Papás de tiempo completo: peces cíclidos

Papás de tiempo completo: peces cíclidos

La Tierra

Papás de tiempo completo: peces cíclidos

09/06/2020

Si imaginas que eres un pez payaso que vive en un arrecife de coral y que un día es capturado por unos pescadores, probablemente imagines también que tu papá saldrá a tu rescate; sin duda habrás recordado Buscando a Nemo, aquella historia que nos presentó Pixar en 2003. La película, ganadora de un Óscar, trata de un padre que hace lo imposible por cuidar a su hijo del peligro y, a pesar de ser muy entretenida, no todo lo que ahí se presenta es biológicamente exacto. Un ejemplo es el hecho de que en aquella especie de peces, si un parental muere, puede ser sustituido por uno de los miembros del grupo, o alguno de los presentes cambia de sexo para sustituir al faltante, pero ésa es otra historia. Hoy queremos hablar de un caso en México en el que padres cuidan a sus hijos.

La protección de los padres a sus hijos, o cuidado parental, es un comportamiento común en una gran variedad de animales y está encaminado a maximizar las posibilidades de supervivencia de las crías. Esta actividad, que busca incrementar el mayor número de hijos sobrevivientes, es costosa para los padres. Así, en el afán de proteger a sus hijos, algunos ponen en riesgo la propia vida o sacrifican otros aspectos como la alimentación, el crecimiento o incluso la posibilidad de reproducirse nuevamente. A pesar de ello, muchas especies optan por cuidar a sus hijos y ser “papás de tiempo completo”. La especie humana es una de ellas: los padres hacen un gran esfuerzo por cuidar a sus hijos; no obstante, en los peces existen características muy particulares que hacen el proceso de cuidado parental muy distinto al de los humanos; aquí revisaremos algunas de ellas.

Mojarra criolla y cíclido convicto. Ambas especies son cíclidos habitantes del Río Amacuzac del estado de Morelos, México.
Mojarra criolla y cíclido convicto. Ambas especies son cíclidos habitantes del Río Amacuzac del estado de Morelos, México.

Aunque en estricto sentido el cuidado parental involucra la protección de los hijos, esta situación también puede abarcar la formación del nido y la defensa del territorio. En peces cíclidos, familia a la que pertenecen algunos de los que podemos observar en los acuarios domésticos, como el pez ángel o el pez disco, o incluso algunos que son importantes para nuestra alimentación, como la popular tilapia, el cuidado parental es llevado a cabo por el macho y la hembra en conjunto; es decir, ambos padres dedican su tiempo y energía a la protección del nido, de los huevos y de los alevines, como se les llama a los bebés de los peces. Generalmente, en los cíclidos la reproducción es monógama; esto quiere decir que, una vez formada una pareja reproductiva, ésta se reproduce únicamente entre sí y, si uno de los integrantes de la pareja muere, su compañero no vuelve a reproducirse.

 

En los peces cíclidos, desde el momento en que los padres se dan a la tarea de obtener un territorio, formar un nido y protegerlo, comienzan a pagar los costos asociados a la reproducción. Estos peces utilizan distintos tipos de nidos que van desde un refugio de rocas o raíces de plantas acuáticas, hasta elaboradas estructuras hechas con caparazones de caracoles. Con la finalidad de minimizar los riesgos de depredación de otros peces hacia la descendencia, otros cíclidos realizan excavaciones en la arena para depositar sus huevos; algunos más incuban a sus hijos en la boca, es decir, guardan los huevos fecundados y las crías en la cavidad bucal y mientras esto ocurre dejan de alimentarse.

