Canas verdes: estrés en primates no humanos

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Canas verdes: estrés en primates no humanos

La Tierra

Canas verdes: estrés en primates no humanos

Un peculiar programa japonés tiene como protagonistas a un chimpancé llamado Pankun y a su fiel amigo, al que guía, un bulldog blanco que responde al nombre de James. El concepto es simple: tienen que pasar por una serie de obstáculos propios del mundo humano. Al verlos sentí una angustia muy particular. Si yo tuve ese sentimiento, ¿qué habrán sentido ellos entonces? Con el paso de los días, este pensamiento fue creciendo, tomando forma, hasta convertirse en una duda de ésas que te hacen estar a las 3:00 AM buscando en internet.

 

Pensé: ¡vaya!, ¡qué paciencia tiene el chimpancé! Si bien era claro que ambos animales habían recibido adiestramiento, me pareció sorprendente el control que podían tener ante algunas tareas complejas. Después me sentí algo frustrado, pues si ellos resolvían tantos problemas “propios” de los seres humanos, ¿por qué me desesperaba por pequeñeces, como cuando no carga alguna página de internet? ¿Acaso los primates no humanos experimentan algún tipo de estrés distinto al nuestro?

 

Es difícil generalizar el tipo de estrés entre las personas, intuyo que puede ser más complicado aún hacerlo entre especies distintas. Cuando dos personas se encuentran en el tráfico y tienen prisa por llegar a su trabajo o no han desayunado, es muy probable que experimenten algún tipo de estrés; quizá no sea el mismo y, en caso de serlo, puede que éste no se encuentre en el mismo nivel. Sinceramente, no me imagino a un simio conduciendo un carro, en un embotellamiento en pleno rayo de sol, aunque un simio en una nave espacial o iniciando una revolución por el sometimiento y la práctica de experimentos científicos no suena tan descabellado… ¿dónde lo habré escuchado antes?

 

Son claros los escenarios en los que los humanos se enfrentan al estrés, no del todo los de los primates no humanos. Desde hace mucho tiempo, investigaciones de diversas partes del mundo [1] [5] [7] han trabajado en este tema y han encontrado datos impresionantes que muestran cómo el estrés en humanos y primates no humanos tiene más similitudes de las que imaginamos, y qué situaciones de la vida cotidiana representan esos factores de riesgo para experimentar dicha sensación.

 

La similitud del estrés entre ambas especies es importante principalmente por algo llamado aspectos filogenéticos, es decir, la relación de parentesco tan cercana que existe entre los primates humanos y no humanos. Quizá reconozcas la expresión “los monos son primos de los humanos”. Al ser tan parecidos, es posible que muchas de las investigaciones y experimentos aplicados a los primates no humanos tengan un alto grado de validez e impacto en temas propios de los humanos, sobre todo en temas de la salud [1], los cuales han ido en aumento en los últimos años. Dichas similitudes pueden apreciarse en aspectos fisiológicos, reproductivos o neuroanatómicos, ejemplo de estos últimos son las similitudes en el sistema nervioso central –desde la arquitectura cerebral hasta aspectos que han permitido el desarrollo cognitivo–, dando paso a lo que hoy conocemos como cognición social, es decir, procesos mentales como la memoria, atención, orientación y habilidades viso-espaciales, por mencionar algunos; también hay otros procesos propios de los humanos que se distinguen evolutivamente de otras especies, como el lenguaje [2]. Dichos procesos permiten que ambas especies puedan interpretar, analizar y utilizar la información del mundo que los rodea, que les permite vivir en sociedad, claro, con sus propios alcances y limitaciones.

Mono durmiendo en un escritorio; entre chimpancé y Bonobo (20 años).
Mono durmiendo en un escritorio; entre chimpancé y Bonobo (20 años).

