los griegos que la Tierra es esférica

COSMOS

Cómo descubrieron los griegos que la Tierra es esférica

El escritor norteamericano Washington Irving, en su novela Una historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón, publicada en 1828, narra cómo fue que Cristóbal Colón tuvo que defender frente a los profesores de Salamanca la teoría de la esfericidad de la Tierra. Según el retrato de Irving, el explorador genovés fue considerado un demente por parte de los intelectuales de la época, la mayoría de los cuales afirmaba que la Tierra era plana.

 

Lo anterior es completamente falso. Cristóbal Colón estaba convencido de que la Tierra era esférica, pero también lo estaban todos los profesores de Salamanca en el siglo XV. Casi todas las personas cultas en Occidente y buena parte de Oriente, creían desde unos 18 siglos antes que la Tierra era esférica. El primero en descubrirlo, de acuerdo con algunos testimonios, fue Pitágoras en el siglo VI a. C. En el siglo IV a. C., Aristóteles (384-322 a. C.) reunió y discutió los argumentos más conocidos a favor de la esfericidad de la Tierra en su libro Sobre el cielo. Desde entonces, la esfericidad de la Tierra fue considerada un asunto resuelto. Ni siquiera en los primeros siglos de la Alta Edad Media, en los que, a causa de la caída del Imperio Romano de Occidente ocurrió un estancamiento o incluso un retroceso en algunas ciencias y artes, hubo dudas serias sobre el tema.

 

¿Cómo fue que los griegos descubrieron la esfericidad de la Tierra? Fue un largo proceso en el cual intervinieron varios de los primeros filósofos-científicos de Occidente, los así llamados pensadores presocráticos. Entre ellos, el más importante fue Anaximandro (s. VII & VI a. C.), quien propuso que la Tierra era una especie de cilindro, y al afirmar que ese cilindro estaba suspendido en el aire sin ninguna clase de sostén, generó una nueva perspectiva para la cosmología antigua. ¿Y por qué no se cae si está “sostenida en el aire”?, pudo haberse preguntado. Anaximandro imaginó que la Tierra estaba en el centro de unos enormes aros, alrededor de los cuales giraban el Sol y la Luna. Y afirmó lo siguiente:

 

“Lo que está situado en el centro y a distancias iguales de los extremos no tiene inclinación a moverse hacia arriba ni hacia abajo ni hacia ningún lado; y como es imposible moverse en direcciones opuestas al mismo tiempo, necesariamente se queda donde está” [1].

 

Después de Anaximandro, Pitágoras (s. VI & V a. C.) elaboró un modelo del universo en el que la Tierra era esférica y giraba en torno a otra esfera de fuego que curiosamente no era el Sol. Para él, el Sol mismo también giraba alrededor de la esfera de fuego. No sabemos mucho sobre los argumentos y las doctrinas de Pitágoras, sin embargo, porque no hay testimonios de que haya escrito ningún libro –y si lo escribió, no llegó hasta nosotros–.

 

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De la Harmonia Macrocósmica de Andreas Cellarius. Ámsterdam, 1661.

En el s. IV a. C., en la Academia de Platón (427 – 347 a. C.) se estudiaron a fondo los diversos modelos cosmológicos que habían sido propuestos hasta entonces. Eudoxo, un alumno de Platón y especialista en astronomía, intentó hacer un modelo del cosmos que fuera matemáticamente coherente, colocando los diversos cuerpos celestes en esferas concéntricas. Aristóteles, también alumno de Platón y conocedor de las investigaciones astronómicas realizadas en la Academia, estaba convencido de la esfericidad de la Tierra y en su libro Sobre el cielo argumentó lo siguiente:

 

  1. Cuando ocurre un eclipse y se ve la sombra de la Tierra proyectada sobre la Luna, la sombra es siempre circular.
  2. Cuando uno viaja hacia el norte o hacia el sur, el cielo cambia: no siempre se ven las mismas estrellas.

 

Este segundo argumento es probablemente el que mayor fuerza tuvo en la Antigüedad: el cielo y la ubicación de la estrella polar respecto del horizonte cambian a medida que uno se desplaza hacia el Norte o hacia el Sur. La estrella polar, por ejemplo, está en el zenit en el polo geográfico de la Tierra, mientras que en la línea del Ecuador se ve justamente en el horizonte.