 

Para ejemplificar mejor el cuidado parental, hablemos de la mojarra criolla, un cíclido nativo de la cuenca del río Balsas. A lo largo de los ríos que forman esta cuenca, esta mojarra mexicana busca y pelea con otros cíclidos por territorio en donde formar sus nidos. Una vez que la pareja ha ganado espacio reproductivo, se puede construir un nido. Los futuros padres limpian el sitio en donde colocarán los huevos que la hembra previamente ha formado en el interior de su cuerpo. Cuando está listo el nido, la hembra coloca los huevos en la superficie elegida, que puede ser una roca, un tronco o incluso el propio fondo del cuerpo de agua. Una vez que la hembra ha depositado los huevos, el macho tiene la función de fertilizarlos y ahuyentar futuras amenazas, como depredadores y otros posibles competidores. Los padres deben ser muy cuidadosos al elegir el sitio de anidación, ya que factores como la temperatura, el oxígeno, la luz solar y la corriente del agua son determinantes para que sus crías se desarrollen con éxito. Dado que no todos los sitios tienen la misma calidad, la competencia por el territorio en donde construir un buen nido suele ser intensa.

Hembra de la mojarra criolla protegiendo a sus crías.
Hembra de la mojarra criolla protegiendo a sus crías.

Y no es la única función que cumple el fuego. Conforme este tipo de bosques crece, la parte baja –lo que los ecólogos llaman sotobosque–, se va aglomerando. A lo largo de los años, se acumulan las agujas secas de los pinos, las ramas y troncos caídos, los zacates largos, y llega el punto en que hay demasiada competencia por espacio y luz como para que las plántulas de los árboles jóvenes logren brotar y crecer. No sólo eso, sino que en ciertas situaciones, estos ecosistemas pueden empezar a ser invadidos por especies no nativas de árboles u otro tipo de vegetación de crecimiento más rápido que los pinos y encinos, y esta vegetación invasora puede llegar a acaparar muchísimos recursos.

 

Pero un buen fuego termina con todos esos problemas. El fuego consume casi todo el sotobosque –a lo que Francisco y los demás combatientes se refieren con combustible–, dejando una nutritiva capa de cenizas, de donde los árboles jóvenes pueden brotar sin problemas –e incluso, las altas temperaturas favorecen la germinación de ciertas especies de árboles–. Además, los árboles y la vegetación invasora que no está adaptada al fuego forestal queda consumida y el bosque deja de correr peligro.

 

Estamos acostumbrados a ver los fuegos forestales como un desastre natural, pero forman parte del ciclo vital de los bosques. “En el caso de un bosque con pinos”, me cuenta el Dr. Arturo Rodríguez, “es bueno que haya un fuego aproximadamente cada cinco años. Esto mantiene la carga de combustible baja y así se previenen fuegos catastróficos”. Este tipo de fuego al que hace referencia es el que quema por tanto tiempo que sí logra consumir casi al ecosistema entero. “Es como dice el dicho”, me explica Arturo, “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Aunque esto no justifica ni defiende los fuegos causados por la imprudencia humana”. Los fuegos deben de suceder naturalmente, o se deben de realizar quemas controladas.

 

El estudio de los efectos y funciones que cumple el fuego dentro de éste y otros ecosistemas se le llama ecología del fuego. Etimológicamente, ecología es el estudio de nuestra casa (del griego oikos, casa, y logia, estudio de), asumiendo al planeta o sus ecosistemas como nuestro hogar. Pero al ver cómo el bosque se ha adaptado al fuego, cómo lo ha recibido dentro de su casa, pienso que lo que están logrando estos árboles es algo más cercano a domesticarlo.

 

Recuerdo lo que me había dicho Francisco sobre que no había ocurrido un fuego en esta zona desde hace 20 años. Le pregunto si no se hubiera podido hacer una quema controlada, a manera de prevención, para evitar un fuego de la magnitud del que llevan combatiendo por siete días. “Estamos en un área natural protegida”, me contesta, “Lagunas de Zempoala no permite hacer quemas preventivas y ellos son los que deciden aquí. En otras áreas naturales sí dejan, pero depende de la dirección de cada lugar”.

Papás de tiempo completo: peces cíclidos

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Responsable de la última actualización de este número: Roberto Abad, Av. Universidad 1001, Col. Chamilpa, CP 62209.


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