McEwen y Wingfield [3] proponen que el estrés es una amenaza, que puede ser real o implícita, que activa un mecanismo llamado homeóstasis, el cual se encarga de regular internamente el organismo; este proceso permite responder ante eventos que representan una amenaza para el individuo y provocan que éste emita una respuesta fisiológica, como respiración agitada, rigidez en los músculos, hacer que la sangre se dirija a ciertas zonas del cuerpo, modificando directamente su comportamiento y permitiendo ejecutar la acción adecuada para recuperar su estado de bienestar. Esta definición nos permite entender la función que tiene el estrés en la preservación de la vida y su papel en la evolución al haber permitido que ciertas especies proliferaran con éxito.

 

Comúnmente, se tiene la idea de que el estrés es un evento o sucesión de eventos que ocasionan una respuesta, que puede interpretarse como negativa, aunque en algunas ocasiones ésta también puede representar un sentimiento positivo. Otra perspectiva es la que proponen los investigadores Marta Martínez y María García [4], en la que el estrés es visto como un sistema. Si se encuentra en correcto funcionamiento, se vuelve esencial para preservar la vida; sin embargo, también se corre el riesgo de que sea perjudicial cuando se activa constantemente o por periodos prolongados, lo que podría generar consecuencias considerables en el desarrollo, que pueden prevalecer incluso al ya no estar expuesto a la situación que lo origina.

 

Cuando es necesario, ayuda a mantener un estado de alerta, que facilita la preservación de la vida. En la vida silvestre de un chimpancé, el estrés puede ser la diferencia entre huir de un depredador y quizá subir a un árbol para quedar fuera de su alcance. Sin embargo, como en algunas enfermedades, puede llegarse a experimentar por periodos prolongados, generando deterioro físico y afectando el estado de ánimo. Pero parece ser inevitable; tanto humanos como primates no humanos lo experimentarán en algún punto de sus vidas, incluso desde etapas muy tempranas.

 

Se ha descubierto que en los monos bebés el estrés disminuye la cantidad y calidad de sueño tras la separación materna [5], pues les genera un estado de malestar. En otros casos se presenta comúnmente por factores como situaciones psicosociales: cuando hay cambios en el entorno social por modificaciones o alteraciones en el lugar donde viven o se desarrollan cotidianamente, como su hábitat. También puede apreciarse en las interacciones del grupo, como los roles, durante actividades de la alimentación o las prácticas sexuales reproductivas; incluso cuando algún miembro del grupo se ausenta o, en su defecto, al unirse uno nuevo. No sólo los primates no humanos viven esto; los humanos, de manera cotidiana, nos enfrentamos a situaciones que generan estrés: en una mudanza, en un trabajo nuevo, el primer día de clases, al socializar, al comprometerse para el matrimonio, etcétera.

Oficinista estresado sosteniendo su cabeza con ambas manos en el trabajo
Oficinista estresado sosteniendo su cabeza con ambas manos en el trabajo

Si el estrés es algo a lo que se está expuesto incluso entre diversas especies, ¿cómo afecta a quien lo experimenta? Se ha encontrado cierta relación entre el estrés y las conductas autolesivas (CA), tanto en primates como en humanos. En los humanos dichos comportamientos suelen presentarse cuando se padece alguna psicopatología como el autismo, el estrés postraumático, el trastorno límite de la personalidad, el síndrome de Tourette, el síndromede Lesch – Nyhan, el síndrome de Prader Willi, por mencionar algunos. Las CA que se manifiestan principalmente son jalarse el cabello, morderse, pellizcarse, golpearse la cabeza y cortarse la piel. Sin embargo, no sólo las experimentan personas con alguna psicopatología; cualquiera puede llegar a presentarlas en algún momento, ya que están asociadas a la canalización de altos niveles de tensión y ansiedad, es decir, estas CA permiten sobrellevar y disminuir la sensación negativa de episodios altamente estresantes.