 

Esto lo sabían los griegos, que eran excelentes navegantes: obviamente, no consiguieron llegar al Polo Norte (fue algo que sucedió apenas en el siglo XX), pero se dieron cuenta de que la ubicación de la estrella Polar cambiaba dependiendo de la latitud. Aristóteles y los astrónomos de los siguientes siglos concluyeron que la única explicación razonable era que la Tierra tuviera una forma esférica.

 

En contra de una creencia bastante popular, prácticamente todos los pensadores cristianos, antiguos y medievales, consideraron que la Tierra era esférica, sólo Lactancio, un retórico de los siglos III y IV y Cosmas Indicopleustes, marino del siglo VI que después se hizo monje, polemizaron en contra de la esfericidad de la Tierra.

 

Si la esfericidad de la Tierra fue algo aceptado por casi todas las personas conocedoras de la astronomía antigua y medieval, ¿por qué entonces no hubo alguien antes de Cristóbal Colón que pretendiera llegar a Oriente viajando hacia Occidente? Casi todos los astrónomos y cartógrafos de la Antigüedad y la Edad Media creían, por diversas razones, que necesariamente había una sola masa de tierra en el globo, la llamada “ecúmene” (Europa, Asia y África), y que era imposible que hubiera otra gran masa de tierra separada. Pero incluso si había otro continente, se creía que necesariamente debía estar en las antípodas de la ecúmene y debía resultar inaccesible, pues en los polos había un frío extremo y en el Ecuador un calor insoportable.

 

El viaje que Cristóbal Colón emprendió era por ello considerado un viaje extremadamente peligroso, pero no por el riesgo de caer por los bordes de una Tierra plana, sino porque implicaba probablemente adentrarse en zonas inhóspitas del globo. Además, y en contra de lo que Washington Irving sugiere en su novela, la resistencia que Cristóbal Colón encontró en Salamanca y en otros lugares de Europa estaba bien justificada: desde que Eratóstenes, un científico griego de los siglos III y II a. C., hiciera el primer cálculo de la circunferencia de la Tierra, se había discutido durante siglos el tema.

 

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Un viajero pone su cabeza bajo el borde del firmamento en la impresión original (1888) del grabado en madera de Flammarion.

Resulta que el cálculo que Eratóstenes hizo no estaba para nada errado: se equivocó sólo en un 2%. Cristóbal Colón, 18 siglos después, creía que la Tierra era mucho más pequeña de lo que es en realidad. Pensaba que entre las islas Canarias y Japón había una distancia de alrededor de 4000 kilómetros. En realidad es de más de 12 000 kilómetros. Ningún barco de la época podía recorrer una distancia semejante. En pocas palabras, tenían razón quienes creían que el proyecto de Cristóbal Colón era una locura.

 

La historia de Cristóbal Colón nos deja una serie de lecciones: primero, que hay que hacer buenos cálculos, revisarlos una y otra vez; segundo, que nuestro conocimiento de la realidad es un esfuerzo colectivo: Anaximandro, Pitágoras, Aristóteles, Eratóstenes y muchos otros hombres y mujeres han contribuido, cada uno poniendo un granito de arena, a mejorar nuestra comprensión de la realidad; tercero, que quienes se han atrevido a aventurarse hacia lo desconocido, a menudo han hallado sorpresas que nadie podría haber imaginado. La ciencia es una exploración no muy diferente de la que Cristóbal Colón llevó a cabo en el siglo XV: él quería probar una hipótesis, y aunque estuviera equivocado, su hipótesis lo llevó a descubrir un continente.

 

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Referencias

 

[1] Aristóteles (1995). Sobre el cielo. Gredos, madrid. 295A10.

 

Cormack, L. B. (1994). Flat Earth or round sphere: misconceptions of the shape of the Earth and the fifteenth-century transformation of the world. Ecumene, 1(4), 363–385. http://www.jstor.org/stable/44251730

 

Aristóteles (1996), Acerca del cielo, Gredos, Madrid (trad. Miguel Candel).

 

Couprie, Dirk. (2011). Heaven and Earth in Ancient Greek Cosmology. Springer. https://doi.org/10.1007/978-1-4419-8116-5

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