 

En primates no humanos sucede algo muy similar: cuando los factores ambientales o sociales llegan a tornarse estresantes, sienten tensión o ansiedad, y al presentarse alguno de estos se ha notado que existe una tendencia a manifestar CA. Un estudio pionero en el tema [5] realizó una serie de experimentos durante un año, con macacos rhesus machos, de entre ocho y 22 años, en dos grupos con características específicas: el primero se componía de 13 adultos que desarrollaron de manera espontánea CA, como tirarse del pelo, golpearse la cabeza o morderse a sí mismos de manera grave, heridas que en ocasiones tenían que ser asistidas por el veterinario; el segundo grupo de control se componía de siete adultos que no presentaban CA previas al experimento. Éste fue técnicamente simple, y consistió en la reubicación de las jaulas en las que vivían los monos. Para ello, se tuvo que trasladar de un edificio a otro literalmente todo el equipo de trabajo necesario. ¿Recuerdas la última vez que te mudaste?, ¿qué fue lo que sentiste?, ¿te gustó? Bueno, pues parece ser que a los monos no mucho, ya que la reubicación generó estrés en ambos grupos.

 

No fue nada fácil saberlo: además de la observación, tuvieron que recurrir a técnicas de medición del cortisol; seguramente has escuchado sobre esta hormona, ya que se encuentra relacionada directamente con el estrés. El cuerpo la libera como una respuesta ante situaciones que representen angustia. A través de diversos medios, midieron el cortisol en el pelo, la sangre y la saliva; para esto último fue necesario adiestrar previamente a los monos y enseñarles a masticar algún tipo de material especial en el que quedara la saliva, así pudo ser analizada después. De lo contrario, el hecho de medir la saliva de manera directa y manual habría sido tan invasivo que, irónicamente, hubiera generado estrés.

 

Gracias a estos resultados fisiológicos y comportamentales, los investigadores respaldaron que, tras la mudanza, los monos experimentaron un aumento de estrés; si bien fue claro que a pesar de que algunas de las manifestaciones se presentaron tanto en el grupo con CA como en el grupo de control, se apreció específicamente una respuesta de tipo patológica, es decir, con características de alguna enfermedad mental, como el estrés postraumático –entre otros ejemplos mencionados anteriormente– en los monos con CA. Particularmente, se pudo notar en la automordida y en la interrupción de los ritmos de sueño. A diferencia de los monos del grupo de control, los monos con CA siguieron automordiéndose por lo menos durante un año. Lo anterior sugiere que existe una relación de las CA con el alto grado de vulnerabilidad y las alteraciones del sueño.

 

En modelos animales como en humanos, al presentar alguna irregularidad en los niveles de cortisol, se tiene que prestar atención, pues estos cambios pueden alterar el funcionamiento de diversas zonas neurales; por eso es importante estudiarlo. En ciertos casos, incluso puede generar un cambio en la arquitectura cerebral, como en el hipocampo o en la corteza prefrontal. Sí, eso quiere decir que a nivel neurológico el estrés es capaz de afectar físicamente tu cerebro [4], es aquí donde la expresión “no te estreses o te van a salir canas verdes” cobra importancia. Por esta razón es elemental realizar una categorización del estrés, según la naturaleza y el grado de las experiencias, así es posible evaluar qué tan necesaria es una intervención si se presenta durante periodos prolongados.

 

En 2014, se revisaron los modelos de estrés en primates no humanos [6], en los que se tuvo como principales pilares de análisis: el estrés en la edad adulta, la experiencia de la reubicación, la separación social (cuando un miembro es separado a temprana edad o de la madre), el estrés según el rango social (por las jerarquías internas de los grupos, las cuales se pueden apreciar como niveles), el estrés en el desarrollo, el estrés durante el periodo prenatal y neonatal, el estrés relacionado con la demanda variable de forrajeo (es decir el alimento disponible), y en algunos casos, la experiencia del estrés por abuso materno.

 

Es posible hacer comparaciones desde un modelo de primates no humanos en las que se deduce que, ante algunas situaciones, el estrés en la madre puede llegar a tener efectos significativos en el feto, también en humanos. Durante su desarrollo, el feto podría presentar repercusiones como desordenes neuro-hormonales y, en la niñez, otras alteraciones de considerable duración, como el insomnio o cambios en los hábitos alimenticios. Lo anterior sugiere enfocar futuros estudios en conceptos como la alostasis que, gracias a su adecuado funcionamiento, permite mantener un correcto equilibrio ante los cambios.

 

Después de experimentar el estrés, en tu cuerpo hay todo un proceso, detallado y complicado, que permite lograr una rehabilitación para recuperar la estabilidad o la normalidad previa a la exposición ante factores estresantes. Precisamente, un estudio [7] realizado en chimpancés de laboratorio, que experimentaron episodios de estrés, tenía como objetivo indagar en la resocialización tras encontrarse en aislamiento social a largo plazo, con la intención de saber hasta qué punto las respuestas conductuales y endócrinas del estrés pueden mejorarse mediante un estilo de vida social típico de su especie. Cabe destacar que los chimpancés fueron separados desde una edad temprana de sus madres y que se les mantuvo aislados durante años; se tuvo como resultado chimpancés con actitudes tímidas, cuya actividad social era muy baja; no se mostraban tan dominantes sino susceptibles en comparación con otros chimpancés que no vivieron en las mismas condiciones de privación.

 

Este estudio propone que la terapia aplicada (ejercicios de socialización) con el fin de la reinserción social tuvo efectos positivos significativos, pues gracias a los resultados los autores [7] plantean que los chimpancés pueden recuperarse de una severa privación social y que la resocialización es un factor menos estresante que vivir en solitario. Esto nos muestra una perspectiva de lo similares que podemos llegar a ser los humanos con los primates. Si ellos pudieran expresarse de tal manera que fuéramos capaces de entender lo que experimentan, ¿cambiaría la forma en que los vemos y por lo tanto la relación entre primates humanos y no humanos?

Canas verdes: estrés en primates no humanos

Referencias

 

[1] Phillips, K. A., Bales, K. L., Capitanio, J. P., Conley, A., Czoty, P. W., ‘t Hart, B. A., Hopkins, W. D., Hu, S. L., Miller, L. A., Nader, M. A., Nathanielsz, P. W., Rogers, J., Shively, C. A., &Voytko, M. L. (2014). Why primate models matter. American journal of primatology, 76(9), 801–827. https://doi.org/10.1002/ajp.22281

 

[2] Jerezano Luna, J, E. (2021). En busca del primer hablante. Vórtice. La nueva época.

 

[3] McEwen, B. S., &Wingfield, J. C. (2003).The concept of allostasis in biology and biomedicine.Hormones and behavior, 43(1), 2–15. https://doi.org/10.1016/s0018-506x(02)00024-7

 

[4] Martínez, Marta y García, María Cristina (2011). Implicaciones de la crianza en la regulación del estrés. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 9 (2), 535-545. ISSN: 1692-715X. Disponible en:   https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=77321592004

 

[5] Davenport, MD, Lutz, CK, Tiefenbacher, S., Novak, MA y Meyer, JS (2008). A Rhesus Monkey Model of Self-Injury: Effects of Relocation Stress on Behavior and Neuroendocrine Function. Psychiatry Biological, 63 (10), 990–996. https://doi:10.1016/j.biopsych.2007.10.025

 

[6] Meyer, J. S., & Hamel, A. F. (2014). Models of stress in nonhuman primates and their relevance for human psychopathology and endocrine dysfunction.ILAR journal, 55(2), 347–360.https://doi.org/10.1093/ilar/ilu023

 

[7] Reimers, M., Schwarzenberger, F., &Preuschoft, S. (2007). Rehabilitation of research chimpanzees: Stress and coping after long-term isolation. Hormones and Behavior, 51(3), 428–435. https://doi:10.1016/j.yhbeh.2006.12.01

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